Los libros de criminología suelen ser bastante aburridos. Por eso pocos son los que superan la vara del primigenio Atlas de Lombroso, matriz de la criatura donde reside la sustancia fascinante del problema: el orígen del crimen y el Mal que lo envuelve. Desde entonces un buen libro de criminología debe ser ágil, atrapante, como si se tratase de Dotoievski pero basado en hechos reales, con riguroso análisis y teoría.
Esto lo supo de entrada el recientemente fallecido Howard S. Becker, no sólo por sus investigaciones en el campo del delito y la sociología (recordemos su clasico Outsiders, de 1963), sino por sus enseñanzas (sus trucos de oficio) sobre el arte de escribir en ciencias sociales, para desacademizar obteniendo lectores entre el público no especializado, sin dejar de lado la complejidad del asunto.
Podríamos decir que Jack Katz (nacido en Nueva York en 1944) se encuentra entre uno de sus mejores discípulos. Seductions Of Crime: Moral And Sensual Attractions In Doing Evil (aquí traducido como Los encantos del delito: Atracciones morales y sensuales de la maldad) fue publicado por primera vez en 1988, y se ha tornado también en un clásico. Uno que invita a comprender los fenómenos criminales desde el enfoque del interaccionismo simbólico, lo que supone que los cambios en las violencias interpersonales (consideradas delictivas) no pueda ser explicadas por las características de nivel macro, sino desde la disección microsocológica que de cuenta de variables cualitativas y el seguimiento de las trayectorias en juego.
Las pandillas juveniles, las asociaciones diferenciales durante los encarcelamientos, los encuentros con las policías y las rencidencias ante los tribunales, son ya todo un clásico de la criminología norteamericana que ha dado intensos debates académicos y un copioso y complejo material del que carece la criminología de otros países que siguen aferrados a las generalizaciones y al sesgo de los instrumentos estatales de medición/investigación. En el caso de Katz, no necesita hacer un repaso de cada una de esas discusiones aunque tampoco las pasa por alto (su lado brillante es también saber narrar incoporando el problema detrás). Los casos y ejemplos que brinda suponen discusiones implícitas con matices teóricos, como vueltas de tuerca de la llamada labeling theory.
Así, la idea de emociones desplegadas y la dinámica sensual de los actores a la hora de involucrarse en robos, asesinatos y otras transgresiones le permite a Katz entrar en la descripción minuciosa de situaciones y relatos de acontecimentos delictivos de una forma bastante original, eludiendo el mal como mera seducción metafísica (como sí ocurre en Sartre a la hora de analizar el delito en Jean Genet). Los estudios centrados en la psicología de los delincuentes o en el entorno social no tuvieron en cuenta los atractivos positivos, a menudo maravillosos, de la experiencia vivida de los que transgerden la ley.
Es decir, se trata de una teoría fuera de cualquier esencialismo y la deducción de categorías a partir de la observación del proceso cultural de conformación emocional de la delincuencia situada como hecho social, y –quizás esto sea el gran entretenimiento del libro– una teoría inferida del propio barrio, de sus actores, de las violencias urbanas que se suceden ante su vista. Ello incluye, por supuesto, a la etnografía como metodolgía central, pero también la apelación de registros más diversos: audiovisuales, fuentes periodísticas, breves biografías de trayectorias de los miembros de las pandillas, música, y mucha cultura popular. Las referencia de Katz a la literatura son también explícitas, en especial con el género de non fiction, las obras de Truman Capote y Norman Mailer, como insumos inevitables a la hora de que los cientistas sociales usen todos los imaginarios sobre la inclinación al crimen.
“No es el buen sabor de la pizza lo que provoca el robo, sino al contrario: el robo hace que la pizza sea sabrosa”, frase que podría explicar el acto criminal como fenómeno expresivo en el que la “seducción por el mal” constituya la búsqueda de nuevas sensaciones, y no el simple proceso de conducta antinormativa. “La pizza es sabrosa porque la robamos” y esa es una cualidad seductora del delito, un plus de su goce. Y ahí está también la atracción por “hacer algo prohibido”, ese condimento que los demás no pueden –o no se atreven– a hacer; por lo tanto la pizza les sabe sosa, no les sabe igual de rica.
De allí que Katz infiera que para sentirse especiales frente a esos “otros” que no se atreven, que no se sienten atraídos por el encanto de la infracción y su universo de sensaciones, se trata de adquirir cierta autoestima que no hubieran podido conseguir mientras eran simplemente “ciudadanos legales”. De este modo se separan los meros amateurs de las elites callejeras, de los llamados “ladrones profesionales” y a la figura del badass (el malo, atrapado en la seducción del delito); trayectorias que se difrerencias y reivindican a sí mismas a través sus propios estreotipos, y dan cuenta que el delito no es sino el resultado del proceso de su interacción simbólica de las trayectorias en juego.
Desde ya que la cuestión se presenta más compleja, y vale la pena sumergirse en este libro fascinante para comprender fenómenos que, si bien no son extrapolables a otros territorios y países (cada lugar tiene su encantos delictivos), nos sirven para pensar desde otras perspectivas. En países como la Argentina, las herramientas conceptuales de Katz podrían ser una guía sugerente para entender el mundo de las drogas ilegalizadas, las conductas de los jóvenes, pero especialmente las tramas subyacentes como los reclutamientos de los mal llamados “menores” para cometer delitos y la irrupción de violencia predatoria.
Estamos hablando de un volumen de 654 páginas, un enorme trabajo de traducción de Nahuel Roldán, y con introducción a la edición que la realiza el propio Katz (“Resistir a las seducciones del Estado”), la publicación de la Universidad Nacional de Quilmes introduce por primera vez en el país un material necesario para discutir con mayores elementos temas que los medios y nuestra academia banalizan o explican con análisis perimido.
Los encantos del delito
Jack Katz
Universidad Nacional de Quilmes
654 páginas