La alegría de encontrar un texto que consigue hablar de la muerte sin caer en golpes bajos, más cuando esa muerte se trenza con tantas otras, las de la pandemia por covid, las de tantxs viejxs que se fueron yendo por miles de razones: el aislamiento, la soledad, otras enfermedades no tratadas a tiempo por la urgencia del coronavirus.
Esa catástrofe mundial que nos atravesó hace tan pocos años y que todavía estamos metabolizando recién empieza a aparecer en productos artísticos: "Lo que demora el olvido" (Corregidor) es la primera novela de Natalia Neo Poblet, llamada ella casi igual que su tía famosa, la que llevó adelante un espacio cultural de la ciudad de Buenos Aires como la librería Clásica y Moderna. Algo de su perfume está en estas páginas, cargadas de rituales y de emoción, con la impronta de quien quiere aprovechar hasta el final el amor de su mamá y a la vez se resiste a perderla. Todo lo que duele, lo que sangra y lo que se termina se condensa en sus pequeñas conversaciones, y a la vez recargan de ternura a quien lee, como si esa emoción estuviera prohibida cuando se trata de vínculos madre e hija, tantas veces escritos en clave tortuosa.
"La literatura sobre la relación madre e hija abunda pero la mayoría es desde el conflicto. Creo que tal vez el vínculo particular que yo tuve con mi mamá fue un punto de llegada. Tomé la decisión como hija de acompañarla en su vejez, un reencuentro de las dos con cosas muy trabajadas" cuenta Natalia, también psicoanalista y gestora cultural, creadora del formato virtual La Solapa junto a Laura Galarza, donde recomiendan "excelentes libros en pocos minutos" (se puede ver en YouTube).
¿Es una decisión conciente y firme que madre e hija se lleven tan bien, que parezca que no hay fisuras entre ellas?
--Ella hizo lo que pudo, me tuvo a los 42 años así que es totalmente de otra época. Y esto se notó mucho, porque ella era del año 34, tenía otra cabeza, otra crianza, por eso cuando yo cuento que le digo que soy lesbiana ella no lo pudo entender. La relación madre e hija nunca es fácil pero en mí hubo una aceptación de que yo quería acompañarla en ese momento y decidí dejar de lado algunas cosas. La terapia también me ayudó mucho. Y ella también cambió, porque no era afectuosa pero en su vejez sí se volvió afectuosa.
Decidiste no contar la parte oscura...
--Sí. Yo sabía que esos eran los últimos momentos de mi mamá y la quería disfrutar. quería quedarme con haber puesto todo de mí, que ella se vaya del mundo bien conmigo. Y además fue una madre que me dio mucho, después lo entendí.
La escena en la que le hacés masajes es muy tierna…
--Sí, me parecía importante contar esa cercanía. En Ezeiza, donde está la quinta de mi familia y que está muy mencionada en el libro, tuve momentos de soledad con ella muy especiales. Para mí era muy fuerte esa situación, hay algo que se da vuelta que es que una pasa a ser cuidadora de su madre, como si se invirtieran los roles. De todas formas, yo siempre quería seguir siendo hija. Yo iba con las ganas de que ella me siga ubicando en el lugar de hija. Y así era.
A pesar de que son dos que se están despidiendo, también hay mucha felicidad en el libro...
--Sí, la casa de Ezeiza era un espacio de encuentro con amigos, y sigue siendo así. La casa se llama "La tregua" y es eso: un refugio. Aunque a mí se me presentó enseguida la posible muerte de ella, yo llegaba de visitarla y me ponía a escribir: no me vi con ningún amigo o amiga por el cuidado de ella. Nos veíamos con muchísima precaución solo si era una emergencia. Mi mayor miedo era que cada encuentro sea el último, entonces escribía todo. Fue como armar un diario de sus últimos momentos, y sí, eso me trajo mucha felicidad.
La pérdida de memoria gradual de tu madre abre una pregunta sobre el lenguaje y sobre cómo la lengua siempre es materna.
--Al desaparecer la memoria de mi madre, yo me iba borrando. Una es a partir del otro y del recuerdo del otro. Si a alguien le falla la memoria y no sabe qué acaba de comer, no pierde la referencia.
No se acordaba pero a la vez se obsesionaba con los mismos temas, siempre orbitaba en las mismas zonas de conversación...
--Sí, era una repetición mecánica, como si algo hubiera quedado suelto y se repetía en su cabeza: su mundo se achicó a un pañuelo. Una mujer que viajó, que era profesional, trabajó desde muy joven (era bibliotecaria y traductora pública) súper independiente para su época… hasta su propio departamento se achicó para ella y había espacios en los que ya ni circulaba. Eso del lenguaje es re interesante porque cuando nacemos somos hablados por el otro y esa es la lengua materna.
Hay un momento donde la pregunta a la madre sobre la belleza de la hija es clave porque una como lectora dice “si ahora le dice que no, ¿qué hacemos?”. Pero ella da una respuesta amorosa y todo se resignifica entre ellas.
--Claro, por suerte dice que sí (risas). Ella ya no era ella al final, la misma de siempre. Y yo estaba todo el tiempo tratando de encontrarme con algo de lo que había sido pero sin duda ese registro del detalle fue muy importante para la narración total.
¿Escribir el libro te ayudó en el duelo?
--Muchísimo. Estuve muy mal. Ella murió el 14 de octubre del año pasado y yo estuve muchos meses muy triste, pero cuando salió la novela sentí que algo de ella revivió.
Hay un recuerdo de tu tía, Natu Poblet, y del impacto que tuviste al verla hacer lo que quería. ¿Ella te inspiró en algún sentido?
--Sí, mucho. Mi mamá me puso Natalia por ella así que es re fuerte la conexión. Me iban a poner otro nombre y finalmente se decidieron por éste, y es que ellas tuvieron una infancia muy compartida, muchas vivencias juntas. Eran primas hermanas, mi mamá era apenas mayor que ella y crecieron ensambladas. Me acuerdo patente del día que la conocí: iba con mi mamá en el 132 y pasamos por la puerta o la esquina de Clásica y Moderna y mi mamá me dijo "Vamos a visitar a Natu". Yo vi a una mujer de unos pelos colorados tomándose un whisky a las tres de la tarde, y ella a mí ni me miró ni me registró. A Natu no le gustaban los niños y fue muy gracioso porque yo no dije una palabra pero por dentro quedé obnubilada.
El pasaje donde le decís a tu mamá que te gustan las chicas, es algo que luego no se retoma en el resto de la novela. Es una dosis homeopática de algo que luego está ahí y no se evade ni se agranda. ¿Lo pensaste así?
--Es que fue así y funcionó de esa manera en mi vida real, entonces fluyó al escribirse. Mi mamá siempre amó a mis novias pero ese primer momento fue duro. Y fue con Natu que yo pude hablar el tema de la sexualidad y eso fue una referencia, era una mujer muy sabia. Para ella la vida pasaba por los deseos.
Otra identidad tuya es la del psicoanálisis ¿Puede ser que exista una resistencia a no salir del clóset en el mundo psi?
--Totalmente. A ver: no es que los y las analistas tengan que salir a hablar de su identidad sexual sino que en algunas escuelas psicoanalíticas son tan conservadores que hay cierto ocultamiento entre colegas: no decir o no contar. Por otro lado, el gran problema que tienen algunos psicoanalistas es que no salen de la teoría edípica: los varones tienen, las mujeres no tienen. Eso me parece muy heteronormativo y muy heterosexista. Hoy hay mucha más bibliografía, conversatorios, se habla de lo lgbt en todos lados, pero yo tuve analistas que tenían una teoría bastante edípica y que seguían esa línea, infiriendo cierta cuestión de la envidia del pene. Dentro del mundo psi las psicoanalistas mujeres que son lesbianas no suelen decirlo porque por el momento sigue siendo un universo muy conservador. Y es contradictorio porque el psicoanálisis es un lugar de libertad. Todavía hay instituciones que funcionan de un modo muy tradicional, y no sé por qué es pero el silenciamiento es evidente.
¿Y vos al ser visible tenes menos pacientes?
--No. Tengo amigas que sé que lo ocultan pero no tengo claro por qué. y son personas que no son conservadoras pero respetan las categorías de una institución donde eso no circula. Ojalá se rompa pronto.
Claro, pero si todas callan, nunca se rompe el conservadurismo…
--Sí, es así, queda invisible y se sostiene en el tiempo. Para mí es indispensable moverme en el mundo como lesbiana pero también fue un punto de llegada, un trabajo, un proceso. No recuerdo que en mi infancia hubiera modelos de mujeres a la que les gustaran mujeres. Para mí hubo un antes y un después de la ley de matrimonio igualitario, me cambió completamente poder nombrarme. Al día siguiente tuve una sensación de dignidad, de poder tener los mismos derechos que todo el mundo. Y con el tiempo, qué liberación, porque qué embole vivir en las sombras. Yo pienso el psicoanálisis mas como una política, donde no hay centro, es un espacio horizontal que tiene que ver con conquistar intimidad, con generar un espacio donde poder pensar al otro. Si detras de eso está el ocultamiento de lo que soy, hay algo que no está bien.
¿Qué resonancias te trajo desde que la novela está circulando?
--El amor madre e hija y las demostraciones de amor son lo que impactan y gustan mucho. No tiene golpes bajos, no es un drama y también implica mostrar la vejez, que también es algo invisibilizado. No es una vejez decrépita ni decadente. Por un lado el tema de la vejez y por otro del Alzheimer, del que también se habla poco, o no de la enfermedad propiamente sino de lo que pasa ahí. Fuimos afortunadas las dos de tenernos en esa vejez de ella.
Fragmento de "Lo que demora es el olvido"
Coloco las cápsulas en la máquina de café mientras busco las tazas y las cucharitas. ¿Querés comer algo? Es una pregunta que nunca dejó de hacerme. Comé que estás muy flaca, agrega siempre a continuación. A pesar de haber sido remodelada, la cocina es la misma de siempre. Fue acá cuando me animé a decirle, junto a mi hermano mayor, que estaba de novia con una chica.
En ese momento, el silencio nos invadió por unos minutos. A mamá se le transformó la cara. Pocas veces la vi enojada. Ella dice lo que piensa, defiende su postura y te lo hace saber. También escucha qué tenés para decirle. Pero su enojo es porque se angustia. Mamá siempre fue muy reservada. Nunca escuché que hable mal de alguien. Es racional. Creo que quizás por eso y otro tanto por la crianza que recibió, fue muy poco cariñosa.
Cuando Fernando le dice que no puedo tener una vida a puertas cerradas, sentí que con mamá algo se rompía. Todos los fantasmas de abandono de amor, me invadieron. Sabía que a ella le iba a costar y que necesitaría tiempo, pero en ese momento parecía que me estaba soltando la mano. Creo que el dolor que sintió fue ante ella misma. Llegó a replantearse su embarazo, la crianza y la familia que había formado. Me lo dijo tiempo después.
Mamá volvió a hablarme al mes. me mandó un mail diciendo que me esperaba a almorzar con mi novia. Acepté esa invitación y fuimos. Nos cocinó una carne al horno rellena. Mamá prefiere tratarla como mi amiga. Le da charla como si nada.
Lo que demora el olvido se presenta el sábado 23 de septiembre a las 18 horas en el Auditorio de la Asociación Bancaria, Sarmiento 337, CABA, junto a Débora Mundani, Liliana Viola y Alejandra Laera.