Cada película del alemán Christian Petzold (Transit, Ave Fénix, Undine) es una invitación a la sorpresa. Por las dudas, no se trata de golpes de efectos o de vueltas de tuerca (esas absurdas vueltas de tuerca), nada de eso; antes bien, es ingresar a un mundo poético donde la prisa no está y se avanza conforme a una historia donde los detalles importan. En Cielo rojo –su película más reciente, premiada en la última Berlinale con el Oso de Plata– el asunto orbita alrededor de dos amigos en una casa de fin de semana, en medio de un bosque, a la vera de un pueblo costero. Allí les aguarda una mujer.
Dicho esto, se disparan las asociaciones, y sin embargo el relato, suave, avanza hacia muchas direcciones. En primer término, porque quedará claro que el dúo no es el protagonista. Los dos, según parece, están allí para trabajar, cada uno en lo suyo. Por un lado, Felix (Langston Uibel) debe realizar una serie fotográfica; por el otro, Leon (Thomas Schubert) está inmerso en su segunda novela. El escritor es quien se revela como guía del asunto, el que hila los acontecimientos de cara al espectador. Todo un punto de atención; como en Laura, la obra maestra de Otto Preminger; film donde la clave tal vez esté en su primera secuencia, en la del escritor, pasible de sospecha. Es decir, los escritores siempre esconden algo. ¿Qué esconde éste?
Bien puede pensarse en que ese as bajo la manga, el McGuffin ansiado por todo buen narrador, esté en ella, en Nadja (Paula Beer). ¿Quién es, qué hace allí? Hubo, parece, algún equívoco. La madre de Felix, dueña de la casa, le alquiló el lugar. La convivencia será forzada. Pero Nadja demora en aparecer, deja una estela elusiva, en sus prendas íntimas, en los restos de la mesa de la cocina, en sus jadeos sexuales, en su andar en bicicleta. Leon la espía de modo hitchcockiano, alejado y guarecido. Y así como el detective de Laura –otra vez Preminger–, se mete en su habitación y revisa sus pertenencias. Lo hace luego de poner un vinilo: la música –diegética– continúa impasible pero los cortes del montaje adivinan pequeñas elipsis. Se produce, entonces, una disociación entre lo visto y lo oído; en otras palabras, el relato/el tiempo se fisura entre la música inalterada y el raccord de las imágenes. Nada es lo que parece. De pinceladas así está hecho el cine de Petzold.
Estos matices son detalles formidables, y la verdad es que ocurren temprano: el automóvil que se descompone antes de llegar a destino, el atajo por el bosque y el temor a perderse–. Al llegar a este momento, al de la música e imagen desfasadas, se abre el juego a la ambigüedad. Luego aparecerá Nadja. Y con ella, el fuego.
¿Fuego sexual? Es posible, pero no necesariamente. La película, se decía, se abre de modos varios. En este sentido, el fuego es literal pero no menos metafórico. Es el incendio que circunda al lugar y la amenaza que significa su colaboración con el viento: basta con que éste sople en otra dirección y el peligro será otro. ¿Quién prendió este infierno? En todo caso, está y amenaza. Los elementos amenazan. Y generan algunas imágenes perturbadoras por bellas: el cielo rojizo como un amanecer a destiempo, la nevada negra ceniza. Imágenes que admiten pensar en un próximo y hermoso final, no menos fatal; como el de los animales que corren encendidos por sus vidas.
Mientras tanto, los helados y el goulasch de Nadja, las fotos de Felix, el salvavidas costero del que éste se enamora, la novela sin forma de Leon, la visita inminente de su editor. Entre ellos, el carácter de cada uno interactúa para acentuar la hosquedad de Leon, taciturno, brusco en sus gestos y palabras, parece decidido a impedirse el afecto. Las miradas de Nadja lo desarman, lo mellan. Leon se fisura y finalmente se deja leer. Cuando lo admita, cuando soporte la mirada del otro (la de ella), pasará algo más, siempre camuflado en las virtudes del relato y en los hechos que éste despierta: imprevistos y tendientes a sostener una intriga de desenlace variable.
Así las cosas, ¿cómo leer lo que finalmente suceda? Como lo que es, como la tragedia que se anuncia; es decir, las alertas no son inocuas. Por otro lado, como una comedia de situaciones (la crítica ya señaló el vínculo con el cine de Rohmer, y el propio Petzold así lo reconoció), con la atención puesta en aquella secuencia de imagen y música desfasados (y notar que ésta es una película sin música). Cuando la secuencia final de Cielo rojo revele una voz en off –una voz en off, entre otras cosas, es también un sonido desfasado de la imagen; ¿desde dónde habla esta voz?–, cuando la mirada de Leon sea el centro último del film y se descubra el objeto de su mirar, tal vez se sepa el misterio: el del fuego. Todo (buen) escritor es digno de sospecha. Lo mismo aplica a los buenos directores de cine.
Cielo rojo 10 (diez) puntos
Roter Himmel. Alemania, 2023
Dirección y guion: Christina Petzold.
Fotografía: Hans Fromm.
Montaje: Bettina Böhler.
Intérpretes: Langston Uibel, Thomas Schubert, Paula Beer, Enno Trebs, Matthias Brandt.
Duración: 102 minutos.
Sala: Cine del Centro.