En los años '80, junto con el genetista argentino Víctor Penchaszadeh -que en ese momento se encontraba trabajando en el Hospital Mount Sinai, de Nueva York- y con las Abuelas de Plaza de Mayo, la genetista estadounidense Mary-Claire King desarrolló el “índice de abuelidad”, un cálculo estadístico que permite asegurar con un 99,99% de certeza el parentesco entre una abuela y su nieto o nieta.

El honor académico de la UBA fue propuesto por Penchaszadeh y gestionado por el entonces decano de la Facultad de Ciencias Exactas de esa casa de altos estudios, Jorge Aliaga, en 2011, pero King hasta ahora no había podido viajar al país para recibirlo.

El acto tuvo lugar el martes en el Aula Magna del Pabellón II de Ciudad Universitaria, donde la científica dictó la conferencia "Genética humana y derechos humanos: La búsqueda de los nietos desaparecidos de Argentina".

“En 1977 las Abuelas empezaron a exigir información sobre el paradero de sus hijos y nietos. Buscaron testigos, siguieron a los militares, desarrollaron hipótesis y marcharon. Más tarde, pidieron ayuda a los genetistas. Nosotros desarrollamos el Índice de abuelidad por aquella época y nos solicitaron que trabajáramos en Argentina. Así comenzó la historia”, dijo una emocionada King, tras los discursos del director del Conicet, Alberto Kornblihtt, y del decano de la Facultad, Guillermo Durán.

Profesora de la Universidad de Washington en Seattle, King desarrolló junto a un grupo de investigadores norteamericanos la teoría y los métodos que permitieron a las Abuelas de Plaza de Mayo determinar la identidad genética de los nietos apropiados durante la última dictadura cívico-militar, mediante el uso de marcadores genéticos tomados de muestras dentales ante la imposibilidad de cotejar muestras de sangre de sus hijos desaparecidos.

"Buscamos dos generaciones": el pedido de Abuelas de Plaza de Mayo

Apenas iniciada la búsqueda de los seres que llevaban la sangre de su sangre, las Abuelas se enfrentaron al problema de identificar a sus nietos.

Cuentan en el libro "Las Abuelas y la Genética-El aporte de la ciencia en la búsqueda de los chicos desaparecidos" que una mañana de 1979 las Abuelas de Plaza de Mayo leyeron en el diario una noticia que las llenó de esperanza: un hombre que negaba su paternidad fue sometido a un examen de sangre comparativo al del presunto hijo y resultó ser el padre.

"Ahí se nos prendió la lamparita y se nos ocurrió la idea de usar la genética para identificar a nuestros nietos", recuerda en el texto Estela Carlotto, presidenta de la institución, y añade que "por entonces buscábamos mirando las caritas".

Recorrían los hospitales e intentaban encontrar a sus nietos buscando rasgos que les resultaran familiares, o basándose en testimonios de allegados y vecinos. Pero incluso si tenían la fortuna de dar con ellos, no podían probarlo, ya que en ese momento no había tests genéticos que demostraran filiación. El problema era aún más acuciante, porque faltaba la generación intermedia: no tenían muestras de los padres o madres para comparar.

"Buscamos dos generaciones, al principio en soledad. Cada una de nosotras inició su propia senda en el tiempo fijado por los desaparecedores. Con esa doble búsqueda nos reunimos luego para inventar estrategias que nos ayudaran a encontrar a nuestros seres queridos", sostuvo Carlotto.

En busca de una ciencia que les diera una prueba irrefutable, las Abuelas recorrieron hospitales, universidades y laboratorios hasta que llegaron a la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS).

Fue entonces cuando Eric Stover, director del programa de Ciencia y Derechos Humanos de la AAAS, discutió el tema con el científico chileno Cristián Orrego (que trabajaba en el National Institutes of Health) y éste los contactó con Víctor Penchaszadeh, genetista argentino exiliado en Estados Unidos después de haber sido secuestrado y haber tenido que huir del país. A él le llevaron su inquietud: ¿podía determinarse el parentesco entre una abuela y un nieto? ¿Se podría usar la sangre de los abuelos y de otros familiares para reconocer a los nietos robados? El problema que le planteaban no estaba resuelto, les respondió, pero enseguida las relacionó con su colega Mary-Claire King.

Las Abuelas, a través de su incansable búsqueda, incitaron a la comunidad científica internacional a desarrollar técnicas para hacerlo cuando todavía no se había secuenciado el genoma humano y no existía la tecnología para analizar el ADN.

Mary-Claire King y su equipo empezaron entonces por observar que un indicador de filiación podría ser la semejanza entre las proteínas que se encuentran en la superficie de las células, y son responsables de que un órgano sea aceptado o rechazado durante un trasplante, los antígenos de histocompatibilidad (o HLA), ya que es muy baja la probabilidad de que dos personas no emparentadas tengan la misma combinación.

Su trabajo fue utilizado por primera vez en 1984 e incorporado como prueba en la Justicia: el primer caso que se demostró por este método fue el de Paula Logares, nacida en cautiverio, buscada por su abuela Elsa Pavón y restituida ese mismo año.

Otros avances iban a permitir ajustar aún más la determinación. El paso crucial se dio cuando King se dio cuenta de que la molécula ideal para determinar filiación era el “ADN mitocondrial”; es decir, el que se encuentra no en el núcleo, sino dentro de ciertas organelas de la célula que le proveen la energía para cumplir con sus funciones metabólicas y bioquímicas. Como solo el óvulo las aporta en el momento de la fecundación, “se hereda únicamente a través de la línea materna y además varía mucho de familia en familia; por eso, si hay coincidencia, las chances de parentesco son muy elevadas.

Hoy, además del estudio de HLA y ADN mitocondrial, existe el del cromosoma Y, que se transmite por línea paterna: con este estudio se logra una combinación de pruebas de irrefutable exactitud.

La contribución de King permitió más tarde la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), impulsado por las Abuelas para almacenar sus perfiles genéticos y garantizar la identificación de sus nietos.

En 1987, el Congreso de la Nación creó por ley el banco que desde entonces se encarga de resolver la filiación de las niñas y niños apropiados durante la última dictadura. En este Banco se encuentran almacenadas todas las muestras de los familiares que buscan a los niños desaparecidos por el terrorismo de Estado, y de todas las personas que sospechan ser hijas de desaparecidos, y ya dejaron su muestra en el Banco. El BNDG ha ido sumando las técnicas más avanzadas de identificación genética y forense y en 2009 se sancionó una nueva ley que jerarquizó a la institución.

La técnica de King para la identificación de víctimas se aplicó no solo en Argentina, sino en numerosos países del mundo: ayudó a reconocer personas en Chile, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Ruanda, los Balcanes y Filipinas.

Otros aportes

King también analizó las similitudes moleculares entre humanos y chimpancés, y provocó una pequeña revolución en la biología evolutiva al demostrar que chimpancés y humanos somos genéticamente idénticos en un 99%.

Luego, se puso a investigar las causas del cáncer de mama bajo la dirección de Nicholas Petrakis. Tras 20 años de estudios, identificó los genes responsables de la predisposición hereditaria y descubrió que mutaciones en un solo gen localizado en el cromosoma 17 (el BRCA1) estaban implicadas en estos tumores y en los de ovario y con ello revolucionó el diagnóstico de la predisposición genética a los cánceres de mama y ovario. Luego identificó el BRCA2.