Escribo desde Dinamarca, recién llegada, sin dormir y shockeada por la noticia de la muerte de Mario, aunque los amigos y los compañeros la esperábamos a pesar de que la crisis de salud fue muy repentina. No importa mi circunstancia: lo menciono para atajarme de errores y de escasa inspiración porque estoy triste, muda y cansada.
Conocí a Mario en Página/12 cuando él era editor de la sección política alrededor de la crisis del 2001. El país era un drama y nosotros nos divertíamos como locos. Que se entienda: era puro humor negro y entender que se vivía un sainete doloroso e incomprensible. Para nosotros, más jóvenes, era extrañamente tranquilizador. Sergio Moreno era su ladero, el otro editor de política, gran periodista y su opuesto absoluto. Ahí donde Mario se la pasaba (¡hasta último momento!) desaliñado como un científico loco con gafas que debían pesar como plomo, Sergio Moreno venía a la redacción --que era una mugre y una humareda-- con la calva rasurada y brillante como la de Pep Guardiola y traje con gemelos. Y casi nunca repetía al menos la combinación de colores. Que esos dos no tuvieran en ese momento desesperante y trastornado del país al menos un programa de cable --que era lo que se estilaba-- es una pérdida para todos. Eran filosos, inteligentes, rabiosos, serios, responsables y dueños de un humor que delataba, de ambos, lo mucho que disfrutaban la vida e, insólitamente, la vida en Argentina, desde estilos diferentes. Sergio murió no mucho después, muy joven, de cáncer y Mario se quedó como columnista y dejó de a poco de ir a la redacción. No sé si la muerte del amigo tuvo que ver.
Sí sé que era ultrasensible y siempre trataba de ocultarlo y lo hacía pésimo. En la radio, si una canción lo emocionaba, o un testimonio en una entrevista, o algo que era leído, todo el esfuerzo para ocultar su nudo en la garganta daba entre ternura y ganas de decirle “vamos Mario, ¡aflojá!”. Entrevistaba bien porque era cuidadoso y sabía que con la gente se habla, no se le saca información. Y casi siempre, si la entrevista era buena, decía algo amoroso sobre el entrevistado. La palabra amoroso me llega mucho y es cierto, lo era, dentro de lo que puede serlo una persona que no es un santo. Pero era muchas otras cosas. En política, por ejemplo, no era sectario. No lo era en serio: creía en la tolerancia a pesar de sus convicciones y tenía razón. Era sensato y pedía sensatez y creo que cuando no la encontraba se ofuscaba mucho. Hablaba mucho de su familia, de su pareja, de sus hijos y nietos y últimamente recordaba con frecuencia a sus padres, sobre todo a Marito Sr, muerto muy joven. Le gustaba Sandro y Rafael y Roberto Carlos y Nino Bravo y no sé si “Oración del remanso” de Jorge Fandermole era su canción favorita, pero le gustaba con locura cantarla en el coro de Gente de a Pie --un coro al que nunca me uní porque canto mal mal y él no tenía pudor en eso pero yo sí--; pero insistía con que su favorita era “El gato que está triste y azul” de Roberto Carlos. Hablaba de la revista Unidos, de Néstor Kirchner, de Germán Abdala, de Estela de Carlotto. Le gustaba Haroldo Conti y Adán Buenosayres y Calvino y el cine italiano, desde Fellini hasta Paolo Sorrentino. Imitaba bien a Perón y lo hacía seguido. Le gustaban los bares y tomar café y era muy porteño. Le gustaba trabajar con amigos, no lo forzaba pero salía: muchos de los que trabajamos con él no solo nos llevamos bien sino que tenemos proyectos juntos. Sergio, Paula, Beto, Juan Manuel, Nora, Esdenka, Mariana, Gustavo, Hernán, Carolina, Martín, Lorena, Erika, Néstor y muchos más en micrófono y en controles, a pesar de alguna pataleta normal --¡es trabajo!-- nos llevamos increíble y hay que decir, porque nobleza obliga y su nobleza lo merece, que Mario siempre hizo todo lo posible para sostener la continuidad laboral de todos y peleaba el salario dentro de márgenes realistas y, en serio, no hay muchos jefes que hagan eso. Se podía confiar en él. En ese sentido y en casi todos.
No le gustaban los espacios chicos y odiaba los aviones aunque le encantaba viajar y amaba París. Estaba totalmente abierto a sugerencias de series, de libros, volvía loco después de ver The Wire o leer a Carrére, quería que lo leyeran los de “otras generaciones” decía, es decir, los jóvenes. Era de River. Era ansioso. Se frustraba cuando las cosas no salían bien. No sé cuánto le duraba el malhumor, no creo que mucho. Le gustaba escribir y quería dedicar estos años a los libros, me dijo que tenía planes o algo así, que se quería dedicar a ese formato, quizá publicar algunos de sus análisis no lo sé, eran conversaciones casuales de pasillo.
A veces, cuando alguien muy próximo se muere así, de pronto, cuesta darse cuenta, sobre todo cuando uno está lejos. No sé cómo va a ser volver a la radio y que Mario no esté, no charlar después, no pedirle disculpas por llegar tarde. Era decente y le gustaba pensar la política sin liderazgos histéricos y pensando en la historia argentina, que conocía bien.
Lo voy a extrañar mucho, sus demostraciones de afecto tímidas, su inteligencia, sus chistes tontos, su generosidad. Qué pena Mario: eras una especie de lugar seguro, el que puede orientarte, el que dice va a pasar la tormenta, mirame, yo también estoy nervioso y temblando. Pero va a pasar.