Casi todo sucede en los sueños 7 puntos
Argentina, 2022.
Dirección, guion y fotografía: Andrés Habegger.
Edición: Lucas Scavino, Andrés Habegger.
Sonido: Joaquín Rajadel.
Música: Jorge Aliaga.
Duración: 61 minutos.
Estreno: en la Sala Leopoldo Lugones.
Hay un gesto poético, una mirada esencialmente introspectiva en Casi todo sucede en los sueños que no estaba en la mayoría de los films previos del documentalista Andrés Habegger. Sin embargo, el carácter reflexivo, el pudor y la sensibilidad de su mirada, que son características de la nueva película del director, ya estaban presentes en (H) historias cotidianas (2000), Imagen final (2008) y particularmente en El (im)posible olvido (2016), tres películas que forman parte del cine más lúcido que se haya hecho en el país sobre la temática de los derechos humanos.
A diferencia de esa obra anterior, Casi todo sucede en los sueños es una película libre, que no nació de ninguna investigación ni postulado previo: como si fuera un poema filmado, no tiene un objetivo preciso ni pretende cumplir una función determinada. Recluido por la pandemia pero sin siquiera hacer alusión a ella, Habegger se recoge sobre sí mismo para preguntarse por la relación del cine con el mundo (“¿Cómo suceden las cosas cuando nadie las filma”?), por el transcurso del tiempo (“A veces filmamos para buscar lo que perdimos”) y muy especialmente por su condición de hijo primero y luego también de padre.
El tema del hijo y del padre ya era el núcleo de El (im)posible olvido, donde Habegger salía en busca de la estela de su padre, desaparecido durante la dictadura cívico-militar, pero donde sin resignar un posicionamiento político prefería en cambio priorizar la relación entrañable con esa figura que le había sido brutalmente arrebatada 35 años antes, cuando él aún era un niño. Allí Habegger recurría a sus cuadernos infantiles y a materiales de archivo, lo que le daba a aquel film un carácter substancialmente personal, una primera persona del singular que ahora el director abisma en Casi todo sucede en los sueños.
“¿Y si la infancia sólo sobreviviera en las imágenes?”, se interroga el director sobre las pocas fotos que logró recuperar de él y de su padre juntos, como esa en la que están jugando en la nieve y que él hoy recuerda como un momento de felicidad plena. Como si de algún modo quisiera reparar esa ausencia, Habegger rescata en Casi todo sucede en los sueños las fotos y filmaciones caseras de él con sus propios hijos, Maia y Teo, de distintas épocas y etapas. Si su padre no pudo verlo crecer, el cineasta en cambio no sólo quiere dar cuenta del desarrollo de sus propios hijos sino que ahora comparte con ellos la construcción de la película.
Una película hecha de jirones, de evocaciones, de reflexiones, que Habegger va volcando en breves textos impresos sobre la pantalla, semejantes a los versos libres de un poema. Esas palabras hacen no sólo a la sustancia del film sino también a su materialidad estética, en tanto forman parte de un entramado de texturas que incluyen el video digital (en blanco y negro), el Súper 8mm color y la fotografía analógica.
“Iluminar las cosas será salvarlas”, plantea Habegger, que constantemente juega con luces y sombras, brillos y reflejos. El sabe que “lo filmado nunca es lo que estaba por filmarse” y por eso –en esta película mucho más que en toda su obra previa- se permite la libertad de trabajar con aquello que encuentra sin la obligación de haberlo buscado. De esa sencillez y honestidad está hecha Casi todo sucede en los sueños, un film que –un poco a la manera de los diarios de Jonas Mekas- ocasionalmente va vislumbrando breves destellos de belleza.