El sujeto ingresa a la bóveda de un hotel en el que se hospedan los criminales de la peor -y más refinada- calaña. Se lleva una prensa de monedas, suena la alarma y empieza el baile. La escena que abre El Continental: del mundo de John Wick (estreno el pasado viernes por Prime Video) es un cuadro en movimiento de arte marcial y tiros. Es lógico que mande el gunfo en tanto la miniserie, tal como lo aclara su título, es una ramificación de una de las franquicias cinematográficas de acción más exitosas del nuevo siglo. Aunque el ladrón vista de negro y tenga la misma prestancia que el personaje de Keanu Reeves, no hay indicios del exsicario al que le mataron al perro. La mayor ironía y guiño es que este carnaval de piña-patada-explosiones quebranta una de las sacrosantas reglas del lugar: allí dentro la violencia está prohibida. Excepto, claro, en esta entrega de tres suculentos episodios (el segundo capítulo se estrena este viernes y con final previsto para el 6 de octubre) que tienen todas las marcas de la saga.
Precuela en un sentido estricto, El Continental transcurre en la peliaguda Nueva York de los años ’70. El protagonista es Winston Scott (Colin Woodell) antes de convertirse en el amo y señor de ese lujoso hotel indemne a la basura que se acumula en las calles. Ese rol está reservado para Cormac Fitzpatrick (un juguetón Mel Gibson), preocupado porque Frankie (Ben Robson), el hermano del primero, se hizo de una pieza de valor incalculable. “Se robó lo que mantiene unido a esta institución”, asegura el gerente del edificio sito en una esquina de Manhattan. El artefacto que, según dice por allí, podría derribar a una poderosa organización criminal más antigua que el Imperio Romano. “La Alta Mesa”, también conocida como “La Adjudicadora”, son los que acuñan las monedas utilizadas en ese establecimiento. Y acá las deudas, como es sabido, se pagan con sangre.
Cual Indiana Jones de los bajos fondos neoyorquinos, Winston sale a la búsqueda del botín que tiene su hermano. Macguffin exprofeso, en tanto lo que importa aquí es indagar en el camino del protagonista hasta hacerse de esa “maldita casa y todo lo que viene con ella”. Además, está la tirante relación con su hermano que viene de combatir en el sudeste asiático. De allí, Frankie se trajo una esposa y más de alguna herida psicológica. Por ese mismo tiempo, Winston supo aprovechar su estancia en Londres como de playboy y financista. Las raíces de ambos, sin embargo, estuvieron en las calles apadrinados por el brutal Cormac. Los tres sujetos volverán a encontrarse años después en una Gran Manzana tan brutal como cinematográfica.
Así es como El Continental desenvuelve su narrativa entre varias épocas con estéticas acordes a lo que se va relatando. La referencia a Taxi Driver y Contacto en Francia es inevitable para las postales de hampones y policías, como El francotirador lo es para Vietnam, pasando por la notoria influencia del “blaxploitation” en otra de sus subtramas y hasta del noir en los flashbacks de los ‘50. Amén del drama familiar, lo más suculento está en su hiperviolencia como danza. La banda sonora aporta lo suyo con hits de Donna Summer, ZZ Top, Supertramp, James Brown y The Stooges, entre otros. El Continental, entonces, engorda la mitología del lugar y del personaje que en las películas interpreta Ian McShane con garbo malicioso. Es un Winston, sin arrugas, que sabe vestirse y golpear con atractivo. Aun no dice eso de “reglas: sin ellas, viviríamos como animales”) pero se entienden mejor los motivos por los que se convertirá en su frase de cabecera.