Universidades si, universidades no. Las idas y vueltas en el Congreso de la Nación por el debate sobre la creación de nuevas casas de estudios pusieron sobre la mesa la discusión de la necesidad o no de acercar el estudio terciario a la comunidad. Y acercarlo de forma públicas gratuita y de calidad. Los proyectos para la creación de las universidades nacionales de Ezeiza, el Delta, y Pilar obtuvieron media sanción y están a un paso de convertirse en Ley. La última que se creó fue la Universidad Nacional Guillermo Brown (UNAB), en 2015, que funciona desde 2019 y hoy cuenta con más de 4 mil alumnos y alumnas. Una serie de historias personales le cuentan a BuenosAires/12 el valor de la cercanía para poder dar el paso y acceder a la formación universitaria. 

A sus 50 años, Claudio González se recibió de Tecnicatura en Logística y Distribución. Trabajador de una empresa de correo privado, asegura que lo que lo  “movilizó” a anotarse fue "el tipo de carrera" y el poder llegar en quince minutos, ya que pensó que “se le había pasado el cuarto de hora”. Viaja desde Rafael Calzada y, con un serio tono irónico de por medio, reconoce que la apertura de la UNAB “lo obligó” a estudiar y saldar una deuda que no pudo en sus casi 30 años dentro de la empresa. Hoy en día, es ayudante de cátedra, ad honorem como todos, en dos materias para “devolverle a la universidad la oportunidad que me dio”.

Mónica Martínez, a sus 37, se recibió de Técnica en Gestión de las Organizaciones, un camino que al principio creyó que sólo la llevaría a ser empleada en una empresa, pero que le posibilitó formalizar e impulsar su propio emprendimiento. Con un hijo de siete años, los tiempos no le permitieron continuar una carrera contable en Avellaneda y tampoco con Diseño de Indumentaria en Núñez. Suelta, al pasar, que lo económico siempre influye cuando hay mucho viaje entre la casa y el estudio. Hoy continúa con la carrera de Licenciada en Administración en la UNAB, “aunque más tranqui” porque esta “muy metida” en su proyecto de costura.

Yamila Vargas relata que había intentado varias veces anotarse en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, pero viajar desde Rafael Calzada la llevó a abandonar su proyecto de estudio de contadora. “Vi en Facebook la publicidad y me anoté”, recuerda. Aunque resalta otra faceta que se le despertó en la UNAB. “Me cambió la vida, empecé a militar, a pensar en los sueños colectivos, y entender a la política como herramienta de transformación”, dice la militante de La Pulqui a sus 30 años. Hoy es Consejera Superior en representación del claustro estudiantil. 

Los tres pertenecen a la primera generación de egresados de la universidad browniana. Empezaron a cursar en agosto de 2019, cuando la matrícula no llegaba a los cien alumnos. Atravesaron la inmediata necesidad de reconversión que tuvo la UNAB con la pandemia y todos esperan con ansias la posibilidad de cursar y caminar por el nuevo campus de la Quinta Rocca.

Tal como contó este medio, dos módulos de 17 aulas se están construyendo en el predio de Avenida Espora al 4300, con una restauración total de la casona centenaria y una reconversión de los espacios verdes para contar con un parque semipúblico y un anfiteatro. La frutilla del postre es la construcción de una estación de trenes sobre la Linea Roca que se ubicará a pocas cuadras del ingreso a la institución. La estación Universidad Nacional Guillermo Brown será la primera que se inaugure en el distrito después de cien años.

“La Universidad está hecha de relaciones”

A sus casi 51 años, Claudio González hoy está recibido. Se dio la posibilidad de estudiar hace cuatro años, cuando la UNAB daba sus primeros pasos. “Tendría que haberlo hecho antes, pero la cuestión de los horarios rotativos en el laburo y, además, tenía otro pensamiento”, desliza sin terminar la oración. Desde los 21 años trabaja en Andreani, donde pudo formarse a través de distintos cursos, pero reconoce que había una preocupación que le cuesta explicar: “Qué iba a pasar si me anotaba”.

Su viaje desde Rafael Calzada le demanda entre quince y veinte minutos, y el abanico de horarios que tiene la UNAB le permite cursar de tarde-noche “y antes de las 11 de la noche ya estoy en casa, me puedo bañar y cenar”. Lo compara con un curso que tuvo que hacer en la Facultad de Ingeniería de la UBA, en Capital Federal, donde asistió a 6 o 7 clases de las diez que se dictaron porque “no daban los tiempos”.

“Anotarme me permitió conocer gente que, sino no hubiera conocido”, señala Claudio González. “La universidad está hecha de relaciones”, sintetiza. Cuenta que encontró un nuevo grupo de compañeros, de amigos, con algunos, incluso, desarrolló una relación de fraternidad. Sus primeros días, y el hecho de que la primera camada eran pocos alumnos, posibilitó una mayor cercanía entre los alumnos, profesores, “donde todos te apoyaban para que no dejes las materias”.

Claudio enmarca la situación en que su último contacto con el estudio continuo había sido en la escuela secundaria, hace más de tres décadas. “Vivía con cierto temor la idea de volver a cursar”, subraya pero también reconoce que cuando uno aprueba su primer parcial "se da cuenta que está en la cancha". 

Vuelve 30 años atrás y traza un recorrido que hoy lo pone con una tecnicatura en la mano y dando clases. Relata que a sólo unos meses de salir del servicio militar entró correo con el objetivo de trabajar tres meses en vacaciones y en marzo salir de vacaciones. “Pasaron 30 años”. Empezó como cartero, dice, y llegó a gerente de sucursal, incluso como responsable zonal del AMBA. Asegura que desde el trabajo siempre lo incentivaron a formarse, que el “día a día” laboral te da conocimientos, pero la universidad “da un marco formal” con comparaciones y aprendizajes de cómo funcionan otras empresas, por ejemplo.

“Pensé que iba a estudiar en la UBA para laburar en Capital”

Las redes sociales le acercaron a Mónica Martínez la propuesta de la UNAB. Había intentado cursar en Avellaneda, pero desde Glew tenía casi dos horas en la Línea 74. Dos horas de ida y dos de vuelta. Hoy viaja media hora hasta Adrogué, pero “cuando se abra la sede de Espora serán diez minutos de viaje”. Había arrancado el CBC pero cuenta que el factor económico también incidió en no poder continuar.

“Empecé a ver que en Brown tenía la posibilidad de estudiar en la zona en la que laburaba de lo que estudiaba”, recuerda la técnica en la Gestión de Organizaciones. “Puedo realizar asesorías sobre funcionamiento de las organizaciones gubernamentales o privadas, hacer análisis de cómo funciona, sobre recursos humanos, el uso de materiales materiales, como mejorar los procesos, como hacer las actividades”, enumera, así, el perfil que fue desarrollando. Pero el caminar en la universidad le abrió otro camino: perfeccionar su emprendimiento.

Mónica tenía como hobby la costura. Hacía arreglos y muy pocos trabajos a pedido. “Ya inicié mi emprendimiento de accesorios de indumentaria, pero lo hacía por hacer, pero ahora le di forma, le puse una marca, aprendí el manejo de las redes, pude definir qué abarcar, qué público”, cuenta efusivamente. Respira dos segundos y sigue. “Hago cursos de monotributo, me anoté en un banco de herramientas, e incluso para el día del maestro me contactaron de otras provincias que querían envíos y yo no sabía cómo hacerlo”, suelta entre una risa algo vergonzosa. Pero esto es así: “El aprendizaje también te lo va dando el hacer”.

“El primer día fue raro”, recuerda Mónica. Al igual que Claudio, la imagen que retiene de aquel tiempo es que eran pocos, “muchos nervios”, pero hizo posible una mayor cercanía entre experiencias similares. La consulta acerca de cómo fue su primer final tiene una respuesta certera: “La mayoría de las materias las promocioné, solo fueron dos finales”. Mónica fue escolta de la bandera en su promoción.

De los momentos que deparó más esfuerzo organizativo fue la pandemia. A seis meses de abrir sus puertas, la UNAB tuvo el desafío de adaptarse a la virtualidad. “Fue un poco caótico el tema de la compu, pero nos organizamos con mi marido”. Hoy está estudiando Licenciatura en Administración, “pero sólo una o dos materias por cuatrimestre”. ¿Por qué? “Porque me metí con lo mío”.

“Me cambió la vida”

En pocas palabras Yamila Vargas resume lo que significó haber empezado a estudiar en la UNAB en agosto de 2019 en la primera sede, en la que actualmente funciona el Rectorado a cargo de Pablo Domenichini. A sus 30 años, cuenta que intentó estudiar en Lomas de Zamora, pero el viaje en tres colectivos desde Rafael Calzada la fue excluyendo de la posibilidad. “Hoy llego en diez minutos, y encima me mudé a Ministro Rivadavia, a cinco cuadras del campus nuevo que se va a inaugurar”, cuenta.

El debate sobre la creación de nuevas universidades la tiene, incluso, como participante activa. “En diciembre acompañamos a los compañeros de Ezeiza en el Congreso, cuando se cayeron las sesiones para nacionalizar la universidad”, le dice a este medio a la vez que celebra la reciente media sanción de la Cámara de Diputados de la Nación. “La universidad te cambia en lo profesional pero también en lo personal, por eso no hay que sacarle a nadie la oportunidad”, sostiene.

Acerca de cómo imagina su futuro laboral, Yamila asegura que “todavía está en camino de ver hacia dónde quiero ir, mi vida cambio totalmente.” “Siempre me vi en una empresa y en la administración, pero veo que mi lugar es el territorio, ayudar al otro, estando en cooperativas, y seguir en la universidad”, detalla con entusiasmo.

Esas incertidumbres que vive con emoción son producto de la militancia política, algo que descubrió en la UNAB a través de la agrupación que conforma con otros 30 alumnos: La Pulqui. “Cuando éramos muy pocos empezaron las reuniones sobre cómo salir a militar y que se conozca la universidad, así que organizamos las visitas a las escuelas, al Parque Industrial, buscando que haya más prácticas profesionalizantes”, relata.

Desde su mirada, la UNAB generó un buen vínculo con pymes e industrias, donde ya hay resultados positivos para quienes hicieron pasantías. “Cuatro estudiantes ya fueron contratados por empresas del Parque Industrial”, subraya. Entiende que la universidad aún es muy nueva y que le faltan instancias lógicas de desarrollo. “Recién hace poco logramos los primeros 150 graduados y en diciembre tendremos unos 150, y ya se está generando la organización de graduados, viendo con el área de Extensión el vínculo con el sector socio productivo”, explica. La conclusión, sostiene, es una: “Estudiar y trabajar en Brown”.