Como si fuese el meme de Carrie Bradshaw, esta cronista no puede evitar preguntarse cuáles fueron los primeros libertarios que ha conocido y, dentro de ese conjunto, hay alguien que resuena como el primigenio.
Para evitar futuros conflictos, imaginemos el nombre ficticio: Mariano. Mariano es un ex compañero de escuela. No tenía muchos amigos, pero tampoco es que no tenía ninguno. Era hijo de una familia patricia de Zona Norte: vivía cerca de alguna de las estaciones del Tren Mitre; podría ser Acassusso, La Lucila, u Olivos, en un caserón de fantasía menemista. Tenía un jardín con quincho, palmeras, rosales y una pileta del tamaño del monoambiente de esta cronista decorada con venecitas que formaban el escudo de su club de fútbol favorito. Heladera con dos puertas que guardaban Toblerones y golosinas del Freeshop.
Dos trabajadoras domésticas con uniformes color pastel lo recibían después de la escuela con milanesas que acababan de salir de la freidora. Las acompañaba con puré y jugo Citric. Un lujo excéntrico que cuando era adolescente, creía que solo podían darse los narcos, embajadores y Marcelo Tinelli. Quien escribe puede dar fe de esto, porque Mariano tocaba la batería y los papás le habían construido un estudio profesional acustizado. Sus compañeros de la escuela, que tocaban en una banda punk canciones de Los Ramones, iban ahí a ensayar por sus prestaciones de lujo. Esta cronista a veces los acompañaba.
Una vez que terminó el ciclo escolar nadie volvió a verlo. Pero para algo estaba Facebook y a veces veía con curiosidad su contenido. Alrededor del 2013 anunció su conversión al veganismo. Al poco tiempo se reconvirtió al freeganismo, que es un movimiento que está en contra del desperdicio de comida, cuya práctica implica rescatar la comida de la basura. Entonces, Mariano empezó a disputarle a las personas en situación de calle las frutas picadas y a treparse a los árboles para cortar mandarinas. Se empezó a vestir con ropa usada, a freeganear muebles, usar limón como desodorante y a vivir en el departamento de algún propietario amigo que se lo prestaba sin pedirle un alquiler. Su medida del tiempo era el calendario maya y su objetivo era vivir sin usar dinero, haciendo trueques con otros freeganos. Aunque a veces, en su FB, admitía con culpa que volvía a su casa a comer las milanesas.
En el medio, alternaba su rutina freegana con largos retiros espirituales en campos soñados de meditación vipassiana, donde perseguía el desafío de vivir la mayor cantidad de tiempo alimentándose base de frutas y “luz solar”. Esto continuó hasta el 2015, cuando el escenario general dio un giro: la oleada feminista rompió como un tsunami.
Mariano, que pregonaba inocentemente que cada unx de nosotrxs somos autosuficientes para vivir nuestra mejor vida posible, empezó a arremeter de forma contundente contra las feministas. Alegaba que no hay tal brecha de género, hombres y mujeres tienen las mismas oportunidades y si una mujer gana menos es porque no se esforzó lo suficiente. Los varones, incluso, estarían en una situación de desventaja, porque viven menos años, “hacen los trabajos más duros”, “son quienes mandan a la guerra”, “son víctimas de falsas acusaciones” y “cuando se divorcian les sacan a los hijos”.
De esta forma, sus posteos sobre meditación vipassana, budismo, responsabilidad afectiva, retiros espirituales, frases motivacionales y calendarios mayas se intercalaron con una cruzada antifeminista virulenta hacia donde orientó todos sus cañones. Mientras Thelma Fardin denunciaba que había sido violada por Juan Darthes, Mariano estaba preocupado por las “falsas acusaciones de las mujeres” y recomendaba a las feministas “denunciar cuanto antes y con evidencia” cualquier agresión sexual, mientras que consideraba que las mujeres tienen poder suficiente para frenar cualquier situación de abuso.
Enseguida Mariano, que había acumulado una base importante de fans, se vio en medio del ojo del huracán al promover discursos taxativamente transfóbicos, violatorios y machistas, alegando que sus posteos siempre fueron hechos con “respeto” y “de forma amorosa”, aunque admitiendo que tal vez fueron provocadores. “Viva la racionalidad, el diálogo, la búsqueda de la verdad, el respeto y la libertad de expresión”, manifestó en un descargo.
En la pandemia, cuando la oleada feminista mermó, empezó una guerra contra las vacunas, que veía como otra imposición del “papá Estado”. Inmediatamente, empezó a pregonar que no existe la desigualdad social y que, la pobreza, en última instancia, es algo positivo, porque hace que las personas “se esfuercen más”. Los planes sociales y la redistribución de las ganancias son frenos a ese movimiento ascendente.
Finalmente, ocurrió. Como si se tratara de un camino en línea recta, Mariano empezó a ir a las concentraciones de un incipiente Espert. Milei, por aquellos años, era apenas un ignoto que empezaba a pasearse por los sets de TV, al que buscaban por su personalidad payasesca. Los posteos de Agustín Laje fueron la primera biblia de estos varones, que encontraron en el feminismo un agente en común para disparar su artillería.
Es interesante cómo, estas subjetividades antisistema con “buenas intenciones”, fueron acaparadas por las voces neoliberales que son, básicamente, lo más “pro sistema” capitalista posible. Y como Mariano, que es de esa “primera oleada”, hubo muchos más. “Tech Entrepreneurs” que veneran a Steve Jobs. Pregoneros del autocuidado, el fitness y los bitcoins. Personas que resonaron con el neofascismo mucho antes que los adolescentes TikTokeros y los trabajadores precarizados de Rappi. Que se aglutinaron encontrando en el feminismo un enemigo interno que, con su premisa emancipadora a través de la lucha colectiva y popular, polemizaba con sus miradas individualistas.
No todos los votantes de Milei son, necesariamente, fascistas, antiderechos, negacionistas o quieren mandar a sus mamás a lavar los platos. Sin embargo, su base electoral sigue generando intrigas, sobre todo, a la hora de pensar cómo podemos dialogar con los más indecisos. Quizás, hacer arqueología virtual de estos primeros votantes, que se juntaban en una esquina de Vicente López a sacarse fotos con Espert cuando Milei todavía no era nadie, puede funcionar como un hilo del que podemos tirar para entender mejor sus múltiples subjetividades. Y, a su vez, poner el ojo en aquellas corrientes que, a pesar de sus “buenas intenciones despolitizadas”, no hacen más que llevarle agua al molino del neoliberalismo y el “sálvese quien pueda”.