El apartheid sudafricano fue uno de los regímenes políticos más ominosos de la historia moderna. La primacía social-política-económica de la minoría blanca (los afrikaners), sobre la mayoritaria comunidad negra, se apoyó en una estructura jurídica racista. La elección de Nelson Mandela en 1994 como primer presidente negro abrió una nueva etapa. El máximo líder del Congreso Nacional Africano (CNA) extendió rápidamente la cobertura social (salud, educación, vivienda, agua potable) a los sectores más desfavorecidos. Unos años más tarde, el gobierno implementó (con escasos resultados) una estrategia de promoción económica de la raza negra denominada Black Economic Empowerment (BEE). Más allá de eso, las sombras sobrepasaron las luces. La gestión económica de tinte liberal no colmó las aspiraciones populares. La insatisfacción ciudadana está creciendo en Sudáfrica.
El CNA había prometido que el 30 por ciento de las tierras cultivables serían redistribuidas entre la población negra. Lo que hizo fue una muy tímida reforma agraria diseñada por la burocracia del Banco Mundial. Por ende, la minoría blanca (10 por ciento de la población) continuó monopolizando las tierras productivas.
El préstamo del Fondo Monetario Internacional, otorgado en vísperas de la primera elección democrática, condicionó el rumbo del gobierno de Mandela. Las condicionalidades del empréstito (ajuste fiscal, descartar la nacionalización de las minas y sectores estratégicos de la economía, aceptar la deuda externa heredada del apartheid, dejar de lado la idea de implementar un impuesto al patrimonio de las grandes compañías, adherir a las políticas de libre comercio) iban en contra del programa económico radical impulsado por el CNA.
Sin embargo, el nuevo gobierno respetó el acuerdo porque constituía “un mal necesario”. El periodista Sabine Cessou afirma en Sudáfrica, harta de sus liberadores que “desde 1994, los sindicatos llevan adelante una lucha intestina en el propio CNA: se oponen a su gestión económica liberal, una decisión política que Nelson Mandela tomó en 1996 sin consultar a las bases y que está marcada por el abandono de un vasto plan de reconstrucción y desarrollo. Tanto los sindicatos como el ala izquierda del CNA acusan a la dirección del partido no sólo de haber hecho demasiadas concesiones, sino también de haber favorecido el surgimiento de una burguesía negra constituida por las familias de los hombres de gobierno” (El Diplo, edición 216, junio 2017).
En la actualidad, el ingreso promedio de la población blanca es cinco veces superior al de la negra. La tasa de desempleo trepa al 27 por ciento y entre la población negra alcanza el 40 por ciento. El estancamiento de la economía, desde la crisis del 2008, agudizó las tensiones sociales. La caída de la cotización de los minerales perjudicó la economía sudafricana.
En ese marco, las elecciones legislativas sudafricanas del 2016 marcaron un retroceso electoral del CNA. Por primera vez, el partido de Nelson Mandela no superó el 60 por ciento de los votos. Además, el oficialismo perdió en tres de las ciudades más importantes: Johannesburgo (capital económica), Tshwane (ex Pretoria, capital administrativa) y Nelson Mandela Bay (ciudad portuaria e industrial). El lema histórico del CNA es “una vida mejor para todos”. La realidad está muy lejos de las promesas de los “Mandela boys”.
@diegorubinzal