El record de Argentina en déficit comercial se produjo en 1994, con un desequilibrio entre exportaciones e importaciones de 5751 millones de dólares. Es una de las marcas que dejó Domingo Cavallo como ministro de Economía en los 90, responsable de una apertura indiscriminada que sometió a la industria nacional y disparó la desocupación a niveles también record. Más de veinte años después, otro gobierno de impronta neoliberal amenaza con superar aquel pico. En los primeros siete meses de 2017, el déficit comercial escaló a 3428 millones de dólares, con importaciones en rápido ascenso y exportaciones que no logran despegar a pesar de la devaluación y la quita de retenciones. El presidente de la Cámara de Exportadores, Enrique Mantilla, defensor del actual modelo económico, estimó que el saldo de este año será negativo en 5600 millones de dólares. En julio el rojo alcanzó a 798 millones, el segundo más alto del año, provocado por un salto de las compras al exterior del 29,9 por ciento (15,4 en lo que va del año) y una suba de las ventas de apenas 5,2 por ciento (1,4 en el año). Lo mismo que la lluvia de inversiones, la promesa de Mauricio Macri de que la Argentina se convertiría en el supermercado del mundo no será verdad cuando haya completado la mitad de su mandato. La perspectiva, por el contrario, es que cada vez ingresarán más productos extranjeros, como los cerdos de Estados Unidos autorizados la semana pasada, generando una fuente adicional de inestabilidad en el frente externo que se monta sobre la imparable fuga de capitales.
El trabajoso proceso de sustitución de importaciones de la década kirchnerista, insuficiente y con debilidades, está siendo reemplazado por su opuesto. Las compras de bienes de consumo tienen cada vez más preponderancia, dejando de lado producción nacional. Los más afectados son rubros sensibles como textiles, calzados, marroquinería y muebles, entre otros, con fuerte incidencia en materia laboral. Entre enero y julio de 2015, las importaciones de bienes finales totalizaron 3735 millones de dólares, con una participación sobre el total de las compras del 11 por ciento. En igual período de este año, la cifra avanzó hasta 4698 millones, 25,7 por ciento más, y la participación subió al 12,8. Medidas en cantidades, las compras de artículos de consumo crecieron 12,5 por ciento en lo que va de 2017. Esta evolución se dio al mismo tiempo que el mercado interno encadenó veinte meses consecutivos de caída de las ventas, por lo cual la pérdida de demanda para los sectores manufactureros fue especialmente grave. En los rubros mencionados anteriormente, las empresas están ajustando sus planteles a una proyección de producción entre 25 y 30 por ciento inferior en promedio a la que tenían hasta 2015, dado que el horizonte que perfila la política económica es de continuidad en el aumento de las importaciones.
El otro gran rubro de disparada de las compras externas es el automotor. En los primeros siete meses de 2015 estas importaciones involucraron 1874 millones de dólares, con una participación del 5 por ciento sobre el total. Este año, el monto trepó hasta 3518 millones, un aumento del 87,7 por ciento en divisas, en tanto que la participación sobre el conjunto de las importaciones llegó al 9,6 por ciento. El boom de la venta de autos responde esencialmente a la llegada de vehículos brasileños. Las terminales buscan en el mercado local una demanda que el país vecino perdió por el violento ajuste fiscal del gobierno de Temer. Es una estrategia definida por las multinacionales del sector que el gobierno de Cambiemos acepta sin mayores reparos. Los vehículos son ofrecidos a precios promocionales, por debajo del aumento de la inflación, y eso permitió afianzar casi el único brote verde en materia de consumo. Pero los efectos positivos en producción y empleo son para las terminales brasileñas. Entre enero y julio, de los 488 mil vehículos patentados en el país, apenas 143 mil fueron de producción nacional (el 29,3 por ciento). En el mismo lapso de 2015, los patentamientos totalizaron 348 mil, pero de ellos 158 mil fueron vehículos nacionales (el 45,6 por ciento). Además de los autos brasileños, hay una explosión de importaciones de vehículos de alta gama, con la incorporación de más de diez marcas que no figuraban en 2015, hasta totalizar entre las nuevas y las históricas, como BMW, Audi, Volvo o Alfa Romeo, 30.900 unidades patentadas en lo que va del año. En igual período de 2015, las marcas de lujo habían colocado 17.700 unidades. El incremento es del 75 por ciento.
Es decir, entre las compras crecientes de bienes de consumo y las de vehículos automotores se está produciendo una fuerte salida de divisas que no aporta nada al desarrollo nacional, mientras que para conseguir esos dólares el Estado aumenta los niveles de endeudamiento de manera exponencial. Esa dinámica, junto con la fuga de capitales que también avanza a velocidad crucero, alimenta una crisis de insolvencia a mediano plazo como las que experimentó tantas veces el país a lo largo de su historia, con el ejemplo de 2001 como el más cercano.
Los rubros de importación que se vinculan con la producción local tienen una evolución que no invita al entusiasmo. Las compras de bienes intermedios, que son básicamente insumos para la industria, finalizaron 2016 con una caída estrepitosa del 14,4 por ciento en valores (de 18 mil millones de dólares en 2015 a 15.500 millones el año pasado) y del 8,4 por ciento en cantidades. En siete meses de este año, el avance es de apenas el 0,4 por ciento en cantidades y del 8,1 por ciento en valores, que se explica por el alza de los precios de 7,6 por ciento. En cuanto a la importación de bienes de capital, el año pasado creció 25,9 por ciento en valores y 26,1 en cantidades, en tanto que en lo que va de 2017 siguió con números positivos de 22,2 y 13,8 por ciento, respectivamente. Sin embargo, al analizar el detalle de la composición de esas compras, los datos relativizan el impacto sobre el aumento de la capacidad productiva.
La consultora Radar, que dirige la ex subsecretaria de Comercio Exterior Paula Español publicó recientemente un informe que advierte sobre este punto: “El avance en las importaciones de bienes de capital no es la manifestación de un proceso generalizado de aumento de la inversión, sino que, por el contrario, se limita a un número reducido de productos que no necesariamente implican una ampliación de la capacidad productiva del conjunto de la economía”. Esto es porque las compras están siendo lideradas por camiones (de 320 millones en 2016 a 660 millones en el primer semestre de este año) y vagones y locomotoras (de cero en 2016 a 160 millones de dólares este año). Entre estos dos segmentos se explica casi el 70 por ciento del aumento en las importaciones de bienes de capital. También sube el ingreso de maquinaria agrícola (de 200 millones a 310 millones) y vial (de 130 millones a 270 millones). “En contraposición, los ingresos de maquinaria para aplicaciones industriales registran un leve retroceso, de 620 millones a 610 millones este año”, puntualiza Radar.
La administración del comercio por parte del Gobierno, a su vez, tiende a facilitar cada vez más los canales para la importación, levantando controles y regulaciones, como precisó el último domingo Raúl Dellatorre en este diario, aceptando a China como economía de mercado y abriendo el acceso a producciones extranjeras como los cerdos estadounidenses. En respuesta, Cambiemos tuvo un baño de realidad con la imposición de aranceles de hasta 64 por ciento para la exportación de biodiesel a Estados Unidos. Como Cavallo en los ’90, el gobierno de Macri está pavimentando prolijamente el camino hacia un paredón.