Borges lo cuenta en los diarios de su amigo Bioy Casares: un grupo de escritores mexicanos le ha propuesto integrar un equivalente latinoamericano al Nobel, tan retaceado a estas tierras. Como de costumbre, Borges disiente. Para tener algún valor, indica, el premio deberá ser universal y, al menos en sus primeras ediciones, otorgado casi exclusivamente a escritores suecos. La ironía borgeana es transparente: los premios no son de quien los recibe sino de aquel que los da. Los festivales de cine no son una excepción a la norma. Sin embargo, esa excepción existió, al menos una vez. Esta es la historia de uno de los escándalos más comentados del cine argentino, que por estos días cumple 65 años. La del único premio otorgado por un festival cuyos destinatarios pudieron decir con justicia que se lo habían ganado. A puño limpio.
El marco es el Primer Festival de Cine Argentino de Río Hondo, Santiago del Estero. El año es 1958. Un detalle: el jurado está presidido por el implacable crítico del diario El Mundo, Raimundo Calcagno, alias Calki, que ha desistido públicamente de escribir sobre filmes nacionales debido a la resistencia provocada por algunos de sus artículos. Segundo detalle: la presencia de Hugo del Carril, presentando Una cita con la vida, su regreso a la dirección tras las volteretas de la “Libertadora”, la cárcel y los estrenos furtivos. Otros participantes destacados son los directores Leopoldo Torres Ríos y Rubén Cavallotti, hay una magnífica retrospectiva de la fotógrafa Annemarie Heinrich, la comida es buena; en fin, todo va bien... hasta la gran noche.
Porque Calki no escribirá sobre cine argentino pero eso no le impide juzgarlo y ante los micrófonos declara desierto el primer premio. Escándalo. Gritos. Hugo del Carril, furioso, quiere treparse al escenario. Actores y actrices amagan con seguirlo. Previsor, el jurado se refugia entre bambalinas. Los cortinados se agitan durante un cuarto de hora, ahítos de sombras y bultos que se menean, hasta que las autoridades del festival emergen de su interior para anunciar que –tras profundas reflexiones– han decidido entregar el primer premio al film de Torres Ríos. Cavallotti y del Carril quedan respectivamente en segundo y tercer puesto.
Ya a salvo en Buenos Aires, Calki hace tronar el escarmiento. Escribe en El Mundo: “Ya sabemos que decir la verdad, con respecto al cine nacional, es muy peligroso. (...) De pronto, un triunfador, que no titubeó en grabar ‘la marcha’ famosa para plegarse a un tirano y sacar provecho de la situación, acomete como un energúmeno contra un periodista que vive de su trabajo, y cometió el pecado de no gustarle del todo su última película (...) Yo, que no conozco más marcha que el Himno Nacional, y canto sus verso “Libertad, libertad, libertad” con particular unción, y que he sufrido calladamente –porque otros sufrieron más– cuatro años de prohibición en el periodismo, por no aceptar las órdenes oficiales de elogiar las malas películas de Amadori y otros serviles al dictador (...) declaro que el fallo del jurado (...) estuvo animado por el más sano propósito de dar seriedad al Primer Festival del Cine Argentino y colocar frente a la realidad a los que lo aman de verdad, para estimularlos a que se superen, no negando errores y arrebatando premios de prepotencia –como en la era afecta al cantor de la marcha– sino haciendo grandes películas”.
La solicitada de Calki es clara. El problema con Hugo del Carril no era cinematográfico sino musical, o más bien de repertorio. La “marcha”, mencionada no menos de cuatro veces y a la que presumimos peronista, parece ser uno de los motivos del fallo, o acaso el gran motivo. El único inconveniente fue que el cantor se negara a aceptar la cachetada pública que dictaba el almanaque oficial, prefiriendo comportarse como suele hacerlo en las películas. A continuación, Del Carril respondió al crítico, explayándose en Radio Splendid sobre “una manifestación canallesca y arteramente elaborada por un oscuro personaje de pluma venenosa e intenciones aviesas”. Calki demandó al director por daños y perjuicios.
El episodio santiagueño no daría más que para una columna en Radiolandia sino ilustrara tan cabalmente el desencuentro entre cierta parte de la crítica y algunos realizadores. Calki había sabido transitar por ambos mundos: sus guiones habían sido interpretados por el mismo del Carril, entre otros, y muchas de sus intervenciones en la prensa defendiendo a “obras malditas” como la genial La vuelta al nido (Leopoldo Torres Ríos, 1938) terminaron siendo providenciales. Pero para 1958 se imponía el viraje que indicaban los tiempos y cualquier matiz que no tuviera la contundencia de una patada en el maxilar podía ser interpretado como una muestra de debilidad. Reunir en un primer festival de cine argentino a autores como Del Carril, Torres Ríos o Cavallotti para declarar el gran premio desierto resultaba tan elocuente como pegarse un tiro en el pie; un desacierto al que incluso pequeñas rencillas privadas no podrían explicar del todo.
Ignoro el fallo de la justicia sobre la demanda iniciada por Calki, pero no fue esa la última vez que el crítico visitó los tribunales. En 1965 fue condenado a un mes de prisión en suspenso por manifestar en un artículo su oposición a la censura del film El silencio, de Ingmar Bergman. Casualmente, el tristemente célebre Paulino Tato (titular desde 1968 hasta 1983 del Ente de Calificación Cinematográfica), era un viejo conocido de Calcagno: bajo el seudónimo de “Néstor” había sido su antecesor en la columna de El Mundo. Con el estilo que lo caracteriza, el poder (judicial) había reunido finalmente a los viejos camaradas en pugna.