Aunque recientemente Evaristo Editorial publicó Magia para principiantes, ése no es el primer libro de Kelly Link. En esta re-introducción de una autora contemporánea fenomenal faltaba su debut de 2001, Pasan cosas más extrañas (traducido por Tomás Downey). La colección de cuentos se editó originalmente en la pequeña editorial Small Beer Press pero trascendió con fuerza. Neil Gaiman dijo que era la mejor cuentista que existía en la actualidad y aunque no fue sólo ese comentario lo que llevó a Link a las grandes ligas –candidatura a Pulitzer, MacArthur Genius Award– ayudó mucho. Sobre todo ayudó que la consideración fuese certera: lo que Link hace es estrafalario, hermoso y no se parece a nada; y la gracia de su escritura, melancólica, delirante, anclada en los cuentos maravillosos, tampoco tiene demasiadas comparaciones.
Quizá sea el espíritu under: aquella editorial que descubrió a Link también publicaba su fanzine Lady Churchill's Rosebud Wristlet. Esencialmente estos cuentos son relatos de género nacidos en la escena subterránea que ella conoce muy bien.
Últimamente, y sobre todo en círculos literarios en idioma castellano, se define lo que ella hace como “weird” pero el weird es un género particular, no quiere decir “raro”, no funciona con la traducción. Los cuentos de Link son raros como tantas cosas son raras, como una chicharra es rara o un agujero negro. En Estados Unidos llaman a su trabajo slipstream, un subgénero que reúne ciencia ficción, fantasía y ficción literaria (término en código para decir “bien escrito”). Otros lo llaman realismo mágico. Es testimonio de su genio esta dificultad de definición. En Pasan cosas más extrañas recorre varios géneros con diferentes estilos pero hay una tendencia más profundizada que en otros textos: la de retorcer, reescribir y recrear los cuentos de hadas pero no a la manera de Angela Carter sino de tal modo que son referentes para que la escritura escape en todas direcciones. Una manera de decir que esas historias, en su universalidad, son la condición para la ficción y el germen de las narrativas de la imaginación.
Hay muchos cuentos en este libro que fueron antologados y que son clásicos para los lectores de Link, en parte porque, siguiendo con el espíritu under, están bajo licencia de Creative Commons y se pueden bajar gratis. Esto no es para desalentar a lectores porque la versión en castellano es brillante, gracias a una muy buena traducción de Downey. Este año la autora –que tiene 54 años y nació en Florida– publicó los cuentos de White Cat, Black Dog y la llamaron “la reina del cuento de hadas literario”. Por ahí va.
Uno de esos “clásicos” es “El sombrero del especialista”. Historia de niñas fantasma en una casa embrujada que destruye cada convención (“Cuando estás Muerta –dice Samantha– no te tenés que lavar los dientes” es su primera línea), se lee como un cuento de hadas entre gótico y febril, con bosque incluido, niñera amorosa y un malvado indefinido que se llama El Especialista. Es terror, como muchos cuentos de hadas, con sus niñas atrapadas.
Otro cuento espectral es “Clavel, azucena, azucena, rosa” sobre un hombre muerto que, desde un peculiar más allá que se parece a un hotel de playa fuera de temporada, trata de escribirle a su esposa mientras se va desintegrando y lo persiguen unos seres espeluznantes que parecen niños enfermos. El hombre apenas recuerda el nombre de su mujer, pero sí el amor.
“Clases de vuelo” y “Viajes con la reina del hielo” son dos relatos de reinvención o reescritura del cuento de hadas. June es la protagonista del primero, una chica que trabaja en un hotel en Edimburgo y, cuando va a la playa, conoce a un chico delicado que, le cuenta, no tiene mamá porque hace años la mató una bandada de pavos reales. Tiene tres tías, que lo criaron. Una de ellas es escritora pero eso no importa: lo que interesa es que es una tríada de mujeres poderosas como las de las mitologías, en especial (por la geografía) la Triple Diosa de los mitos celtas, o las tres brujas de Macbeth. Como una Orfeo con género cambiado, cuando el joven desaparece ella tiene que ir a buscarlo al inframundo, pero en subterráneo. Y Link escribe: “Los muertos titilan a tu alrededor como velas. Están quemando sus recuerdos para entrar en calor. Quizás se rocen contra tu cuerpo, atraídos por lo que adentro tuyo es más fuerte y más caliente y más brillante. No les hables”.
En “Viajes con la reina del hielo” la viajera es una joven que va hacia el norte y cuyo mapa es un espejo. Los vidrios suelen caerse al piso y la lastiman, de modo que deja un rastro de sangre. “Señoritas, ¿habían notado que los cuentos de hadas no son muy amables con los pies?” se pregunta, y luego contestará a la pregunta. La viajera está detrás de un novio que, cree, la dejó por la Reina del Hielo. Pero después de mucho recorrer se da cuenta de que es el movimiento lo que le interesa, no recuperar ese amor poco interesante. “De zapatos y matrimonio” es casi un ensayo sobre pies de mujeres en los cuentos de hadas y la fantasía, desde el fetichizado zapato de cristal hasta los zapatos rojos de Dorothy en las múltiples citas a El mago de Oz o un repaso por la obsesión zapateril de Imelda Marcos, todo en clave de ultra ficción por supuesto.
Tres cuentos muy distintos al resto son particularmente hermosos: “La mayoría de mis amigos son dos tercios de agua” es una historia de amor-desamor en clave de ciencia ficción urbana (o leve paranoia urbana) en la que el mejor amigo de una joven escritora –que no escribe– cree que todas las mujeres rubias son extraterrestres, y tiene un poco de evidencia. “Desaparición” roza el cuento de suburbio norteamericano a la Salinger, con una pareja de misioneras que deja a su hija, Jenny Rose, en casa de sus tíos mientras ellos siguen en Indonesia. Jenny se pasa el día encerrada mientras sus primos la espían: son los años 70. Jenny, que pasa muchas horas inmóvil en la cama, está tratando de desaparecer. A su alrededor los adultos están ausentes y ella se aferra a las cartas de sus padres y al paraíso donde los pescadores cuelgan linternas de vidrio de sus botes. Y “La fiesta de los sobrevivientes, o la Expedición Donner”, que transcurre en Nueva Zelanda, tiene uno de esos giros extraños (en el sentido “weird”: cuando una realidad se derrumba y revela a la otra, que ocultaba) parecidos a Robert Aickman en un hotel asfixiante, con final de fiesta, mascarada y aparición de los inquietantes sobrevivientes del título.
No hay nada tradicional en Kelly Link y su ficción no es inquietante sólo porque tenga algunos elementos macabros, sino porque es inesperada y a mano alzada. Link es editora, es fan de la literatura de género, es una especialista. Esa dedicación se nota en estos relatos intrincados y deliciosos que obligan, gracias a su encanto, a seguirla en cada desvío, en cada uno de los caminos nevados y llenos de vidrio que propone, y también hacia dentro de los bosques de terciopelo.
Pasan cosas más extrañas
Kelly Link
Evaristo Editorial
375 páginas