Falta poco menos de un año para que se celebre en París una nueva edición de los Juegos Olímpicos, fecha que tendrá en vilo a millones de personas que alentarán a atletas de distintas partes del globo, de las más diversas disciplinas: judo, esgrima, natación, bádminton, golf, skate, saltos ornamentales, remo, escalada, y sigue la lista. Por supuesto, la capital francesa ya puso en marcha los preparativos, al igual que sus galerías de arte. Para prueba, el Palais Galliera, también conocido como el Musée de la Mode, que ha montado una exposición con ecos olímpicos que ya es sensación en la cité de las luces. Hablamos de La mode en mouvement, muestra en curso que exhibe unas 250 prendas que recorren la evolución de la pilcha deportiva -principalmente, la femenina- durante los últimos tres siglos, en cartel hasta el 7 de septiembre de 2025. Sí, hasta el 2025, un buen rato, pero no sin algunas modificaciones: hasta tres veces la curaduría renovará el guardarropa de la expo para pavonear las tantas perlas de sus reservas.
Evidentemente hay mucha tela para cortar sobre el tema, para entender que no se llegó a las socorridas jogginetas y zapatillas de la noche a la mañana; hubo un tiempo no tan lejano en el que, para caminar por el prado, las damas debían aguantar los bustos encorsetados y las múltiples enaguas. Escollos para el confort que, con el correr de los siglos, se fueron superando, como invita a observar esta propuesta, donde puede verse antiguos faldones adaptados para facilitar el senderismo, bañadores pretéritos (de lana, del XIX, con mangas largas y pantalón hasta la pantorrilla), descubrir al antepasado de la riñonera o, ya más cerca en el tiempo, repasar las primeras colaboraciones entre marcas y deportistas.
“La ropa específicamente diseñada para facilitar el movimiento del cuerpo nació en el siglo XVIII en Inglaterra, cuando la aristocracia y las clases altas comenzaron a practicar actividades de ocio como la caza con perros y zorros, las carreras de caballos; también la lucha libre y el boxeo”, señala Marie-Laure Gutton, curadora principal de la exposición, y añade que “es durante el XIX que se va instalando la idea de que el ejercicio contribuye a una mejor salud individual y, en consecuencia, a una sociedad más saludable, alentándose este tipo de prácticas por las políticas sanitarias de la época”. Aclara, por cierto, que La mode en mouvement no repasa únicamente la indumentaria creada para hacer ejercicio sino que pretende contar una historia más amplia: cómo influyó este tipo de vestimenta en las prendas cotidianas, abonando a un paulatino cambio de mentalidad, avanzando hacia una moda que se adapta al movimiento del cuerpo y, poco a poco, lo libera de siluetas restrictivas.
Acaso el caso testigo -según manifiesta esta experta en la materia- sea el pantalón, “y cómo el ciclismo contribuyó en gran medida a que empezaran a usarlo las mujeres”. Hacia finales del siglo XIX, cuando se extiende el uso de la bicicleta, ellas se montan a este símbolo de libertad en ruedas, ostentando sus bloomers, que -como bien se sabe- recibe su nombre de la periodista sufragista Amelia Bloomer, pionera en imponer entre ladies de avanzada los bombachos de estilo turco. Así las cosas, esta prenda inicialmente fue asunto de pequeños círculos entre las chicas de las élites, a las que se les permitía la digresión solo en los ratos de ejercicio. Y no sin recibir un tirón de orejas de algunos médicos de la época, que aseguraban que la bici ponía en grave riesgo su fertilidad. Dicho lo dicho, si bien la Primera Guerra Mundial pausó el tiempo de ocio, popularizó las dos ruedas en tiempos de racionamiento.
Entre los tesoros que pueden verse en el Palais Galliera, museo ubicado en el pituco XVI arrondissement parisino, figura el gaulle o chemise de la reine; es decir, el ligero vestido de muselina, con capas drapeadas alrededor del cuerpo que fuera sonado favorito de María Antonieta durante su estancia en el Petit Trianon. Tanto le gustaba a la joven soberana el confortable modelo que así eligió ser inmortalizada por la pintora Elisabeth Vigée Le Brun en un cuadro de 1783, a pesar del escándalo que suscitó en la corte francesa este outfit poco estructurado que, para sus detractores, no estaba a la altura de su estatus. Otra joyita exhibida: un “traje de paseo” de la década de 1860 que, en sus días, le hacía un cachito más simple a las mujeres la engorrosa -aunque recomendada por sus beneficios para la salud- faena de salir de excursión. A través de un sistema de pequeñas cremalleras, se elevaba el largo de la falda unos centímetros, permitiéndoles caminar sin riesgo de tropezar o ensuciar la tela.
Cuenta la curadora que, varios años después, en la década de 1910, se adopta la costumbre de caminar activamente, casi al trote; y la ropa se adapta, cómo no, más ligera y menos restrictiva para “ajustarse a las exigencias de nuestra vida moderna: activa, agitada, con gusto por el deporte y los viajes rápidos”, en las expresas palabras de la revista francesa Femina, número del año 1914. No todo era miel sobre hojuelas, sobra aclarar: el uso de tacones ralentizaba la marcha… Y sí, faltaba todavía un buen trecho histórico hasta llegar a las suelas con cámara de aire contemporáneas.
“La tenista francesa Suzanne Lenglen (1899-1938), la nadadora australiana Annette Kellerman (1886-1975), la atleta gala Violette Morris (1893-1944); apenas algunos nombres de deportistas pioneras que nos vienen a la mente cuando pensamos en moda y movimiento”, anota la revista Harper's Bazaar, edición francesa, a cuento de la muestra. Señala que gracias a estas -y otras- mujeres el cuerpo “se vuelve más una vía de competición y rendimiento, menos un objeto sexual, volviendo más aceptable relativa desnudez: dejar al descubierto el tobillo, el brazo, la pierna…”. Al respecto, no sobra rememorar cómo la sirena Kellerman, tenida por inventora del traje de baño moderno, terminó en cana en 1907 por ¡indecencia!, al entrenar sin pudor alguno con una malla demasiado ajustada, demasiado reveladora.
La arrolladora y carismática Lenglen, por su parte, no solo fue una de las primeras grandes tenistas profesionales de la historia. “La Divina”, como apodó la prensa a esta multimedallista olímpica y ganadora de 31 títulos de Grand Slam, también revolucionó la pista con su estilazo: vestida por el visionario modisto Jean Patou, llevó a la cancha polleras plisadas y cortas, a la altura de la rodilla, convirtiéndose en un emblema de la moda a la vanguardia, que se trasladó a las calles. “Tres cuartas partes de la moda diurna que se ofrece hoy en París son de tipo deportivo. Sencilla, práctica y juvenil, constituye una influencia que cada vez se siente más alejada del ámbito de los deportes activos en favor de indumentaria para el día en general, para vacaciones y para viajar”, sentenciaba por aquellos años la revista Vogue. Vale decir que, además de musa de Patou, Lenglen se volvió embajadora de su maison, anticipándose a lo que sucede actualmente, cuando Coco Gauff colabora con New Balance, Djokovic es representante de Lacoste, etcétera.
Tan solo unos ejemplos, en fin, de cómo la evolución de la indumentaria fue de la mano de la democratización de las prácticas deportivas, ya sea el ciclismo, la natación, el golf, el esquí… La historia sigue, por supuesto, como demuestra el que posiblemente sea uno de los mayores objetos de deseo de la actualidad: las zapatillas en su sinfín de variaciones; las más deseadas, confeccionadas en colaboración con modistos como Rick Owens, firmas como Comme des Garçons, los y las atletas más top del panorama. Otra influencia duradera en tanto -como advierte la publicación Elle- esta forma de calzado está íntimamente ligada al ejercicio; las Converse, sin más, fueron originalmente creadas para jugar al baloncesto; y las Nike, para echarse unas buenas carreras…