Contó varias veces esas historias. La de sus escuchas de Stockhausen, junto al río Paraná, guiado por el poeta Juan L. Ortiz; la de una radio en la que nunca sabía cuál era la música y cuál la interferencia; la de una profesora de piano que en Paraná, Entre Ríos, lo invitaba a improvisar sobre Beethoven – “a destruirlo”, dirá–. Después, para Oscar Edelstein, llegaron otras travesías. La carrera de Composición con medios electroacústicos en la Universidad de Quilmes, de la que es cofundador; la composición de Cristal argento por encargo de la Sinfonietta de Basilea; la creación del Ensamble Nacional del Sur (ENS); su trilogía La teoría sagrada del espacio acústico.
Hoy a las 21, el compositor mostrará, junto al ENS, algunas de sus últimas obras y, también, Hacia el cristal sónico, donde se utilizará por primera vez en escena a IRIS, la escultura sonora interactiva de Leonardo Salzano creada con asesoramiento de Manuel Camilo Eguia (físico y artista) en el marco de las actividades de investigación del Laboratorio de Acústica y Percepción Sonora de la UNQ. El concierto, con el sugerente título de Huellas digitales en la arena – 5 pasos será en Caras y Caretas, Sarmiento 2037 e incluirá un homenaje a Fogwill, que recitó –o cantó– con el ENS la “Oda Triunfal” de Álvaro de Campos –heterónimo de Fernando Pessoa– incluída en cinta en la primer obra del grupo, “Klange Klange, Urutaú”, con traducción de Fogwill. Habrá también un instrumento inventado, nimbus, interpretado por su creadora Luciana Belén Roberto, y lo que Edelstein llama “los juegos de cantantes de Deborah”, donde Deborah Claire Procter duplica, con una intérprete invitada, lo que el compositor duplica en ella.
La actuación conmemora los veinte años de la primera aparición pública del Ensamble, en el Ciclo Experimenta 97, que Claudio Koremblit programaba en el C. C. Ricardo Rojas. “Es un tiempo en que hemos construido una manera de hacer música, una serie de símbolos, de protocolos. Una historia”, dice Edelstein. Conformado por Axel Lastra, Leonardo Salzano, Pablo Torterolo, Mauro Zannoli y Deborah Procter, junto con algunos invitados –Martín Proscia y Soko Rodrigo en saxo y flauta, Marcos Cifuentes en contrabajo–, el grupo trabaja con Daniel Hernández como ingeniero de sonido y Edelstein, además de componer el material, es pianista y director. Los cinco pasos de estas “huellas digitales” son, en sus palabras, “música, improvisación y poesía, espacio musical, teatro acústico, signos tridimensionales de notación y máquinas sonoras”. Para el compositor, “esta celebración permite unos lagos de memoria, donde nos recordamos a nosotros mismos; pero no se trata de retrocesos, eso es algo que no nos podemos permitir”.
Edelstein piensa en la música actual y en las claridades y oscurecimientos que proporcionan las clasificaciones. “No tengo un gen del rock, pero me siento muy próximo a ciertas músicas populares de vanguardia”, reflexiona. “Mis comienzos tuvieron tanto que ver con lo que llamábamos folklore como con los estudios académicos de composición, y siempre sentí que músicos como Anthony Braxton estaban muy cerca. Por ahí no se trata sólo de lo que uno piensa sino de lo que los demás encuentran en uno. En Europa muchas veces nos ubican como un grupo de free jazz, mucho más que como un compositor ‘contemporáneo’ creando música de cámara para un ensamble. Nos preocupa el espacio acústico; la música, para nosotros, sucede en el espacio y no aceptamos compromisos ni negociaciones. Si eso es hacer música contemporánea, entonces eso es lo que hacemos.”