Con el título La Entrega, Los Cuentos de la Buena Pipa ofrece un nuevo álbum y continúa situado como el grupo relevante que es. Entre la improvisación, la participación plural, las intervenciones multidisciplinares y los sonidos mixturados, el grupo delineó un recorrido de seducción sinuosa y sólida. La Entrega se suma al camino trazado por Así gritó el dictador (2012), ¿Qué es el laberinto? (2015), El Río Curvas (2019) y Cuentos Aislados (2021); este último, como ejemplo, a partir de canciones surgidas en pandemia, a las que voluntarios de diferentes partes del mundo agregaron imágenes desde un mismo lugar de encierro. Los Cuentos de la Buena Pipa siempre son una sorpresa, y por aquí viene, con su bienvenida costumbre, la nueva apuesta.
A La Entrega, que ya puede escucharse y tiene presentación prevista para el 30 de septiembre en Centro Cultural Güemes, lo acompaña la reciente edición de una sesión en vivo, que oficia como una especie de álbum visual, de música compartida. Como los músicos se ocuparon de señalar, es un homenaje a su público y seguidores. Una nota de cariño firmada por Eduardo Bonfatti (guitarra eléctrica, sintetizador, programaciones, kalimba), Nicolás Cassale (bajo), Eric Flägel (batería), Lisandro Valls (guitarra eléctrica, sintetizador, percusión), y Martín Sanabria (percusión).
Entre la música y el audiovisual, y a la manera de un estudio al aire libre, La Entrega es una celebración en vivo, en un paisaje tan previsto como de tinte indómito, con público que baila y músicos en estado de simbiosis. Una precisión que habla, de manera clara, sobre la forma consensuada de hacer música entre los integrantes del grupo, más la tarea de dos artistas invitados: Dante Scarpone (sintetizadores) y Mauro Cerione (percusión). Una sesión en forma de disco, con luz de tarde color ámbar, mucha vegetación; y a la manera de un viaje donde permanecer.
Fiel a la mezcla entre el rock, la electrónica, la cumbia y la psicodelia –sello distintivo de Los Cuentos de la Buena Pipa–, La Entrega es también todo un título, que bien podría ser el de una ofrenda en una especie de ritual: compartir música, sea cual sea la manera elegida, tiene estas características, comunitarias y en trance. De esta manera, en el video participa una imaginería de la que músicos y seguidores se revisten para un despliegue con altar pagano y ritmos de procedencias varias. El viaje dura lo que se desee; sea por la ambigüedad temporal a la que arroja siempre la música, también porque se lo puede replicar cuantas veces se quiera.
Las estaciones (o estados de ánimo) a las que se arriba son cuatro: “Paseo”, “Accidente”, “Original”, “Artefacto” –hay todavía dos más, que pueden escucharse en el disco en sí, por fuera del video–, en una suerte de crescendo en el cual el público inicia sentado, siempre relajado, luego bailando, siempre celebrando. Hay momentos en particular, donde ciertos elementos perfilan una especie de secretismo del que parecen ser depositarios quienes están allí, quienes disfrutan de las claves de esa música; que en verdad son muchas y distintas. Allí hay algo del orden de lo tribal, pero sin embargo con camisa y zapatos (tal la indumentaria de E’Bo); es decir, no solo los distintos ritmos, sino las maneras de invocarlos: pueden ser analógicas y digitales, hay máquinas y campanitas, hay perillas e instrumentos ancestrales. Todo puede ser en Los Cuentos de la Buena Pipa, y ello converge en un estado de ánimo feliz. Se nota y se siente, lo podrán aseverar quienes allí estuvieron y quienes se acerquen a la réplica que permite el video.
La sesión en vivo de La Entrega –que contó con un subsidio del Plan Fomento, del Ministerio de Cultura– cuenta con varios responsables. Uno de ellos es Carlos Altolaguirre, que grabó en vivo (con Renzo Albera) a partir de un estudio móvil ubicado en la locación elegida; hubo producción de Arian Frank; y la dirección audiovisual estuvo a cargo de Mariano Ferrari, quien participó del montaje junto a Baltazar Lamas.