La partida de Mario Wainfeld (1948-2023) el pasado 21 de setiembre, a la vez que llenó de congoja a su familia, a sus allegados, colegas, amigas y amigos, fue también un llamado a poner de relieve sus contribuciones al campo periodístico y una oportunidad para reflexionar sobre la profesión y su relación con la vida social y política.
No hay ninguna intención de agotar los debates en estas pocas líneas, porque la agenda es extensa y, podríamos decir, inagotable. Por la riqueza que aporta la propia trayectoria de Mario y por los cambios y desafíos que presenta hoy el escenario comunicacional. Con esta salvedad, se pueden hacer un par de señalamientos como puntapié para intercambios y diálogos posteriores.
El primero tiene que ver con el posicionamiento político de las y los periodistas, con su compromiso explícito con determinadas ideas, versus la presunta “objetividad” y la “independencia” de otros.
Mario Wainfeld fue un periodista que hizo política desde su profesión, nunca presumió de “objetivo” y cuantos decidieron seguir sus crónicas o escuchar sus reflexiones recibieron siempre información y aportes para pensar y discernir por su propia cuenta. Su compromiso explícito con el campo popular y con los derechos humanos, lejos de quitarle valor o lucidez a su trabajo, le permitió calificar su aporte y potenciar sus alcances.
Bajo el subtítulo “Informar es dar forma” Jesús Martín-Barbero publicó en el lejano 2002, en el libro titulado “Oficio de cartógrafo”, que “la competencia informativa, cuando es algo más que una simple mascarada, prueba bien claramente que el sentido de los hechos es aquel de que se ‘cargan’ en los diferentes relatos, que los hechos no hablan sino convertidos en noticia, esto es puestos en discursos”. Y agregaba el teórico hispano colombiano que “la prensa demuestra cada día, que el sentido no existe sin la forma y que toda forma es una imposición de sentido” porque “no hay formas neutras ni universales” (Santiago de Chile, Edit. Fondo de Cultura Económica, p. 79).
Más de veinte años después, con todos los desarrollos tecnológicos que nos sobrevinieron y, con los cambios que estos han introducido en el ejercicio de la profesión periodística, la afirmación de Martín-Barbero sigue teniendo total validez. Porque, hoy como ayer, “informar es dar forma”. El ejercicio profesional de Mario Wainfeld y su propia vida son una clara demostración de lo anterior.
Y como apenas una muestra de ello vale traer a colación la respuesta que el propio Mario brindó respondiendo a un interrogante sobre el periodismo político que él ejerció. “Yo creo que hay un arte del periodista, y un arte del periodista político, y ningún periodista político deja de tener un parecer y una posición respecto del mundo, aunque sea explicitar que no la tiene”, dijo. Y agregó: “otra cosa que es válida y que también da encuadre es que uno sincere cuáles son sus posiciones. El sinceramiento de las posiciones le aporta al lector un elemento de contexto y de defensa respecto de la subjetividad del periodista”.
¡Qué más decir!
Otra cuestión para destacar y profundizar, tiene que ver con el hecho de que las nuevas condiciones del ejercicio profesional llevan al riesgo del hacer periodismo en “aislamiento” y “soledad”, como muy bien lo ha señalado Emanuel Respighi en X.
El colega tuvo el acierto de destacar que “en buena parte de las columnas que recordaron a Mario Wainfeld, esta semana, las anécdotas de redacción ocuparon un lugar elocuente” para destacar que, tiempo atrás, el espacio presencial de las redacciones permitía un estilo colaborativo que se lograba mediante el intercambio, la fraternidad humana, el apoyo mutuo, tampoco exento de críticas y aportes. Con gran acierto Respighi sostiene que “el fin de las redacciones marca también la culminación de una manera de ejercer el periodismo gráfico”. Esa “es una pérdida invaluable”, dice, y sostiene que “para las nuevas generaciones el trabajo periodístico en gráfica dejó de ser colectivo para transformarse en algo netamente individual. El oficio corre el riesgo de transformarse solo en una condición laboral”. Y remata: “Todo periodista sale mejorado de una redacción. Sin excepciones. El trabajo colectivo, el intercambio presencial, nos mejora”.
Sin ninguna pretensión de volver atrás en los cambios que la propia historia y los modos de producción van generando, vale la pena preguntarse: ¿lo “colectivo” es una condición esencial del periodismo? Si el interrogante tiene sentido, no se trata de añorar lo pasado, sino de valorar lo que perdimos y pensar cómo se recupera ese atributo en los nuevos escenarios del ejercicio profesional.