“Es un programa denso, intenso, potente”, anticipa Ezequiel Silberstein y se entusiasma. Figura sobresaliente entre las nuevas generaciones de directores argentinos, Silberstein habla del concierto que el viernes 22 a las 20 en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner lo tendrá una vez más al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Polifónico Nacional. El Concierto n°3 para piano y orquesta en Do mayor Op. 26, de Sergei Porkoviev, con la participación de Alberto Bohbouth como solista; Sinfonía de los salmos, de Igor Stravinsky, y Corales Criollos nº3 de Juan José Castro, articulan un repertorio atractivo y poco frecuente, con distintas muestras de una misma modernidad que conjuga matices propios y referencias comunes. La reserva de entradas, gratuitas, puede ser virtual o presencial: a través de la web o el día del concierto, desde las 14, en la boletería de Sarmiento 151.

“La relación que surge de inmediato, lógicamente, se da entre las obras de Prokofiev y Stravinsky, dos compositores rusos, relativamente contemporáneos, pero de estilos muy definidos”, explica Silberstein. “Entre ellas, la obra de Castro se integra de la mejor manera, porque hace efectivo el cruce de los rasgos criollos con las tendencias modernistas de su época”, continua el director. “Lejanías”, “Rústico”, “Quenas”, “Fanfarria”, “Tango” y “Pastoral”, son los rótulos que definen la cuestión criolla en cada una de las seis variaciones del coral inicial, antes del final malambeado y enérgico. “Castro logra introducir el elemento popular entre los estilos de la música de su tiempo. Esta es una obra de 1953, en la que pòr sobre lo criollo son evidentes la influencias de (Arnold) Schoenberg en los momentos atonales y de (Gustav) Mahler en algunos pasajes de la orquestación, entre otras cosas que tienen que ver con su formación europea”, agrega el director, en la actualidad regente y director musical de la Academia Orquestal del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y docente de la Cátedra de Dirección Orquestal en la Universidad Nacional de las Artes.

“Es parte de la misión de una orquesta como la Sinfónica Nacional ocuparse de recuperar obras como esta de Castro y tantos otros compositores del pasado y de este tiempo. Hay que mostrar esa música al público, ya no alcanza con hacer de Ginastera, que es un compositor que amo, un hit. Es necesario mostrar todo lo que hay, indagar en ese repertorio que está ahí, que está muy bien escrito, aunque es cierto que muchas veces sea complicado disponer de ese material, que no siempre está ordenado y necesita una revisión”, reflexiona Silberstein y agrega: “Somos un país musicalmente joven, tenemos poco más de un siglo de música propia, y sería bueno darla a conocer en su plenitud”.

El aire popular podría ser uno de los aspectos comunes en las obras del programa, en particular en el “Tercer concierto” de Prokofiev, estrenado por el mismo compositor en 1921, que en esta oportunidad tendrá como solista a Alberto Bohbouth. Nacido en Buenos Aires, clase 1965, Bohbouth estudió en el Conservatorio Carlos López Buchardo, antes de emigrar a Israel en 1988. Allí egresó de la Academia Rubin de Jerusalén y tuvo entre sus maestros a Allan Sternfield y Michael Boguslavsky. “Con Alberto no nos conocíamos, pero desde el primer encuentro que tuvimos entramos en sintonía sobre lo que queríamos de este concierto”, comenta Silberstein. “Para el solista es una prueba física además de expresiva, en particular en el primer y tercer movimiento que exigen gran virtuosismo. Coincidimos en que no hace falta que correr por correr y que es necesario encontrar una respiración común. Este es un concierto rápido y excitante, pero también tiene partes lentas muy cautivantes, que hay que delinear muy bien”, continua el director.

La obra que cierra el programa, la Sinfonía de los salmos, fue compuesta por Stravisnky en 1930, para celebrar los 50 años de la Orquesta Sinfónica de Boston. “Es una composición muy al estilo del Stravisnky neoclásico, que al prescindir de las cuerdas de la orquesta e incluir dos pianos, logra un sonido muy particular. Esta sonoridad se debe mantener a partir del equilibrio entre la orquesta y el coro. El aspecto concertante es el gran desafío que propone esta obra”, comenta Silberstein. “Nuestro Coro Polifónico es una gran coro, que ronda el centenar de integrantes, que llega muy bien preparado por el maestro (Antonio) Domenighini, que además, como conoce muy bien las características acústicas de la sala, propuso disponer a los coreutas en semicírculo, rodeando a la orquesta. Eso permite lograr un sonido envolvente y reflejar mejor las particularidades de la escritura de Stravinsky, una polifonía atonal, con las complejidades rítmicas que suele tener su música, que en este caso, se conjuga de la menjor manera con la de Prokofiev y la de Castro”, concluye el director.