HACE MUCHO QUE NO DUERMO 6 PUNTOS
(Argentina/Colombia, 2022)
Dirección y guion: Agustín Godoy
Duración: 87 minutos
Intérpretes: Agustín Gagliardi, Agustina Rudi, Ailín Salas, Marcelo Pozzi, Mateo Pérez, Julia Catalá y Julián Larquier Tellarini
Estreno en el Cine Gaumont

El muchacho camina por la parada del Metrobús de la Avenida San Martín, se detiene, otea el horizonte y estira la mano ante un colectivo 105. Pero no se sube, sino que se para a la altura de la puerta del medio para recibir un bolso arrojado desde adentro. Luego corre, se frena en un puente y tira el paquete, que cae en la caja de una camioneta que justo pasaba por la calle de abajo. De allí pasa a una chica en bicicleta primero y al pasajero de un tren después. Esas son algunas de postas del largo y curioso recorrido –físico, pero también narrativo– que el debutante Agustín Godoy propone en Hace mucho que no duermo, título tomado de la frase con la que un muy atildado oficinista (Agustín Gagliardi) justifica nueve de cada diez cosas que le ocurren. Incluyendo, claro, el hecho de que en un momento se le caiga –literalmente– ese bolso cerrado con candado en los brazos. Reacciona como ante todo: con cara de nada, apelando a un registro de comicidad entre deadpan y surrealista que permea toda la película.

La comedia, se sabe, es un terreno que el grueso del cine argentino, quizás por el temita del prestigio, prefiere evitar. Mucho más el de aquélla imperada por la rotura extrema de las lógicas y el carácter imprevisible de sus personajes. Porque, ¿qué hace el muchacho con el regalito caído del cielo? En principio, lo observa, lo lleva a la oficina, lo deja quieto y lo mueve de un lado para otro. Es así hasta que llega a su casa una joven tarotista que le asegura que le esperan cosas grandes si logra quedárselo. Se lo dice hablando de la misma manera que él: con versos en rima que no hacen otra que subrayar el deliberado artificio de este universo, lo que ubica a esta parejita en un árbol genealógico en el que conviven Matías Piñeiro (aunque sin su elegancia formal) y Martín Rejtman (pero sin la incomodidad subrepticia).

El problema es que hay al menos dos grupos interesados en el botín. Por un lado, los integrantes del pasamanos, encabezados por un hombre y su fiel asistente (Ailín Salas), quienes arman un identikit del muchacho y, dado que tiene cara de universitario, no tienen mejor idea que recorrer todas las facultades porteñas para ver si lo encuentran. Por el otro, unas monjas con altas destrezas físicas (¿?) y hasta un ocasional ladrón que roba el bolso sin tener la más remota idea de todo el entramado que hay detrás.

Nada tiene mucho sentido –se dijo: no hay comedia sin rotura de lógicas– en esta suerte de cruza de los Monty Python en clave lo-fi (que nadie espere la exuberancia ni mucho menos los filos más desaforados de los británicos) con la anarquía del cartoon. Y está bien que así sea, pues Godoy se presenta como director que concibe al cine como un juego. Y, como tal, se divierte utilizando una amplia variedad de recursos (¡el viejo y querido zoom como motivo cómico!) que entregan momentos graciosísimos. Tan fuerte es la apuesta de Godoy, que por momentos parece enamorarse de sus ideas y, por lo tanto, no saber cuándo la gracia empieza a coquetear con la reiteración. ¿Que por esa razón la película se agota unos cuantos minutos antes del final? Es cierto. Tan cierto como que reírse en una sala con una película argentina es una anomalía que Hace mucho que no duermo intenta corregir.