El sol brilla y el hombre corre a un ritmo moderado pero constante. Es de suponer que lo hace todos los días, al menos aquellos días en que las obligaciones de la cátedra de Derecho Político se lo permiten. De pronto se detiene, parece agotado; se lleva una mano al pecho y se desploma. Por suerte hay personas cerca que se acercan a ver qué ha sucedido. Un joven mira el celular, dispuesto a llamar al 911. Pero es tarde: Eduardo Caselli ha muerto o lo estará de camino al hospital, poco importan los detalles. Y así, Marcelo Pena, adjunto de cátedra que ha tenido en Eduardo no solo a un mentor sino casi a un padre putativo, queda huérfano.
Por las mismas razones, Marcelo queda en primer lugar en la fila para sucederlo, sitio ganado por lógica sucesoria, por conocimiento del currículo y también por prepotencia de trabajo. Sin duda, las clases de la Facultad de Filosofía y Letras –FILO por sus siglas, simplemente Puan para aquellos que cursan en la sede de la calle del barrio de Caballito– ya no serán las mismas, y todo parece indicar que la vida profesional y personal de Marcelo tampoco. Es entonces cuando un ex-alumno de la facultad instalado en Alemania, donde sus cursos filosóficos y publicaciones atraen a estudiantes y colegas, regresa a Buenos Aires justo a tiempo para sopesar la posibilidad de presentarse al cargo que ha quedado vacante.
En Puan, la película dirigida a cuatro manos por la actriz y directora María Alché y el realizador Benjamín Naishtat, conviven la comedia de situaciones y la angustia existencial, las relaciones interpersonales y los conflictos de la política y la economía, el retrato de personajes con la descripción de usos y costumbres dentro de una geografía acotada: los pasillos, aulas y oficinas de la reconocida institución educativa. Protagonizado por Marcelo Subiotto en el papel de Marcelo Pena, protagónico que posiblemente marque un antes y un después en su carrera, y con un reparto que incluye a Leonardo Sbaraglia, Julieta Zylberberg, Alejandra Flechner, Héctor Bidonde, Cristina Banegas y Andrea Frigerio, el largometraje de Naishtat y Alché este fin de semana tendrá su estreno mundial en la competencia oficial del Festival de San Sebastián y llegará a las salas de cine argentinas el jueves 5 de octubre.
Ni la notable Familia sumergida, ópera prima de Alché –aquella adolescente inquieta de La niña santa, el film de Lucrecia Martel–, ni las películas previas de Naishtat –Historia del miedo, El movimiento, Rojo– permitían imaginar que esta colaboración como creadores tendría como resultado una comedia. Aunque no se trate de un estilo desaforado, el humor está muy presente, como en esa secuencia temprana en la cual los discursos de homenaje al profesor fallecido y un bebé que está pasando por un período de caca blanda terminan confluyendo en un paso de comedia literalmente escatológico. No en el sentido que suele darles la teología a los estudios sobre la vida después de la muerte, sino en el más mundano, ligado a los excrementos, su textura, color y olor. Y su capacidad de impregnarse en otros cuerpos sólidos.
“No sé si te acordás, pero hay una escena cerca del final de Familia sumergida que transcurre en la cocina, con Marcelo Subiotto cantando, que me gustó mucho filmar”. Mientras espera su café en un clásico bar de viejos de Colegiales, María Alché recuerda ese momento de su primera película como indicio del placer por la práctica de la comedia. “Había ahí una cosa luminosa que me dio ganas de filmar nuevamente con Marcelo, en ese mismo tono. Crear un personaje, un hombre, con sus características, y acercarle a él como actor una historia que tuviera esas tonalidades. Seguramente Benjamín te cuente ahora su propia relación con la comedia, pero fue algo que surgió a partir de ese concepto, a lo que se sumó el universo de Puan”.
Sentado junto a Alché, frente al grabador y ante la mesera que acaba de acercar sendos cafés con leche, Benjamín Naishtat declara su amor por la comedia como espectador. “Un poco accidentalmente, había habido un par de pasos de comedia negra en Rojo. Fue algo raro, porque mucha gente se reía en momentos que no había anticipado; una sorpresa grata, la verdad. Pero lo cierto es que nos metimos en un mundo que se presta mucho al humor: los docentes de filosofía, el universo de Puan. Hay pequeñas conexiones absurdas, tensiones graciosas, aunque sean sutiles. Pero es cierto que a la película le metimos gags, porque es de las cosas que uno más disfruta en el cine. Fue algo bastante orgánico ir hacia allí, aunque la historia toque cuestiones ligadas a la muerte, a la situación del país. En realidad todo es un poco espeso, y la comedia es una forma de darle una luminosidad infrecuente”.
Agrega Alché: “También está el contrapunto entre la pomposidad de la filosofía, un mundo que parece difícil de abordar, esa forma de hablar académica, y el humor que atraviesa todo el relato”.
LOS PUANERS
El documental de Eloísa Solaas Las facultades (2019) incluye un breve segmento semi-ficcional interpretado, precisamente, por María Alché: un registro de la alumna mientras rinde un examen de filosofía en Ciudad Universitaria. Se discute la divinidad en diferentes culturas y es evidente que quien rinde sabe de qué está hablando. “En cierto momento quise estudiar Artes Combinadas, cuando tenía veinte años, pero finalmente cursé en la ENERC la carrera de Cine. Eso no impidió que, después de recibirme, me metiera un tiempo en Filosofía. Ahí es cuando estuve más en contacto con la sensación esa de ser alumna de Puan”.
La conexión puanesca de Naishtat es diferente: su padre es docente de filosofía en la UBA Sociales. “Así que conozco bastante el paño, y con María complementamos esas dos miradas de un universo que comprendíamos bien”. ¿Podría acaso la misma historia transcurrir en otra facultad, en otro país, incluso? Sin duda, con los cambios y ajustes necesarios, pero para el codirector, Puan, el lugar, es único y, en sus propias palabras, alucinante. “Para empezar, está la cuestión edilicia. Antes de ser lo que es, el sitio fue una fábrica de cigarrillos, así que mantiene esa impronta industrial que está totalmente a contrapelo de lo que ahí se hace, que es pensar el sentido de estar en el mundo, el origen de los mitos. Hay una tensión entre el espacio y lo que ahí se practica que crea momentos raros. La resonancia de los techos altos, por ejemplo. Es muy singular eso y la gente lo nota de inmediato. La estética Puan. Las palomas, los grafitis. Es algo único”.
Para Alché, la misma palabra “Puan” y lo que significa para sus habitantes es importante. “Es la calle, es la estación de subte, también es una localidad de la provincia de Buenos Aires. Pero además es una palabra que reúne a un grupo de personas. Ejemplos: ‘Todo Puan va a estar ahí’ o ‘Qué opinó la gente de Puan’. Entonces es una facultad, es un grupo de gente, es una forma de pensar. Hay un sentido de pertenencia mayor que el que se da en otras facultades”. ¿Cuál sería entonces el gentilicio? ¿Puanesco, puanense? “Ellos se llaman a sí mismos puaners”.
“Tengo amigos profesores”, afirma la codirectora, “y ahí apareció la idea de sumar el concurso para obtener la dirección de la cátedra, que es algo que ocurre constantemente en la vida real”.
En la ficción, el profesor Marcelo Pena (Subiotto) y el docente recién regresado Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia) terminan inevitablemente peleando por esa sucesión, aunque el guion de Naishtat y Alché evita por completo la idea de la batalla campal de enemigos confesos. Mucho menos, el odio visceral y agresivo. O la misantropía. Naishtat recuerda que “los personajes terminaron de tomar su forma final en el rodaje, pero todos tienen mucha humanidad desde que los pensamos por primera vez. No hay nadie con quien no se pueda empatizar. Tratamos de que cada criatura tuviera una vida interna propia y, además, los queremos a todos”. “Eso se relaciona con la idea que uno tiene sobre el mundo y la humanidad”, suma Alché mientras sonríe, “y supongo que en Puantodos tienen sus luces y sombras, sus torpezas y estupideces, pero también sus cosas loables”. Antes del concurso, antes de que las piezas comiencen a acomodarse en el nuevo tablero, Marcelo tiembla sin demostrarlo y sufre sin que nadie lo note. Lo que le acaba de ocurrir –y lo que está a punto de transitar– es lo más parecido a un terremoto. Aunque la vida siga, y las reuniones de cátedra y las clases parezcan las de siempre, y las clases particulares a esa anciana ansiosa por profundizar en la filosofía francesa continúen como si nada hubiera pasado.
“El único lugar en donde soy alguien es en Puan”, le confiesa Marcelo a su mujer, y esa sinceridad y la tristeza que trae aparejada son evidentes. La comedia en Puan, la película, va de mayor a menor. En otras palabras, la idea de que el film podría llegar a convertirse en un disparatado choque de opuestos dispuestos a todo con tal de ganar la carrera va desapareciendo, y la caca del bebé y los ronquidos de la alumna mayor le van cediendo el lugar a un malestar existencial de puntas afiladas.
“La estrategia de escritura, de guion, siempre fue entrar rápidamente a la historia desde el humor”, destaca Naishtat. “Era también una manera de romper el hielo y quebrar la resistencia natural que uno puede tener al ver a un grupo de profesores de filosofía conversando. Pero fue en el montaje donde afinamos el tema de la energía cómica, dónde poner el énfasis y dónde no”. Alché cree que “por un lado está la idea de comedia, pero por el otro está este tipo que es como una línea ligada a la muerte. Alguien que se ha quedado un poco huérfano y no sabe bien qué hacer. Cuando escribíamos el guion esa sensación de vacío estaba muy presente, y entre nosotros hablamos mucho de esa clase de personas que han visto gran parte del siglo XX y tienen experiencias de vida y políticas que son muy distintas a las de las generaciones más recientes”.
LOS UNOS Y LOS OTROS
La centralidad de Marcelo no quita lo grupal: si bien el punto de vista casi nunca abandona la mirada del protagonista, Puan comienza a desarrollar a los personajes secundarios desde el primer minuto de proyección. La ayudante de cátedra interpretada por Julieta Zylberberg, la hija de la alumna dormilona que encarna brevemente Andrea Frigerio, la señora que ayuda en la casa (Liliana Juárez), la viuda (Alejandra Flechner), la rectora (Cristina Banegas), su esposa (Mara Bestelli, pareja de Subiotto en la vida real) y, desde luego, el profesor que habla perfecto alemán y lo sabe y lo disfruta, y que también conoce de vinos, además de tener un encanto que encandila incluso a quienes en principio no le tienen simpatía (Sbaraglia).
El de Marcelo fue un papel creado desde el primer momento con su tocayo Subiotto en la mente de los guionistas. Naishtat lo confirma: “Fue escrito pensando en él; el de su mujer también. De hecho, el primer borrador del guion se llamaba ‘Mara y Subiotto’. María me dijo que le gustaría trabajar de nuevo con él y yo recordé que le había ofrecido actuar en mi película anterior, aunque eso no pudo ser. Desde que lo vi en La luz incidente (2015), la película de Ariel Rotter, que tenía la intención de que fuera el protagonista de algún proyecto. Así que a partir de ese deseo compartido con María se construyó un poco Puan.
En cuanto al resto del reparto, la verdad es que tuvimos una muy buena dirección de casting y nos propusieron a algunos actores y actrices jóvenes que no teníamos en el radar”. Con Zylberberg ambos querían colaborar desde hacía tiempo y Claudia Cantero ya había actuado en dos películas de Naishtat, además de algún cortometraje de Alché. Cristina Banegas es “una presencia jerárquica de la actuación” (Naishtat dixit) y Andrea Frigerio “ya había colaborado conmigo y se prestó a participar con muy buena onda” (ídem). En cuanto a Liliana Juárez, la actriz tucumana de El motoarrebatador y Planta permanente, “nos encanta y por suerte pudo participar, aunque tuvo que venirse desde Tucumán”. Lo importante, para Alché, fue lograr la amalgama que permitiera que todos esos nombres muy diversos funcionaran bien en equipo.
FILMAR EN PUAN
“Lo que nos preocupaba en un primer momento era entablar una buena relación con todos los involucrados”, recuerda Alché ante la pregunta de cómo fue rodar en los espacios reales de la Facultad de Filosofía y Letras. “Se armó una especie de estrategia entre todos, también con los productores, porque necesitábamos filmar en la facultad sí o sí”.
“Nos involucramos desde muy temprano con el cuerpo docente, con el centro de estudiantes, con los no docentes”, apunta Naishtat. “A todos se les contó cómo sería la película y se les preguntó cómo querían participar. La verdad es que logramos mancomunar el rodaje, y la apoteosis de eso fue la filmación de las escenas de la asamblea en la calle, algo muy emocionante porque desbordaba el concepto de la ficción. Había mociones reales, al punto de que se podía percibir como algo catártico. Evidentemente, la idea de sacar el aula a las calles en momentos de conflicto no es algo que pertenezca a la ciencia ficción”.
Alché recuerda que el registro de esas escenas fue tan impactante que el decano recibió un llamado para saber si realmente la facultad estaba tomada. “Pasaban autos y nos insultaban, nos decían ‘vayan a trabajar’, a pesar de que estaban las cámaras y era evidente que se trataba de un rodaje. A mí me contaron algunas anécdotas que no sé si son reales, como la de un historiador que iba a la facultad y al ver eso se metió para ver qué pasaba. Incluso hay algo interesante ligado a Subiotto, que también fue un ‘cursador’ de materias en Puan. Él tiene mucho respeto por la facultad y hay que tener en cuenta que los chicos que aparecen como alumnos no son extras, sino alumnos reales. El primer día que tuvo que ‘dar clases’ para la película estaba un poco nervioso y les comentó algo de eso, que dar una clase aunque no fuera real era algo muy fuerte”.
Dejando de lado la ansiedad usual previa al estreno en un festival de la relevancia del de Donostia, que además llega pocos días antes del lanzamiento comercial en Argentina, el director de Rojo terminó su trabajo de adaptación de dos cuentos de Mariana Enriquez para el largometraje La virgen de la Tosquera, de Laura Casabé. Pensando en las penurias del personaje de Puan, más allá de las existenciales, Naishtat cree que “la economía de Marcelo lo organiza todo”. Por eso, ante una oferta para viajar a un simposio en Bolivia su primera pregunta es si hay viáticos y honorarios. También por eso, una vez a la semana, se da una vuelta por la casa de la mujer que toma las clases a la hora de la siesta. “Llegar a fin de mes no es fácil para casi nadie; tampoco para los profesores de filosofía. En algún punto, al personaje le pasó el mundo por encima, pero al mismo tiempo hay algo que va descubriendo, una vitalidad insospechada que puede aparecer si las circunstancias lo generan”.
Las expectativas ante el estreno de Puan son muchas (“Queremos conquistar el mundo, como Pinky y Cerebro”, bromea Alché), pero Naishtat es realista: “Es un momento difícil el que estamos gravitando y creo que el cine ha perdido terreno en cuanto a su capacidad de impacto cultural. Eso pasó en todo el mundo y la Argentina no está exenta. Ojalá el público la disfrute y al mismo tiempo le permita reflexionar un poco, tal vez pensar que no todo está perdido. Es un momento raro para estrenar. Pensá que la escribimos hace tres años. La película no tiene un espíritu panfletario ni nada por el estilo, pero sí defiende la nobleza y la dignidad de la educación pública y de todos esos docentes que van durante toda su vida a esos edificios, en condiciones que no son óptimas. Un compromiso que parece naif en el contexto actual. Pero esa luz existe; ir a enseñar ahí es un acto de resistencia”.
Alché, que se encuentra desarrollando un proyecto futuro de largometraje en solitario, por ahora titulado Te amo y hoy todo es hermoso, recuerda haber cursado allí “en tiempos aciagos del país y pensar ‘bueno, al menos estamos todos acá, en esta comunidad’. Creo que en este contexto será la imaginación y la potencia colectiva lo que nos va a permitir armar un futuro diferente”.