El Palacio Barolo cumplió 100 años el 5 de julio y lo festeja a toda orquesta. O, mejor dicho, a todo arte: para celebrar el centenario del emblemático edificio que recrea el cielo, el infierno y el purgatorio tal como los imaginó Dante Alighieri la Divina Comedia, el actual propietario y director expositivo del Barolo, Fabián Carrere, decidió que se lo pueda intervenir artísticamente a través de un proyecto con exposiciones que generen "un diálogo entre lo contemporáneo y lo histórico", según detalla a Página/12. "La idea es trabajar con el espacio y darle una impronta a partir de una lectura contemporánea", afirma.
Carrere planificó un año de actividades artísticas que tengan al espacio del Barolo (hasta el 5 de julio de 2024, cuando cumpla 101 años) "como una instancia de celebración y, a partir de las muestras, darle una lectura que tenga que ver con algo que le dé el espacio". Es que, según entiende, “para histórico está el edificio y no tiene sentido competir con esta maravilla, por todo lo que encierra conceptualmente". La elección del arte contemporáneo permite, entonces, que se entrelace con la propia antigüedad del Barolo ya que "va a permitir darle otra lectura", explica el propietario.
Actualmente se puede visitar en el emblemático edificio de Avenida de Mayo 1370 la exposición Derivas, que reúne un conjunto de artistas y diseñadores que investigan el cuerpo y el territorio entendidos como espacios (ya sea físicos como virtuales), reconociendo los diversos efectos generados por la mediación tecnológica. Las obras que componen esta experiencia expositiva indagan en los medios audiovisuales como forma expresiva, materializando un comportamiento crítico y afectivo con las máquinas a partir de acciones estéticas, técnicas y políticas que se vinculan con el entorno local. Derivas es la última etapa del proyecto transmedia “Derivas Virtuales” (Cátedra La Ferla, FADU, UBA), una acción artística académica que vincula la disciplina del diseño con los espacios de arte y la ciudad como paisaje mediático.
La curaduría aborda una selección de obras de arte mediáticas -fotografía, cine, video, digital, tecnologías móviles e inteligencia artificial-, que proponen narrativas ligadas al nomadismo urbano y a su territorio informacional, al vínculo con los recursos naturales, la autoexploración del cuerpo, el uso del archivo público-privado y la creación de nuevos dispositivos sensibles. Estos relatos se exponen en el espacio a partir de distintos lenguajes y formatos expositivos: instalaciones visuales e interactivas, esculturas mixtas y video-instalaciones, impresiones 3D y libros de artista expandidos.
Una de las curadoras de Derivas, Mariel Szlifman, señala que la muestra tiene dos episodios. "Ahora estamos presentando el segundo episodio. El primero fue 'Explorar el cuerpo maquínico' y este Episodio 2 es 'Todo territorio es político'. En total, reúne a quince artistas y en el Episodio 2 tenemos a seis artistas”, explica. La idea de dividir en dos episodios a la muestra Derivas "tiene que ver con una cuestión de montaje de relato", sostiene la curadora. "Por un lado, es trabajar con el diseño del montaje en este espacio (Galería 34-35 del Barolo) que tiene la particularidad de ser interesante para montar, pero distinto a lo que puede ser un cubo blanco típico de museo. La arquitectura es imponente y tiene dejos de un departamento. Entonces, para trabajar el diseño del montaje, y dejar espacio entre las obras y que el espectador pueda apreciarlas mejor, se decidió hacer estos dos episodios por una cuestión de montaje y también por una cuestión de afinidad entre las obras. Por eso, los episodios tienen subtítulos para indagar, por un lado, el tema del cuerpo como espacio físico y virtual, y este episodio que tiene que ver más con el territorio y con la memoria", explica Szlifman, quien pensó esta muestra junto a la otra curadora, Antonelia Adosi.
“Episodio 2-Todo territorio es político” reúne las piezas de Juan Benitez Allassia, Candela Del Valle, “Las orillas” (Julieta Anaut, Paula Salischiker y Lucia Seijo), Mariano Marcucci, John Melo y Damián Sena.
La videoinstalación de Juan Benitez Allassia, “Después de la muerte”, evidencia la memoria como un lugar, a través de una obra que plantea un doble desmontaje documental: de la sala oscura del cine (y su materialidad original) hacia la instalación artística; y sobre las imágenes del pasado condensadas en Díaz, su pueblo de origen, y en la figura de su padre. Esta obra dialoga también con su ensayo documental El cine ha muerto, que se estrenó hace unas semanas en el Gaumont. "La película dura una hora y elegí para esta obra ocho minutos de imágenes. Utilicé la película como un archivo más. Elegí los planos donde había más información en el centro porque lo que quería hacer con la pantalla agrietada en el centro (tal como se ve en la foto que acompaña esta nota) es que esa información se pierda y se genere una nueva pantalla en el centro”, explica el cineasta. “Por otro lado, está la cuestión de que en el cine la pantalla es como lo último, es el objeto de deseo cuando están las imágenes, pero cuando no hay imágenes ya la pantalla se vuelve otra cosa. Entonces, yo quería poner la pantalla en el centro y darle un valor escultórico. Me interesaba utilizar la pantalla como una escultura. Y al utilizarla como una escultura lo que quería era resignificarla. Como el trabajo de la película condensaba el tema de las arquitecturas que se estaban desmoronando, decidí hacer el cemento que se ve en mi instalación ahora y que se está resquebrajando, simulando esa idea", plantea Benitez Allassia.
Mariano Marcucci propone una activación de la memoria a partir de la narrativa audiovisual y editorial. Se trata de una cartografía personal sobre el territorio de Saavedra, cubierto de fronteras y fantasmas, atravesada por acontecimientos tanto públicos como afectivos. Por su parte, John Melo presenta un trabajo que encuentra su origen como respuesta escrita en los muros, interpretándolos como espacios políticos y contrahegemónicos de discurso. En la obra, los muros intervenidos en Buenos Aires y Bogotá dan cuenta de una historia que comparte políticas de terror, similares y sistemáticas, que se consolidan como espacios físicos y virtuales para activar acciones de rememoración colectiva.
A través de caminatas azarosas, Candela Del Valle genera un archivo de distintos territorios: baldíos urbanos, espacios “vacíos” de duración incierta, se reconstruyen de manera digital a partir del modelado e impresión 3D generado por fotogrametría para volver a la instalación física. “Las Orillas” instalan un proyecto participativo que sigue el curso del Arroyo Maldonado, a modo de itinerario que atraviesa sus cuencas invisibles. Damián Sena opera con fotografía expandida para componer un recorrido urbano imaginativo-sensorial: una apertura hacia lo simbólico para generar una poética del instante.