Estamos en 1950. A poco del Mundial de fútbol de Brasil, el que quedará en la historia por el famoso Maracanazo. El del triunfo de Uruguay en la final sobre el local por 2 a 1 en un Maracaná lleno que festejaba por anticipado. La tristeza brasileña. El mundo venía de la Segunda Guerra Mundial y por lo tanto no se jugaban mundiales desde el 38, en Francia (Italia campeón).
A medida que se confirmaban las selecciones participantes, los dirigentes de la AFA no resolvían qué hacer. El fútbol argentino acaba de salir de una etapa de huelgas que tuvo su punto más álgido cuando los futbolistas locales se fueron a jugar a Colombia para cobrar un dinero que acá ni soñaban. En esos años se creó lo que hoy es Futbolistas Argentinos Agremiados. Alfredo Di Stéfano y Adolfo Pedernera fueron las caras más visibles del movimiento. En total se marcharon 105 jugadores. El presidente de la Asociación del Fútbol Argentino era Valentín Suárez, referente del peronismo y de Evita a través de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
El deporte argentino tuvo enorme apoyo durante el peronismo tanto en equipos como individualmente. Pero el fútbol, que ya era popular y llenaba canchas, no atravesaba un buen nivel internacionalmente. La sangría de jugadores que se fueron a Colombia fue incidental. Perón preguntaba cómo estaba el seleccionado para ir a jugar a Brasil y no pasar papelones. No había un buen pronóstico. La situación la reconocería tiempos después el propio Suárez.
"Un gobierno con tanta centralidad como el de Perón, que priorizaba los deportes, que tenía claro lo que generaba el fútbol, era imposible que no fijara posición ante estos temas sensibles a los trabajadores, al pueblo. Que un funcionario peronista reconociera que no participar del Mundial fue una sugerencia del gobierno no es poca prueba de cómo se tomó la decisión. El fútbol argentino llegó a ese 1950 en una crisis impensada tres años atrás cuando una y otra vez reafirmaba su hegemonía en Sudamérica. Faltaba probarse con los europeos que retomaban los asuntos de la pelota después de la Segunda Guerra Mundial. Pero centralmente había preocupación por Brasil, por el poderío que podía mostrar en casa, con un templo a estrenarse, el Maracaná, con un país futbolero que tomaba el torneo como plataforma de despegue definitiva", escribe el periodista Ariel Borenstein en su reciente Los muchachos futbolistas - La lucha gremial de los jugadores y la ausencia de Argentina de los mundial 1950 y 1954 (Aguilar).
En poco más de 200 páginas, Borenstein recuerda al Fangio que se daba la mano con Juan Domingo Perón y al plantel de básquet masculino campeón del mundo en 1950, con el mismo presidente en una foto junto a ellos. También están el boxeo, la Fórmula 1 y los Juegos Evita. Tiempos de pasiones populares en los que ir a una cancha no era tan costoso como hoy. Borenstein cuenta esos años pero también recuerda los orígenes de todo y llega a los tiempos de Messi.
Del Mundial del 50 pasa al del 54, en Suiza, al que Argentina tampoco mandó equipo. El que viajó fue Guillermo Stábile en su calidad de DT y volvió con un informe que no sirve de mucho.
En 1954 el fútbol argentino batió récords de público en las canchas. Y un año más tarde, en septiembre, la fecha se detuvo por el golpe de Estado a Perón. Todo se fue al demonio. Arturo Bullrich asumió al frente de la AFA. Y se canceló a los campeones del peronismo. "En su ataque contra todo lo que se identificara con el peronismo en el deporte, paradójicamente, el golpismo no pudo hacer eje en ningún ídolo del fútbol", cuenta Borenstein. Y luego: "Es que en aquellos años el fútbol y el peronismo no caminaron una senda común. Las páginas de gloria deportiva de aquel primer peronismo las protagonizaron el básquet, el atletismo, el automovilismo y el boxeo, por mencionar sólo algunos deportes. No corrió la misma suerte el fútbol, la pasión dominical de esas masas trabajadoras que adherían al peronismo, un deporte pero también un lenguaje que encontraba vehículo específico en la explosión del cine popular, un juego plebeyo que tenía cruces con el tango. El fútbol argentino que en los 40 vivía su época de oro fue estacionado al costado del camino de la competencia internacional", analiza Borenstein casi sobre el final del libro.