El Murfercho mastica algo de comida; a su lado, Carlos “Indio” Solari sonríe. Ambos están arriba del micro que los conduce a Salta en algún kilómetro indefinido de la larga ruta que atraviesan. El viaje será único, será una fragua, el puntapié inicial y el debut de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
“Esto ha sido otro ricoteo de Patricio Rey, que quiere ser un viador sincero de cierta forma de energía, llamémosle positiva, por hablar de iva. Pero el viador quiere ser sincero y el viador es Patricio Rey... es los redonditos de ricota”.
Una voz resuena con algo de fritura en el sonido; en una vieja cinta conservada y digitalizada, se escucha una voz masculina que improvisa palabras, esboza una presentación ante un puñado de desconocidos: es el Mufercho, quien deja inmortalizado su monólogo inicial. Allí se puede escuchar el recital que Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota dieron sobre el escenario del bar de el Polaco, en el caluroso y húmedo enero salteño de 1978.
A estas palabras sobre el escenario las retruca Solari, cantante de la banda: “Y todo lo que ha invertido Patricio Rey...”, “Todo lo que tuvo que invertir Patricio, de su pedrería, de sus joyas”, agrega Mufercho. Otra voz desde el escenario pregunta: “Cuántos kilómetros hizo Patricio”, a lo que Mufercho responde con inexactitud: “¿Mil tres o mil seiscientos son...?”, “Bueno, era un toco”, responde Solari sobre el largo viaje.
El grupo artístico está sobre las tablas del bar salteño, quizá uno de los pocos tugurios existentes en aquella Salta para albergar tan singular espectáculo. El Polaco, un antro de puertas abiertas, recibía a esta cofradía de multifacéticos artistas de la ciudad de La Plata, que con el tiempo se convertirán en una banda emblema e ícono del rock nacional. Además ésta, según Solari en sus memorias, será la presentación oficial del conjunto: “Ese fue el verdadero debut de la banda, porque hasta ese momento no habíamos hecho más que boludear”.
El pasado miércoles 13 de septiembre se conoció la muerte de Mufercho, primer monologuista y parte fundacional de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Un personaje que, como bien cuentan las crónicas y muchos de los integrantes de la banda, fue desplazado años más tarde por el también monologuista y emblema de la contracultura, Enrique Symns, pero esa, es otra historia.
“La Plata se sentirá aburrida por un tiempo porque el Mufercho (Otro sobresaliente) se fue en busca de mejores dimensiones, menos hostiles para los inteligentes de espíritu aventurero. Jagüareté Geniolito… Chau…”, será el mensaje que deje plasmado Carlos Solari en sus redes sociales acompañado por una imagen cariñosa, cercana, fraterna, una imagen inédita de ambos arriba del micro que los conduce hasta el norte del país.
“Al Mufercho lo vi en 1978 en la Sala Monserrat. Era un tipo macanudísimo, un filósofo, humorista, una persona adorable”, describe Conejo Jolivet, uno de los primeros integrantes de Los Redondos, y agrega: “en un recital lo vestimos de momia, hicimos un tema para eso que iba de fondo, medio fantasmagórico; se le sacaron las vendas arriba del escenario y ahí empezó con su monólogo”, describe Jolivet las locuras psicodelicas que sucedían sobre las tablas en cada concierto.
“Cuando empezamos, nos reunimos una vez en la casa del Mufercho (…) El Mufercho tenía magnetismo, pero era un ciclotímico (…). Yo ya había conocido a Virginia, que era amiga del secundario de la mujer del Mufercho”, comenta Solari en su libro de memorias “Recuerdos que mienten un poco”, dejando a las claras el vínculo que los unía desde los primeros años de camino compartido; de hecho, en otro pasaje agrega, en relación al video del tema Masacre en el Puticlub, “Ahí aparecemos todos los históricos. También está Skay, un flaco con una nariz grande. Y el Mufercho, un rubio que fuma”.
Sobre el escenario salteño
El intercambio que se puede escuchar en aquella cinta del show artístico en Salta, continúa sobre el escenario del bar de la calle Deán Funes. Aquel tugurio, a escasos metros de la plaza principal de la ciudad capital, es testigo de comentarios, anécdotas y algunas impresiones, en forma de improvisación y diálogo, sobre lo vivido en el omnibus que los trasladó hasta la ciudad:
-Mufercho: Discurriendo a través del espinillo santiagueño...
-Indio: Del desierto santiagueño, del calor santiagueño...
-Mufercho: ¡Qué calore mamma mía!... ¿Qué facciamo Patricio?
-Indio: Maldizione
-Mufercho: Maldición, es una letra del Indio Solari, no se si se percibirá, no sé cuál es la fidelidad de esto, creo que es buena. Acá Carlitos Mariño y Quique se encargan del sonido, creo que es bueno.
-Indio: Todavía no conocen Salta...
-Mufercho: Todavía no conocen Salta de tanto poner cables, soldar cosas, armar, desarmar, hacer fichas con poxipol.
La conversación se vuelve exótica, caótica, desordenada, por momentos inconexa y al mismo tiempo guardando una coherencia total en consonancia con lo que estaba sucediendo en aquel bar de la bohemia salteña: “el concierto en sí mismo fue un desastre. Había más gente arriba del escenario que abajo. Pero de todos modos armamos la clase de quilombo que era nuestra especialidad”, remarca el mismo Solari sobre aquella velada en el bar propiedad Héctor Aleksandrowicz, el Polaco.
Los intercambios continúan sobre el escenario y ayudan, hoy a la distancia, a recrear e imaginar el marco y la atmósfera que se vivía en aquel lugar, sobre todo ya pasados 45 años del evento, cuando los relatos de quienes estuvieron de cuerpo presente en aquella velada, muchas veces se vuelven difusos, favoreciendo aún más la construcción del mito inicial.
Aquella troupe de artistas había llegado a Salta atravesando medio país en un micro que apenas reunía las condiciones de rodamiento. Le habían llamado “el Vovo”, porque se había perdido la letra L del medio, para completar el nombre de la famosa automotriz sueca. También “al bondi le decíamos 'El ex preso imaginario', porque efectivamente transportaba a varios ex convictos”, comenta Solari en sus memorias.
“El ómnibus lo manejaba un tal Rubén. No nos matamos de pedo (...). Llegamos a Santiago del Estero al mediodía, bajo el sol ardiente. Antes habíamos hecho una parada, nos empezaron a rodear pibes que nos ofrecían sandías frescas. ¡Parecían haber salido de abajo de las piedras! Cuando caímos en Río Hondo, preguntamos dónde había una pileta pública. Necesitábamos refrescarnos, desesperadamente. Nos recomendaron un lugar y fuimos. Nos tiramos de una, abrasados por el calor... y descubrimos que el agua estaba hirviendo. ¡Hacía más calor dentro de la pileta que afuera!”, grafica el Indio Solari sobre aquel viaje que, de principio a fin, resultó una brillante locura.
Aquella travesía inaudita también será un viaje iniciático, de alguna forma pergeñado por Skay Beilinson y su compañera Poli, quienes luego de vivir algunos años en Salta, afianzaron amistad con Pancho Silva, artesano jipi afincado en Cafayate, nacido en La Plata y perteneciente a La Cofradía de la Flor Solar, espacio que habitaron y compartieron varios de la banda.
Los personajes se van entrelazando, los viajes, las anécdotas y con ello, también los monólogos del Mufercho, “Si el Mufercho estaba en una noche buena, era imposible no reír a carcajadas. Era un tipo muy inteligente, estudiante de filosofía y letras, de un gran histrionismo”, comenta Solari. “El Mufercho oficiaba de speaker. Salía anunciando a los gritos: por fin, por fin, llegó Patricio Rey a estos lares…”.
“Los Redonditos de Riicota merodean por el escenario recargando energías”, dice, relata, explica, delira Mufercho sobre el escenario del bar salteño: “Patricio, desde el pasaje Rodrigo, esos sótanos en la ciudad de las diagonales, envía sus ondas. ¿Qué es lo que deben tocar? El Super Sport! El Super Sport!".
Sergio Martínez era su nombre. Tenía 74 años y una multifacética vida como todos los que viajaron en el micro que los trasladó desde La Plata hasta Salta en un viaje desopilante, que al mismo tiempo sirvió de fragua grupal. El Mufercho fue conductor en Radio Universidad de La Plata, docente de filosofía y parte fundacional de Los Redondos.
“¿Pero qué? ¿qué pasa Patricio? ¿todo para qué? Todo para que Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota rompan la piñata en Salta en 1978”, anuncia efusivo el Mufercho ante un público que mira sorprendido a este grupo de delirantes visitantes.
Sin embargo, el anuncio del Mufercho se hará realidad: la piñata se rompió aquel verano salteño que fue testigo de un hecho transcendental: como regalo de Reyes, un 6 de enero de 1978 la trama dio lugar a la fragua y por primera vez en su historia, sonó Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
De aquello, Salta fue testigo, y el Mufercho, su presentador oficial.