Hay algo circular, entre cómico y destinista, en el vínculo que une al dramaturgo Mariano Saba con el director Francisco Prim. Devotos del teatro desde muy jóvenes, se conocieron de chicos en el taller teatral del Colegio Nacional de Buenos Aires y se hicieron tan amigos que cuando terminaron la escuela se fueron de viaje al sur a vivir una experiencia. Casi veinte años después, ya convertidos en teatristas con un largo recorrido, acaban de estrenar juntos una pieza “sobre el tiempo”, basada justamente en ese viaje y en esos recuerdos. En ella, tres amigos acampan cerca de un lago recordando sus días vividos y sus decisiones, pensando qué hubiera sido de ellos si tomaban otros caminos. Entre cintas de casete, amores del pasado y viajes a otras dimensiones, los protagonistas hacen un recorrido intenso por los vínculos que los unen. Entonces descubren algunas cosas sobre eso que da nombre a la obra: La química diaria.

Protagonizada por Pablo Mónaco, Fermín Varangot, Santiago Fondevila, Tomás Mejía, Flor Chmelik Martinec y Francisco Andrade, la pieza es, en palabras de Prim, “un humilde homenaje a la mítica saga Volver al futuro”, de la cual se asume admirador. Y es que para escribir el texto que le da vida, Saba mezcló distintas historias sobre viajes en el tiempo, que luego hizo confluir en el marco de aquel viaje al sur. Uno de esos relatos fue el de su propio hijo, que antes de ir a visitar a su abuela grababa casetes diciendo cosas como “hola abuela, yo ya llegué, vos todavía no estás acá pero ahora estás acá conmigo”. Otro fue el de aquel hombre anónimo que dijo haber viajado a otra dimensión paralela en la que los Beatles seguían vivos y tocando juntos y que incluso colgó un disco en Internet que supuestamente trajo de allá (el disco se titula Everyday Chemistry, traducción anglosajona del título de la obra). “Hice un link entre todos esos universos y se armó el escenario de aquel viaje, que a los personajes los lleva por otros viajes pero a través del tiempo”, explica el autor. 

Si bien la obra no es del todo autobiográfica, porque más allá de la locación el viaje de la obra tiene varios condimentos de ficción, tanto el director como el dramaturgo cuentan a PáginaI12 que algo de la historia les resonó en sus propias vidas durante el trabajo de producción. “Me hizo pensar y reflexionar mucho sobre el tiempo, sobre cómo a veces añoramos algo que teníamos recién cuando lo perdemos”, dice Prim, que encuentra a la obra “muy cómica pero también profundamente emocional”. “Hay algo de la melancolía, de cómo el tiempo muta, que te lleva a pensar en vos, en tus relaciones, en lo que hiciste para ser quien sos hoy. Hay algo muy fuerte de empatizar”, opina Saba, que cuenta que quiso mostrar desde el texto “la hondura de los vínculos”, su profundidad.  

–¿Entonces también es una obra sobre la amistad, además de una sobre el tiempo?

Francisco Prim: –Absolutamente. Diría incluso que todo lo demás está por detrás de los vínculos. Lo que Mariano escribió es una obra sobre cómo esos personajes construyen una zona de comunión y eso es lo que yo intenté después contar en escena. No es solamente una comedia para matarse de risa sino un obra que te llega de forma emocional, porque ofrece algo más. Habla de lo que nos pasa con otros. De la intensidad de estar con alguien más.

–¿Qué sienten que le aportó a la obra el hecho de que ustedes sean amigos y que hayan iniciado su camino teatral juntos?

F.P.: –A mí me dio una base de trabajo fundamental. Primero porque el criterio que tenemos con Mariano a la hora de trabajar es el mismo, de modo que cierro los ojos y sé que pensamos las cosas de la misma manera. También porque para mí los vínculos y las relaciones entre los personajes son algo muy importante a la hora de encarar un trabajo de dirección y en este caso tuve una ventaja: él escribió una obra basada en anécdotas de las que yo fui parte y testigo, con lo cual tenía muy presentes las dinámicas de vínculos entre los personajes. Para mí la actuación es testimoniar, de modo que si no viviste la experiencia que vas a contar tenés que crearla de alguna manera. Yo la tenía, así que traté de transmitirles eso a los actores y ese punto de partida fue muy liberador. 

Mariano Saba: –A mí también me sirvió mucho conocer su mirada como director. Hacía mucho que no producía un texto para que fuera dirigido por alguien que no fuera yo y aunque no parezca es muy difícil tener absoluta libertad a la hora de escribir. Cuando Fran me invitó a armar el material, todo eso que compartimos me sirvió, porque sabía que había cosas de la obra, sobre todo el humor, que a él lo iban a convocar. De todos modos ahora veo la obra, o en su momento los ensayos, y es muy gratificante porque hay cosas de su imaginario que me sorprendieron, porque por más amistad o camino recorrido a la par siempre la mirada del otro es distinta a lo que uno imagina cuando escribe. 

–Dicen que este trabajo es diferente de lo que cada uno venía haciendo. ¿Por qué?

M. S.: –En mi caso porque es una dramatúrgica distinta, un trabajo con una materialidad diferente. Me pareció que estaría estaba bueno probar una dramaturgia que se desligara un poco del contexto político, del contexto social, y armar algo que estuviera más ligado a una cuestión más universal. Claro que siempre la obra está ligada al contexto porque en él se inscribe, pero no busqué que hubiera referencias directas esta vez. Creo que si alguien que conoce mis obras la ve se puede sorprender porque hasta a mí me sorprendió. Probé como escritor jugar a arrimarle el bochín a ciertos géneros que me encantan, como el de las comedias románticas. Y la verdad es que estoy contento, me gustó la experiencia. 

F. P.: –Para mí es mi segundo trabajo como director y también es muy distinto al primero. La otra vez (la obra Una persona muere) había sido algo muy experimental y habíamos trabajado a la par con el dramaturgo, probando con los actores mientras él escribía. Esta vez quise trabajar con un texto armado que no se tocara y tomarlo como punto de partida y la verdad es que fue muy bueno para el trabajo con los actores. Lo que no cambió son mis ganas y mi interés por trabajar con textos nuevos, más que con clásicos que ya se hayan hecho. Me interesa bucear en la nueva dramaturgia. 

–Ambos se han formado, trabajan y están vinculados muy fuertemente con grandes maestros de la escena nacional como Agustín Alezzo y Ricardo Bartís. ¿Creen que pudieron “pelearse” con ellos para buscar el propio camino?

M. S.: –Es que no fue necesario pelearse porque tanto Agustín como Bartís entregan una seria autonomía a todo aquel que labure con ellos. De hecho, lo que más aprendí en sus estudios es eso, hacerme cargo de una mirada personal sobre el trabajo. Esos grandes maestros valoran que el actor sea constructor, que logre independencia con respecto a las miradas que lo preceden y que haga algo con eso. Te empujan a producir pensamiento poético en un campo social que hoy está retraído y que encima te empuja a que hagas lo contrario, porque a nadie le viene bien en este tiempo que haya gente haciendo teatro. Ellos te incitan a eso, y por eso son referentes que se sostienen a lo largo del tiempo. 

F. P.: –Coincido en todo eso. Yo no tengo más que palabras de agradecimiento para con Agustín (Alezzo), que es mi gran maestro, y no estoy seguro de que haya que romper, porque él le dio siempre mucha bienvenida al hecho de que sus alumnos tengan sus propios proyectos. Me enseñó algo de lo que hoy soy un convencido, y es que siempre hay que armar un espectáculo que tenga un valor artístico, que no se quede en la pavada. Ese es el camino que busco, que las actuaciones sean de excelencia, que haya verdad, no quedarse en el molde, salir a hacer.

* La química diaria se puede ver los sábados a las 16.30 en el Teatro Nün, Juan Ramírez de Velazco 419.