Fonavi, sí, Fondo Nacional de la Vivienda, el barrio aún no tenía nombre. Ni el barrio, ni la escuela. Era el segundo año que vivíamos ahí, recién las cosas comenzaban a tener identidad para nosotros.
Se hizo un concurso en la escuela para elegirle el nombre, todos llevamos uno. Primero se eligió uno por grado, luego concursaron entre todos y al final seleccionaron el de la escuela, ese que le daría nombre al barrio: Latinoamérica. Ahora me da orgullo, con la foto de mañana.
Olor a nuevo, la escuela, los edificios, los ascensores, los departamentos. Todo era aroma a yeso y pintura fresca, menos mi casa. Hay veces que creo que tengo más memoria en mi nariz que en mi cabeza. Por suerte estuvimos poco ahí, unos años nomás.
-Qué feo que un olor te haga acordar al que no está.
-¿Quién sacó la foto?
-Mi mamá.
-¿Quiénes estamos en la foto?
-Mis hermanos y yo.
-¿Qué se ve?
-Una mesita ratona de caña, con mimbre en los vértices enroscadito, bien pegadito con base y tapa de vidrio contra la pared. Sobre ella una botella de caña Legui. Siempre te amaré caña Legui. Mi hermana con un pullover tejido a mano amarillo bebé, color de la época, y un jogging bordó, en los pies unas botinetas porque en casa siempre nos cagamos en la elegancia. Mi hermanito, que todavía no caminaba, en el medio del living en posición de gateo. Si te fijás bien, abajo de su pancita, su juguete preferido, una llave pico de loro color naranja.
El piso marrón sorete, las cortinas marrón sorete, como si ese departamento de Fonavi hubiese estado predestinado desde la decoración a los momentos de mierda que íbamos a pasar la gran parte del tiempo que viviéramos ahí. Contra la ventana de cortinas sorete mi yo de la infancia, con la jeta gigante como ahora, botas de lluvia amarillas de goma marca Pampero (porque obrera se nace) y guardapolvo abrochado atrás. Antes los guardapolvos de nena eran abrochados atrás y con cinturón de lazo y moño, como si quisieran encorsetarnos. A mi lado una mancha marrón. El estigma. Lo que hacía que mi casa ya no tengo olor a "yeso y pintura fresca": CRE-O-LI-NA, para muchos "Fluido Manchester". De eso me enteré de más grande.
Días antes mi viejo la había batido feo una vez más. Pero esta vez feo feo. Mi vieja colapsó feo, como la batida del chabón. Eran épocas en las que no sabíamos nada del respeto. O quizás era que había tantos significados de respeto como integrantes tenía nuestra familia.
Mi vieja, hinchada las tetas de ese plomo que la cagaba, la celaba, la endeudaba y la volvía a cagar, agarró la lata de creolina y, ante la negativa del chabón a retirarse de la residencia para nunca jamás, lo empezó a rociar.
Así como el exorcista rocía con agua bendita para ahuyentar a los demonios, mi vieja rociaba a mi papá con creolina para ahuyentarlo de casa, con tanta mala suerte que una gota de ese desinfectante de mierda impactó en el ojo de mi hermanito. Al grito de “Pelotudo, mirá lo que me hiciste hacer”. Mi mamá abrazó a mi hermano y corrimos al auto. Mi papá tenía un Renault 6, fuimos al Hospital de Niños. A mi hermano le hicieron un lavaje y volvimos a casa. Por suerte la creolina hizo lo suyo. Papá, el germen, no entró más.
Ese día se ve, por mis botas, que llovía. La verdad que no recuerdo. También puede que no, quizás era mi humilde homenaje a mi madre, cagarme la elegancia y ponerme esas botas un día de sol pleno. Siempre recuerdo que me llamaban la atención los looks de otras nenas. Recuerdo a las hermanitas Kruger, así les decíamos a las mellizas. No, no. No eran mellizas, una era más grande que la otra pero parecían mellizas porque la mamá las vestía siempre igual. Un día les puso unos vestiditos azules y rojos rayaditos. Azul y rojo Freddy.
¡Como nos recagábamos de risa por Dios! Mi mamá les puso así. Nosotras con mi hermana le festejamos el chiste, mi hermano todavía no entendía. Era la época en la que para reírnos teníamos que mirar afuera. Para adentro solo veíamos el abandono y la incertidumbre.
Mamá seguro sacó la foto llorando.