A dos años de su fallecimiento, un grupo de escritores, periodistas y vecinos de Mar de las Pampas iniciaron una colecta, que ya acumula más de mil firmas, para nombrar "Juan Forn" a una de las calles de la localidad balnearia que el escritor, editor y periodista eligió para vivir sus últimos años.

“Juan Forn murió aquí, en Mar de las Pampas, un domingo 20 de junio y era el día del padre. Regresaba de un festejo en casa de amigos y volvió a su hogar, caminando por las calles de Mar de las Pampas. Lo esperaba otra amiga para tomar el té. Seguramente iba a salir de su casa caminando las pocas cuadras que lo separaban de ella. Es lo que hacía Juan en Mar de las Pampas, caminar sus calles, disfrutar de la caminata hasta el mar, de regreso del mar. Y así como si nada, en un atrevimiento del destino, esa tarde del día del padre Juan murió en Mar de las Pampas”. Así comienza la nota que publicó en un medio local Flavia Pittella, una de las periodistas que da voz a esta campaña que nació en la Sociedad de Fomento de Mar de las Pampas y que ya acumula mil trescientas firmas en la página Change.org.

En el texto que acompaña la convocatoria, que fue apoyada por escritores como Antonio Santa Ana, se puede leer: "Porque eligió vivir acá, al lado del mar, y caminó magnetizado su orilla como todos los que lo amamos; porque se sumó a esta comunidad como un vecino más; porque su actitud afable y respetuosa hacia el lugar y su gente nos hizo quererlo, además de admirarlo. Por buen vecino, por querible, por cercano, acompañamos con nuestra firma el proyecto de cambio de nombre de la calle Juan de Garay en Mar de las Pampas por el del querido escritor y vecino, Juan Forn".

Juan Forn no sólo vivió y caminó la costa, sino que pensó su escritura a través de ella. En una de las tantas contratapas que escribió para Página 12, afirmó: “El mar tiene esas cosas. Los poemas más horribles y las frases más inspiradas. Todo depende de la entonación, de la sintonía que uno haga con él. Hay quien dice que el mar te lima. A mí me limpia, me destapa todas las cañerías, me impone perspectiva aunque me resista, me termina acomodando siempre, si me dejo atravesar, y es casi imposible no dejarse atravesar. Cuando viene el invierno, cuando el viento impide bajar a la orilla y hay que curtir el mar de más lejos, se pone más bravío, para acortar la distancia, para que lo sintamos igual que cuando lo curtimos descalzos y en cueros. Llevo ocho años bajando cada día que puedo a caminar por la orilla del mar, o al menos a verlo, cuando el viento impide bajar del médano. En los últimos tres, cada semana de las últimas ciento cincuenta, cada contratapa que hice, la entendí caminando por la playa, o sentado en el médano mirando el mar”.