Como hizo allá por el tercer lustro del milenio con el tango, ahora Diego el Cigala tiñó de boleros un disco entero. Se llama Obras maestras. Ocupa el duodécimo lugar en una carrera discográfica cuyo arranque ocurrió en 1997 a través de Undebel. Lo pueblan nueve clásicos del género. Y acaba de revelarse ante el mundo Sony mediante. “Tras escuchar cientos de boleros, nos hemos quedado con nueve de ellos extraordinarios. La verdad es que estoy más feliz que un niño con su primer juguete, porque además en el disco está reflejada una parte de lo que he vivido en mi vida”, desliza don Diego Ramón Jiménez Salazar a Página 12, vía teléfono, desde algún lugar de Miami, donde se encuentra promocionando la gira por venir
-¿Desde cuándo viene tu vínculo afectivo y estético con el bolero?
-Desde niño. Llegaba a mi casa y escuchaba a Roberto Carlos, a José Feliciano, e incluso a nuestro cantante de flamenco, Bambino, cuando interpretaba temas como “Corazón loco”, “Bravo”, o “Payaso”, ¿vale? En fin, me ha encantado de chiquitito, cuando incluso cantaba esas letritas, las hacía por bulerías, bien bonitas. Pero lo que nunca había hecho era una superproducción de disco en clave de bolero como esta. Siento mucho alivio por la labor realizada, de verdad, porque en el bolero me muevo como pez en el agua.
-Ejemplo clave en este sentido es el de “Voy”, de Luis Demetrio. Por él se puede empezar a contar el disco.
-Claro. "Voy" la escuché por primera vez por mi tío "Moncho", y es clave porque abarca la cuestión del amor y el desamor que porta el disco. En este caso, se trata de ese amor que pierdes y persigues, si.
-Te volcaste hacia un género que hace un culto al tópico del amor de pareja. ¿Antídoto contra una humanidad que parece andar por otros rumbos?
-¡Pues así es, hombre! Tendríamos que tener un poco de conciencia sobre lo que está pasando, y ayudarnos unos y otros. Falta amor en este mundo, en el que están ocurriendo muchas catástrofes, y sus efectos de penuria y desolación. Y estoy convencido de que con un pequeño chip que pongamos de nuestro amor y de nuestra generosidad, las cosas irían muchísimo mejor. Entonces respondo que estas Obras maestras amansan los corazones con paz y armonía. Si tú te paras ante este disco, y te detienes a escucharlo, seguro que te llenas de paz, calma y armonía.
Que sea un disco de boleros, por supuesto no evita la presencias de quejíos, modos y resonancias propias del mundo flamenco –que es el suyo, claro--, sino que ellas de inmiscuyen finas, permeables, sensibles, dentro de un todo abolerado que los contiene. Que los sabe contener, dicho mejor. “Obras maestras es un disco bien acústico, con poco de metal en los arreglos… un disco a piano, contrabajo y percusión, que me recuerda mucho a Lágrimas Negras”, grafica el notable cantaor de 54 años, en referencia al disco de versiones que grabó en la alborada del milenio, junto al pianista cubano Bebo Valdés.
El amor y sus deslindes atemporales, a clima intimista, configura entonces el tópico central del puñado de piezas que el Cigala mostrará próximamente en público, a través de una gira por catorce ciudades de Estados Unidos y Canadá, cuyo comienzo será este miércoles 13 de setiembre en El Paso, Texas, y su fin, el 15 de octubre en Washington. “Vengo de una gira por España, con 16 conciertos sold out, donde me sorprendió el público joven, su emoción… me alegra que la juventud esté escuchando música buena”, cuenta el madrileño.
“Pasaron cosas divertidas en la gira. Por ejemplo, estar en el escenario y que me pidan `eu sé que vos me amás`, así en portuñol, y yo en el escenario diciendo “Eusebio bote al mar” (risas). ¡Uh…! pero más gracioso fue en otra oportunidad, cuando a alguien se le ocurrió poner los efectos de humo debajo del piano, y cuando empezó a salir el humo entre las teclas, el pianista pensó que se estaba prendiendo fuego el instrumento, y salió corriendo a los bastidores”, se divierte el gitano Cigala.
-¿Y para cuándo por la Argentina?
-Veremos. Tal vez a fines de noviembre, o sino a principios de 2024. Lo que sí es seguro es que pensamos tocar en Rosario, Córdoba y Tucumán, además de en mi Buenos Aires querido, por supuesto.
-A propósito, ¿tu amor por el tango llegó antes o después que el que profesás por el bolero?
-Vino después, porque se relaciona con mis primeros viajes a la Argentina, aunque, ojo, ahora que recuerdo, ya en Madrid, en la Sala Galileo Galilei, me hablaba del tango mi hermano querido, Andrés Calamaro. Iba a su casa, y me ponía al “Polaco” Goyeneche, y yo decía `Qué difícil elegir entre Gardel y Goyeneche, ¿no?` (risas)… tú sabes que el tango es tan emocional. Cantarlo a cierta hora de la noche te saca lágrimas, de verdad que sí. Por eso, cuando canto `quiero emborrachar mi corazón, para apagar un loco amor, que más que amor es un sufrir`, me conmuevo en lo más profundo de mi ser.
-Lo desgarrador de su poesía excede generaciones, épocas y latitudes…
-Porque pocas veces he escuchado un tango que no tenga una letra de amor y desamor, de desengaño… me encanta lo trágico de él. Cada vez que lo canto, disfruto meterme en el papel, como se metían Goyeneche, o Rubén Juárez. A propósito, pocas veces he visto cantar tangos y acompañarse con el bandoneón, como lo hacía el “Negro”.
-Si bien manda el bolero en tu flamante disco, hay cuñas que lo hacen coquetear con el tango. Se nota por caso en el tratamiento que le dieron a “Ay Cariño”, del mexicano Federico Baena.
-Es que el bolero siempre recuerda mucho al tango. Todos ellos tienen una clave tanguera, y este es uno de ellos.
-¿Qué huellas dejó en vos Cigala canta a México, tu último disco antes del flamante?
-Fue una prueba difícil, porque lo hice cuando estábamos en pandemia. Por suerte, tenía el estudio a dos cuadras de casa, entonces iba rápido, y me metía adentro, para grabar una cosa que yo tenía ahí, en el alma, y que me provocó gran satisfacción. Ahí tuve mi última entrevista con Armando Manzanero, recuerdo.
-Bolero, tango, canción mexicana, canción cubana… ¿Cómo lograste aunar en un mosaico común, todos estos género –y más- propios del continente americano con tus esencias flamencas?
-En principio, yo nunca he dejado de ser flamenco, y creo que ahí está todo el mensaje. Es decir, si yo me pusiera a cantar estos boleros o tangos como ya lo han hecho los grandes del género, pues no ocurriría nada especial ¿no? Por ende, no hay que perder de vista que yo soy un cantaor de flamenco, pero con mucha musicalidad y armonía, porque lo que me gusta es coger un bolero y llevarlo a mi campo, hacerlo mío, siempre siendo el mismo bolero. Acá está la gracia. Y para que esto ocurra, tienes que haber pasado un tiempo por México, y un tiempo por la Argentina, en el caso del tango… llegan esos momentos que te pone la vida, y te los pone con toda la claridad del mundo, para tú poder entender, y para tener esa pequeña sabiduría o al menos un ápice de lo que son esas músicas… también para poder tú desarrollarla como tú eres y sientes, al natural.
-Se descarta que el hecho de transformarte en ciudadano dominicano hace casi diez años facilitó el puente entre músicas y tradiciones, ¿no?
-Claro, porque es un gran teatro de operaciones este país. República Dominicana me conecta en apenas horas con cualquier lugar de América Latina. Está bien cerca de Miami, donde estoy ahora, un lugar que me encanta por su colonia latina. Vayas por dónde vayas todo el mundo habla en tu idioma. Y ya sabes que es muy bueno compartir una lengua a la hora de escuchar música.