La Secretaría de la Delegación de Asuntos Indígenas informó que 40 beneficiarios de la Beca Maxi Sánchez continúan con el programa destinado a quienes viven en la zona de emergencia sociosanitaria (declarada en los departamentos Orán, San Martín y Rivadavia por la muerte de niños y niñas indígenas por causas evitables). El programa se inició en 2022 con 100 estudiantes universitarios.
Falta de recursos económicos, dificultades para comprender una lengua diferente a la materna, horarios de colectivos inconvenientes y la necesidad de trabajar mientras se estudia, son algunos de los obstáculos que día a día intentan superar estudiantes que asisten a la Universidad y son de comunidades indígenas del Chaco salteño.
Estas son las impresiones que volcaron tres estudiantes de los últimos años de Enfermería de la Universidad Nacional de Salta (UNSa), y que accedieron a las Becas Maxi Sánchez, decididas por la provincia en reconocimiento al estudiante wichí de General Mosconi Mario Maximilano Sánchez, finalista del Global Student Prize 2021 de la Fundación Varkey y la Unesco, en la que participan postulantes de todo el mundo.
En esta primera instancia iniciada en 2022, quienes ingresaron a las becas debían cumplir como requisito estar inscripto o cursar de manera regular en alguna carrera de nivel universitario “en áreas consideradas clave para el desarrollo regional, sin límite de edad, en institutos de gestión estatal y gratuita”, indica la información oficial.
Actualmente la beca es de 30 mil pesos mensuales. Pero no se estaría pagando cada mes, sino de manera eventual. En las entrevistas realizadas por Salta/12 para esta nota, se indicó que a esta altura del año solo dos mensualidades, en agosto, lo que también lo informa la página oficial. Fuentes oficiales confirmaron que el año pasado cuando la beca se entregó en dos pagos, uno realizado a finales de 2022 y el otro ya a inicios de 2023.
El idioma y el acceso a la salud
Claudio García es de la comunidad chorote de La Merced, ubicada a 7 kilómetros de Santa Victoria Este (en el departamento Rivadavia). Su primer contacto con el castellano fue en el jardín de infantes. “Sabía alguito, algunas palabras pero no muchas”, dijo a Salta/12.
Si bien la primaria fue difícil por el idioma, la pudo hacer en los años previstos. Ya en la secundaria tuvo que quedarse en el albergue victoreño para poder continuar con sus estudios. De los 20 compañeros y compañeras que habían realizado la primaria, solamente él egresó del colegio en tiempo y forma.
En 2018 inició la carrera de enfermería y pese a los vaivenes que generó la pandemia, logró seguir adelante y llegar al tercer año, en el que espera poder terminar las prácticas y recibirse.
“¿Siempre quisiste ser enfermero, o querías estudiar otra cosa?”, consultó Salta/12. “Siempre quise", respondió. "Iba al Hospital y estaba enfermo y me llamaba la atención que a muchas personas de mi pueblo les costaba comunicarse con el médico. Entonces pensé en ser enfermero para poder ayudar a mi comunidad”. Incluso contó que a los 16 o 17 años inició esa interlocución entre sus paisanos y el sistema de salud.
Su mensaje para chicos y chicas de las comunidades es que “sigan estudiando para que salgan adelante”.
Estudiar y trabajar en una ladrillería
Ernesto Juárez tiene 25 años e integra la comunidad wichí de Kilómetro 7, ubicada sobre la ruta nacional 86, en la jurisdicción de Tartagal, cabecera del departamento San Martín.
Su primer contacto con el castellano también fue en el jardín. Si bien la primaria pudo hacerla en la escuela cercana de la comunidad Asamblea de Dios, ya para el secundario las cosas se dificultaron. “Los chicos tenían que ir para el centro (en Tartagal) y era complicado porque no pasaba el colectivo”, contó a Salta/12. Pero justo cuando terminó el nivel secundario se construyó un aula anexo del colegio en la comunidad donde logró cursar hasta tercer año, haciendo cuarto y quinto del secundario en la comunidad La Mora.
“Algunas palabras (del castellano) todavía no comprendo, son palabras técnicas que vamos aprendiendo”, dijo al resaltar que hay términos “que nunca escuché en la escuela primaria”.
Como experiencia propia contó que cuando iba al Hospital “mi mamá no entendía casi nada de lo que le decían y yo solo entendía algunas palabras”. Esa situación lo hizo elegir enfermería porque “veo que mis paisanos van al Hospital y hay cosas que ellos no entienden, y estaría bueno que haya gente que pueda ayudar”.
Por ahora debe tomar el colectivo todos los días respetando los horarios del transporte. Pero también trabaja cortando ladrillo. “Y el trabajo este es duro, uno pica la tierra”, describió. Su deseo es que al terminar la carrera “pueda conseguir trabajo” como enfermero.
Una familia en la Universidad
Anabel Villalba también es de Kilómetro 7 y está ya tercer año, cursando la última materia del cuatrimestre. “Con suerte me recibo el año que viene”, dijo.
A diferencia de sus compañeros que hablaron con este medio, en su caso la barrera del idioma no fue tan complicada. “Desde chiquita hablábamos (el castellano), en la familia y en la escuela no fue difícil”.
Tanto su tío como su hermana accedieron a la Universidad y continúan estudiando. Y en su casa, todos los que tienen la edad requerida para la etapa, están escolarizados.
Entre las dificultades que atraviesa cotidianamente cuenta que a veces “es imposible llegar a tiempo a las clases de las tardes porque el colectivo recién pasa a cierto horario. Entonces en lugar de llegar a las 4, llegamos a las 5. Y lo hablamos con los profesores”, afirmó.
Por ahora logra seguir por la ayuda de sus familiares y su pareja, quienes la ayudan no solo a estudiar sino también con la crianza de su hijo.
Contemplar el contexto cultural y cotidiano
“Tanto las (Becas) Maxi Sánchez como cualquier otra beca no contemplan el contexto de vida cotidiana y la cultural de los estudiantes”, evaluó la responsable del Servicio de Orientación y Tutoría de la Facultad de Ciencias de Salud de la UNSa, Alejandra Bergnagna. “La beca está buenísima como política pública pero no cumple su función”, añadió. Explicó que tiene exigencias que en algunos casos son de imposible cumplimiento para estudiantes de las comunidades que ya vienen sorteando muchas dificultades para llegar a la Universidad.
Detalló que entre las exigencias para continuar con la beca, “debían tener como mínimo dos materias finalizadas en el año lectivo a diciembre. Tuvimos que pelearla para que se reconozca a marzo. Solo 40 chicos (se estima que son 100 los que recibieron las primeras becas) lograron el objetivo. Solicité entonces que se pueda entrevistar a los demás becarios para conocer por qué no pudieron cumplir y pudimos incorporar a 18 más”, afirmó. Muchos de ellos no tenían finalizadas las dos materias, pero sí regularizadas todas las cursadas en el año.
Asimismo, dijo que “Los que acceden no manejan muchos términos técnicos”, afirmación que confirma las impresiones de estudiantes entrevistados por este diario. Frente a ello, la Universidad creó el grupo Comunidad de Estudiantes Universitarios de Pueblos Originarios (CEUPO), que inició sus estudios en la Facultad de Ciencias de la Salud en 2009. Ya al año siguiente se usó la estrategia del “tutor par”, que involucra el acompañamiento de un estudiante avanzado con más de 50 por ciento de la carrera aprobada para ingresar como voluntario. Solo en caso de que no haya suficientes postulantes se busca a un estudiante que no sea de los Pueblos Originarios.
“Otra línea de trabajo es la visibilización y recuperación de pautas culturales y profundización de la identidad y recuperación de conocimientos ancestrales”, contó Bergnagna a Salta/12.
Consideró que la gran debilidad de la beca es “la falta de pago”, o en este caso, el retraso. “La mayoría de estudiantes beneficiados están en albergues donde van quienes integran Pueblos Originarios. Si bien tienen garantizado el alojamiento, no la comida, acceso a internet, o a fotocopias”, indicó. La segunda gran debilidad para la renovación es que “no toman en cuenta las diferencias culturales”.
Otro desafío que queda por superar a nivel institucional es que de aquellos que lograron sortear todos los obstáculos y recibirse, muy pocos vuelven a trabajar a sus comunidades, “que son las expectativas que hay cuando llegan” a estudiar.
En el medio y pese a todas las falencias, considerar que estudiantes de comunidades originarias que trabajan en ladrillera, o se dedican a la pesca mientras estudian, puedan llegar a tener un título universitario, solo es posible por la existencia de la educación pública y gratuita.