¿Qué se puede decir del querido Mario Wainfeld que no haya sido escrito con fundamento, admiración y cariño en este mismo diario por las y los colegas? Y abundar en algo no significa que eso mismo no haya sido señalado. Es más. Todo lo que se diga y escriba sobre esta persona excepcional con la que tuvimos el honor y el privilegio de compartir la profesión y parte de la vida no solo es justificado, sino que siempre será poco para recordarlo y para seguirlo teniendo presente.

En consecuencia, casi seguramente las líneas que siguen son ante todo el fruto de la necesidad de quien las escribe para dar testimonio sobre el entrañable amigo, el colega, el maestro, pero esencialmente de la enorme humanidad de Mario.

Para muestra basta registrar la calidad, la diversidad y la cantidad de quienes sintieron impelidos a hacerse presentes en su despedida. Su partida, como también fue su vida, se transformó en una espontánea y multitudinaria convocatoria cargada de agradecimiento, pero también de genuina diversidad. Jóvenes y veteranos, discípulos y colegas, lectores y audiencias. Todas y todos con los que él fue capaz de empatizar. Sin perder humildad, siendo maestro. Con precisión y rigurosidad, mientras cultivaba la sencillez en el trato y en la escritura, enriquecida por la ironía y embellecida por la creatividad no exenta de picardía. Y nunca abandonando la alegría y la sonrisa, aún en momentos en los que apremiaba la tensión.

Eso fue Mario. Amigo, colega, compañero, maestro. En el orden y en la prelación que se necesitara de acuerdo al momento y a las circunstancias. También esto fue parte de su inmensa sabiduría.

Por eso en su despedida en Chacarita, los sollozos de dolor por la partida se mezclaron con la entonación de “Lunita tucumana”, ensayada por el desafinado coro de quienes insistían en recordarle cuánto lo quisieron y lo seguirán queriendo.

Nada podrá suplir su ausencia, pero es indudable que su presencia se extenderá en las múltiples aristas de nuestra profesión, también de nuestra vida cotidiana, como una huella en la manera que cada una y cada uno decide transitar la vida, protagonizar la historia.

¡Qué más decir sobre Mario! Gracias, mil veces gracias, por tu vida de la que diste testimonio fecundo.

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