La visión libertaria, con Javier Milei a la cabeza, defiende la competencia imperfecta. Más específicamente los monopolios, porque cree que son fundamentales en el proceso de crecimiento impulsado por la innovación. Según esta corriente, mientras el monopolio no sea estatal, un privado puede siempre y en forma generalizada, competirle a quien tiene una posición dominante en el mercado. Esto quiere decir que cualquier vendedor puede ingresar al mercado con éxito. Sin embargo, una vez más, esto no ocurre en la realidad.
En microeconomía existe un monopolio cuando una empresa es la única vendedora de un bien o servicio. En ausencia de un control, esa empresa es libre de establecer el precio que decida, y normalmente, fijará el que le proporcione el mayor beneficio posible. Si el poder de un mercado está concentrado en una empresa o en unas pocas (en este caso sería un oligopolio), generalmente, la cantidad comercializada es menor y/o el precio es mayor.
En otras palabras, los monopolios reciben la demanda de todo el mercado, entonces pueden vender más caro una menor cantidad, es decir que siempre consiguen maximizar sus ganancias ocasionando un perjuicio al mercado y más precisamente al consumidor (todos nosotros). Si se trata de productos indispensables para la vida humana, que las personas deben consumir sin importar lo que valgan como los alimentos, el monopolista puede aumentar el precio todo lo que desee y la demanda va a seguir siendo casi la misma porque no tienen otra opción.
También existen los monopolios naturales, que ocurren cuando una sola empresa puede concentrar toda la producción de una industria a un costo inferior de lo que podrían dos o más firmas, es decir que los precios serían más caros si lo produce más de una empresa. Este tipo de monopolio surge debido a economías de escala, es decir al descenso de los costos unitarios a medida que se incrementa la producción, respondiendo a la existencia de rendimientos crecientes a escala. Tal es el caso de los servicios públicos, que son de consumo masivo para toda la población y requieren importantes costos de inversión (costos fijos). Por ejemplo, no tendría sentido que hubiese dos subtes que hagan el mismo recorrido.
Los libertarios critican este tipo de monopolio, debido a que el Estado es quien regula estas actividades para que el monopolista no fije un precio muy elevado. En este sentido, la quita de subsidios que proponen los libertarios llevará a que el precio de los servicios puedan pasar a cifras mucho más altas. En el caso del transporte, que supera los 50 pesos actualmente, podría valer más de 1100 pesos por tramo. Esto no es ni más ni menos que salario indirecto. Por ende, incluso no tocando salarios en forma directa como prometen, si sacaran los subsidios reducirían el salario de manera indirecta. Incluso bajaría el salario indirecto de quienes trabajan en la informalidad y también perjudicaría directamente a los desempleados.
¿Libre? competencia
En Argentina, la concentración económica es alarmante. Los panificados, enlatados, lácteos, cervezas y productos de limpieza tienen grados de concentración que, en varios casos, superan el 80 por ciento en manos de una o pocas empresas. Casi la totalidad de las grandes dominantes del mercado no hicieron un “mejor” trabajo que otras empresas para llegar dominar el mercado, como plantean los libertarios. Sencillamente cuentan con mayor capital (generalmente proveniente del exterior) para adquirir a su competencia. Se premia a quien tiene poder para comprar otra empresa, no a quien, como dice Milei, gana dinero sirviendo al prójimo, ofreciendo bienes de mejor calidad al menor precio.
Al tener economía concentrada y extranjerizada, cuando en Argentina se propone una reducción de impuestos, como lo hacen los libertarios, gran parte de esa baja se la quedan las empresas en cuestión. Por ende los precios no tienden a bajar. ¿O alguien puede pensar que una quita de impuestos en las empresas se trasladaría a una baja de precios al consumidor?
De la Encuesta Nacional a Grandes de Empresas de Indec surge que las 200 empresas más grandes concentraron en 2021 el 91,6 por ciento de las exportaciones de bienes. A su vez, las veinte primeras concentraron más de la mitad de las ventas al exterior (59,3 por ciento). Según la corriente libertaria esto no es una “falla del mercado”. Sino que no hay nada que hacer ante este escenario.
El manejo de poder resulta atractivo para el mundo empresarial, entonces una vez que se llega a ser monopolista, es muy difícil que otros puedan imponer condiciones. El propósito de concentrar el capital en pocas manos se intensifica conforme se disponen tácticas para obstaculizar la entrada de nuevos competidores, así como maniobras dirigidas a fijar cantidades y precios de acuerdo a, exclusivamente, su propio beneficio. Por supuesto, sin tener en cuenta las consecuencias sobre la sociedad, que siempre se ve perjudicada con la existencia de monopolios. Como puede deducirse, el perjuicio social que ocasiona se agranda en la medida que se engrosa el grado de monopolio. Mientras, los libertarios miran para otro lado.
En la práctica, la existencia de monopolios no garantiza la oferta de mejores productos al menor precio posible. La empresa monopólica sigue incrementando su poder y no permite que otras ingresen al mercado. Si, por ejemplo, una empresa tiene el control de una fuente de materia prima, puede establecer un monopolio negándole esa materia prima a cualquier potencial competidor. Y, aunque este logre adquirirla, su costo de producción será superior al de quien tiene el control. Lo que ocurre en realidad es que las corporaciones oligopólicas y monopólicas, a través de los menores niveles de oferta y mayores precios obtienen ganancias extraordinarias y concentran cada vez más el poder, no solo económico, sino también político.
Una buena estrategia de negocios es evitar la competencia. De hecho, la gran mayoría de casos de éxito empresariales se sustentan en esa premisa. Esto resulta interesante porque es justamente Adam Smith, en el capitalismo naciente, quien describe las bondades de la competencia para generar mejores productos, aumentar las cantidades producidas y bajar los precios. Sin embargo, la opción más razonable para hacer negocios hoy en día es justamente no competir. La lógica inicial del capitalismo naciente se ve devorada por la lógica de un capitalismo más desarrollado y, a su vez, más salvaje. Más grave que este proceso es que algunos lo defiendan.
Los investigadores Martin Schorr y Pablo Manzanelli mostraron cómo en la posconvertibilidad las ramas altamente concentradas de la economía argentina lograron fijar precios por encima del índice de inflación. Solamente en el sector fabril, entre 2001 y 2010, la contribución al aumento de precios de las ramas altamente concentradas fue del 64,8 por ciento, mientras que de las escasamente concentradas fue del 13 por ciento. El 22,2 por ciento restante lo explican las medianamente concentradas.
Vale destacar también que la concentración económica trae consecuencias en el empleo, dado que por una misma cantidad producida, las empresas en forma separada requieren mayor cantidad de recursos humanos que una sola haciendo el trabajo de ambas. De hecho este es uno de los incentivos para fusionar empresas.
También el salario se ve afectado por la concentración, ya que no sólo la cantidad de oferentes de trabajo disminuye, sino que también los precios de venta suben muy por encima de los salarios. Tal es el caso de lo ocurrido entre 2016 y 2022, donde los salarios con respecto a los precios sufrieron una caída superior al 12 por ciento mientras que los bienes de las ramas altamente concentradas subieron un 20 por ciento por encima de la inflación. Esto refleja cómo los salarios caen drásticamente frente a la inflación, mientras que los bienes producidos por grupos concentrados le ganan a la misma.
En definitiva, se puede advertir claramente las consecuencias negativas de la concentración económica. Esto no es nuevo, sino que el mismo padre de la economía Adam Smith, que es reivindicado (para lo que resulte conveniente) por los mismos libertarios, advertía sobre los riesgos de los monopolios. Los esfuerzos de los países centrales por controlar este aspecto mediante leyes antimonopolios habla a las claras de que no es un proceso deseado. En vez de querer volver a las bases planteadas por Adam Smith, que se asemejarían más a mercados de competencia perfecta, se intentaN justificar y presentar como deseableS las consecuencias negativas del sistema capitalista.