La obra de León Ferrari es original, extraña, pop. La muestra que se presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes no desconoce este recorrido, con obras producidas entre los años cincuenta y hasta su muerte en 2013. Nos interesa en particular el Jesús Crucificado sobre un avión de guerra norteamericano, es una síntesis extraordinaria y dinámica de la iconografía cristiana e industrial a un tiempo.
Como sucede con los sueños, en este plano de condensación --aunque técnicamente debiéramos nombrarlo plano de superposición o compresión, para diferenciarlo del mecanismo de la condensación a nivel lingüístico--, se develan oscuras verdades que allí respiran. La obra lleva por nombre “La civilización occidental y cristiana”, y reúne sobre sí las marcas y referencias que podríamos encontrar en nuevas instalaciones de un Warhol in progres. Emplazada como una Victoria de Samotracia, trae reminiscencias, entre otros, de los horrores de nuestra dictadura militar, del vasallaje de occidente al amo capitalista del consumo, de las sucesivas intervenciones de Estados Unidos en el amplio universo de la posguerra mundial, del nuevo esplendor del capital como mesías, del lugar del creyente absoluto, de la posternación, de la pasión, del estado de guerra sin pausa de occidente y del estado de excepcionalidad como recurso político.
En esta misma dirección del goce impuesto por un consumo naturalizado, ¿qué relación encontramos entre el Cristo Crucificado de León Ferrari y la obra Virgen del Pañuelo Verde, exhibida en 2019 en el Centro Cultural Conti? En principio, la evidencia de ser dos obras controversiales y censuradas, ancladas en una lógica que hacemos corresponder con la denuncia del estado de excepción, timón de los sectores más radicalizados de la dinámica social e institucional. Más que atentaciones contra la vida privada de las personas cristianas, más que estigmas --si vale la expresión-- de la vida eclesiástica y del cuerpo social de la cristiandad, parecen en verdad estigmas de la vida contemporánea. Virgen María que clama por los derechos de las mujeres e intenta discernir la continuidad o no de un embarazo. Cristo en la Cruz espeluznante de un caza bombardero norteamericano, símbolos contemporáneos de una época de fe ciega en el capital omnisciente.
En ambas obras, la instalación de los lugares comunes del espíritu cristiano de occidente se hace visible tanto en la posición típica y vencida de Cristo en la Cruz, como en las manos imploradoras de María dirigidas al espectador, dos aspectos de la misma iconografía de la pasión cristiana. Pero no son más que esas superficies ligadas al consenso del código, para proponer allí otra cosa, una misma inquietud sobre lo establecido como norma y también como liturgia. El Cristo muere estampado ante nuestros ojos por el fuselaje y las alas brillantes, plateadas, del caza norteamericano cayendo en picada. No faltan allí ninguno de los emblemas de su pertenencia de poder arrasador, superpuesto uno sobre el otro, el Cristo y el Cazabombardero; revelando así una fórmula pictogramática del discurso capitalista. La virgen se dirige a nosotros con una súplica que habremos de entender casi telepáticamente, su boca está presumiblemente liberada, no está del todo definido, que invitemos a la palabra dependerá de nosotros, si habremos de escucharla o no a pesar del mordillo --mordillo que proviene curiosamente del emblema – pañuelo liberador--, encontrando una vez más aquí el signo de esa superposición.[1]
¿Pero qué más hay allí? ¿Se trata en estas iconografías contemporáneas sólo de una interpelación a los lugares de producción del capital en occidente, que Lacan señaló como falso discurso capitalista? El esquema es el siguiente: sujeto del capital por encima del significante Amo, lugar del saber / serie de significantes / código, sobre el objeto a.
¿Y en qué consiste este falso discurso sino en una revulsión de la posición del discurso del Amo enalteciendo al sujeto capitalista como amo contemporáneo? En verdad este no es un verdadero sujeto, ya que su posición está enajenada a la posición del Amo por un lado, y a la reinstalación del objeto a, --causa de deseo-- por el otro, identificándose a él como reservorio de goce del capital. Esta subversión --y más precisamente debiéramos hablar de una inversión en el sentido de una traslocación-- atenta contra aquella que propuso el psicoanálisis de Lacan en su retorno a Freud a partir del análisis de las estructuras lingüísticas, y de la recuperación y consideración del sujeto de la enunciación, para hacer prevalecer en su momento una teoría del significante por sobre una práctica de la adaptabilidad y la normatividad de la vida contemporánea. El Discurso Capitalista niega la división subjetiva emplazándolo al sujeto como uno más de los objetos y artilugios en la cadena de montaje de los objetos de consumo, como individuo viviente proclive a la lesión. El individuo de su majestad capitalista se consume en la serie de objetos que pasan a enarbolar el fetichismo de la mercancía, el lugar entre el saber y la verdad queda así también holofraseado --desliza uno sobre el otro en una relación más afín a la identidad de percepción--.
En el Cristo de Ferrari no se trata sólo de una condensación de sentidos propuestos por la representación, ya que ese es el plano de la iconografía referida por la mirada de un observador externo, en el interior de la obra subyace otro tipo de superposición que elude en la lógica del discurso la posición del sujeto, no permitiéndole establecer la operación de división subjetiva por un lado, ni realizar en esta posición la definición lacaniana de significante: un significante representa un sujeto para otro significante. Considerarlo de este modo ampliaría la versión original dada por Lacan a la holofrase, como una forma diferente aunque ligada a su enumeración original, donde la hace corresponder a la debilidad mental, las psicosis y los fenómenos psicosomáticos.
Esta otra holofrase, propia del discurso capitalista, esta posible aportación que posibilita pensar el discurso capitalista como discurso dominante de un cierto estilo de holofrase en las patologías de lo contemporáneo, es una posible dirección de la holofrase como fenómeno que tendríamos que considerar, incluso como posiciones errantes y móviles en los otros cuatro discursos señalados por Lacan --Amo, Universitario, Histérica y Psicoanalítico-- y en particular del sujeto del paradigma unificador contemporáneo y de las subjetividades contemporáneas, en las que el objeto “a” --objeto causa de deseo-- termina encarnado como fetiche de la mercancía en el sujeto, sobre el lugar de la otrora operación de corte de la división subjetiva. De ahí en más se abre también una interesante dimensión clínica en la dirección de esta proliferación estetizada frente al sacrificio, en sus versiones contemporáneas, entre las cuales y de manera brillante se parapeta el Cristo de Ferrari, pero que señala también ante qué se superpone esa posición de sacrificio, y por qué artefactos industriales será sustituida la cruz en cada caso, sin quedar considerada de manera excluyente a la iconografía de la cristiandad, sino a la contemporaneidad en occidente. Un occidente globalizado y en el que se produce también un efecto de holofrase respecto de lo que entendemos por éste. Oriente se ha occidentalizado, la guerra es global, las comunicaciones instantáneas y simultáneas, metonímicas, haciendo recordar los fenómenos propios de la manía ideativa.
Podríamos considerarlas también como del sesgo de una serie de patologías de lo contemporáneo afectadas de la posición del discurso capitalista, y que, hasta aquí, en su enumeración, no han logrado constituir una sólida nosología clínica. Sintomatologías y fenómenos de la proliferación de lo imaginario sobre el significante, entre las que se encuentran las patologías de borde, trastornos narcisistas, patologías del consumo, anorexia y bulimia, entre otros.
Algunos de los elementos que se constatan a partir de considerar la holofrase en relación con el Discurso Capitalista, es decir de tomar en la clínica una estructura lógica a partir de una serie de fenómenos y los tropiezos inadvertidos concomitantes en la posición en el lenguaje, son los siguientes: 1- incorporación totémica, 2- identidad perceptiva, 3- principio de contigüidad que no da lugar a la metáfora y la metonimia, 4- proliferación en el plano imaginario, 5- superposición de sentidos -el kitsch es un ejemplo de ello[2]-, 6-en algunos casos posiciones transitivistas, 7- oclusión de la posición del sujeto --la fórmula “un significante representa un sujeto para otro significante” no funciona aquí, 8-- se infinitiza la posición del viviente, del individuo viviente de las funciones fragmentadas, 9- se produce un fuera de campo – fuera de discurso, desencadenando posiciones erráticas en la relación entre cuerpo, goce y Otro de la lengua.
La obra de León Ferrari propone, en la superposición de símbolos profanos y trascendentales, este mismo deslizamiento hacia la proliferación del sentido omnisciente del objeto de consumo positivizado. La obra sigue interrogando nuestras categorías clínicas y la incertidumbre de la época frente a un cambio de paradigma humano.
Cristian Rodríguez y Hernán Santorsola pertenecen al Espacio Psicoanálisis Contemporáneo (EPC). Sobre la base del trabajo presentado en la Jornadas de la Asociación Psicoanalítica Argentina, “El campo de la Psicosomática hoy”, 1 y 2 de septiembre de 2023.
Notas:
[1] Apocalípticas y crucificados: la Virgen Feminista y los pañuelos verdes. Polvo Revista Digital, Cristian Rodríguez.
[2] El Kitsch. El arte de la felicidad. Abraham Moles.