En el siglo XVIII había un autómata, El Turco, que le ganaba al ajedrez a casi todos. Además, resolvía con facilidad un antiguo problema matemático: un caballo debía partir desde una casilla y pasar por las sesenta y tres restantes, sin repetir. Había sido construido por Wolfgang von Kempelen. Era una cabina de puertas abiertas, con un maniquí de túnica y turbante. Nunca se supo con certeza cómo funcionaba, y cómo era posible que jugara tan bien al ajedrez.

Era un truco de feria usado para ganar dinero, pero nos da una lección: detrás de toda información, diversión, manipulación de las reglas de la realidad, hay alguien que esconde y otros que miran y pagan para mirar. El que paga rara vez descubre el truco, suponiendo que quiera descubrirlo.

Los que pagan para mirar subvencionan los avances tecnológicos que capitaliza el poder, como explica Baricco en Next, hablando sobre la globalización. Es decir, pagamos páginas web e internet, y subvencionamos los descubrimientos que van a quedar en mano de pocos.

Del Turco, se dijo que tenía un enano o un tullido escondido adentro, gracias a un juego de espejos. Quedaba una incógnita mayor: ¿cómo era posible que jugara mejor que la mayoría? La única explicación es que los contrincantes, ante la posibilidad de ser vencidos por un juguete, tuvieran lo que ahora llamaríamos pánico escénico, y jugaran mal.

El Turco se paseó por las cortes, venció a personalidades como Benjamin Franklin y Napoleón, que hizo una jugada incorrecta y el autómata tiró las piezas como protesta. Kempelen murió y El Turco cambió de manos hasta desaparecer décadas después en un incendio. El hijo del último dueño publicó un libro que explicaba que al menos quince jugadores habían operado al Turco a lo largo de su existencia.

Esta sencilla historia propone a los hombres comunes, a los que pagamos para ver, un dilema: ¿queremos saber o queremos disfrutar? ¿Queremos dejarnos hipnotizar o no? ¿Queremos ver al enano?

Borges, en el poema Ajedrez nos da una probable explicación: "Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza...?" Ese Dios del que Borges habla, en este caso, no es otro que el hombre moderno, producto del positivismo naciente, que reemplaza a Dios y toma sus trucos (en este caso la ciencia) como propios. Aunque no sepamos quién está detrás de la ilusión, entendemos, por Borges, que alguien hay.

Otra opción es la de Coleridge, que habló de "la voluntaria suspensión de la incredulidad", no pensar críticamente y disfrutar de la "magia" (él se refería a la literatura). Lo de Coleridge es, además, eminentemente político. La suspensión de la credibilidad es no querer ver lo que hay adentro del autómata, y seguir pagando.

Eso es lo que hace la mayor parte de la humanidad con la manipulación de la realidad en discursos varios.

No es casualidad que Kempelen y sus otros dueños no quisieran revelar el secreto. Las consecuencias en el espectador son imprevisibles: desazón, bronca, decepción, rebelión. Es como si los presidentes o el Papa dijeran, de verdad, lo que sucede puertas adentro de sus torres de marfil.

La posverdad, de la que se habla tanto, y que incluye la política, es como un autómata por hogar. Ese autómata nos muestra lo que el poder nos quiere decir, pero también lo que aceptamos ver, y aunque nosotros sospechemos que adentro hay un enano, no queremos o no nos animamos a desarmarlo. Queremos seguir pagando sin preguntar. Las revoluciones, las épocas de cambio, desarman el autómata, a veces para armar otro. 

Manipular es una etapa superior del ejercicio del poder. Autómatas en el poder hubo muchos. Bush hacía trucos de cara a la gente (guerra preventivas) y le regaló a los bancos (sus dioses), setecientos mil millones de dólares.

Hay otra posibilidad, también de índole política. Que los contrincantes del Turco jugaran a perder, corrompidos por Kempelen. Esos vendrían a ser los cómplices, los alcahuetes, los que nos traducen los discursos vacíos o falsos, los que están cada noche en televisión chupando medias. Al aceptarlos ellos, pareciera que no está mal que lo aceptemos nosotros. Eso sí, la fiesta la seguimos pagando nosotros.

Saber si el enano existe no es importante. El poder no lo ejerce el enano. Lo ejerce el "Dios" que está sobre él,  que quizá tenga otro "Dios" sobre. Al enano podremos conocerlo. A los "dioses" detrás, muy raramente. Pero claro, como tantos otros trucos, El Turco puede romperse y no hay tiempo para fabricar otro, o puede dejar de ser creíble para los giles que pagamos para que nos mientan. En esos casos, el enano debe salir del escondite y ponerse a hacer trucos para entretener a la gilada.

Eso está pasando hoy, con tantos CEOS ocupándose en vivo y en directo de sus negocios. Sucede acá, y en otros países. Es algo circunstancial, ya lo verá. La posverdad hará su propio acto de magia y nos volverá a poner ante un autómata más lindo que el anterior. Y seguiremos siendo estúpidamente felices, de tanto querer ignorar.

 

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