Ellos, elles, ellas tienen en común el bordado. Son ¡bordadores!, esa actividad (aunque no sólo esa) los define, están orgulloses, es su quehacer. Herederos del legado de sus ancestras, admiradores de Leo Chiachio y Dani Giannone, confeccionan primorosamente, con sus mentes y con sus manos, hábiles, diestras, zurdas, ambidiestras.

Algunes ya son artistas, otres vienen experimentado el bordado desde hace mucho tiempo, aunque no siempre se autoperciben prestidigitadores del hilo, la aguja y los trapos. Como magos de las telas y los bastidores, toman sus materias primas en estado puro, la zurcen con basura recuperada (maderitas, chapitas, mostacillas en desuso) despliegan sus cuerpos sobre una mesa, enredan y traman sentidos, destinos y texturas hasta convertir todo, hasta elles mismes, en obras furiosas o delicadas, gritos de guerra o pequeñas batallas.

Aunque se conocen por las redes, no todes se habían visto antes. El fotógrafo Sebastián Freire los recibió en su estudio para “capturarlos”. No sólo surgió la imagen de tapa de este Soy, sino una comunión donde cada une lució sus trabajos, compartió su emoción para fundirse en un abrazo amoroso y fraterno.

Puntadas con hilo

Lo explica Manuelo Giménez Dixon (23 años, estudiante de Diseño Industrial y docente de la cátedra Saltzman de Diseño de Indumentaria en FADU, UBA): “les bordadores somos una familia elegida”.

Manu diseña interiores, trabaja en arquitectura y asiste artistas de manera independiente. “También forma parte de House of Glorieta, una de las primeras casas de la cultura Ballroom en Buenos Aires, con quienes hacemos performances y producciones”.

Bordo desde los 17 años”, como el volver de la Violeta Parra. “Cursaba el último año del secundario y siempre dibujaba o pintaba en clase. Tenía una pulsión muy grande por explorar lenguajes y medios. La curiosidad me llevó a incursionar en el bordado”, recuerda.

Una prima trabajaba para una revista de tejido y era su referente textil. Una tarde lo sentó frente a un bastidor, le mostró agujas, Manuelo dio sus primeras puntadas y no hubo vuelta atrás. En 2018 se unió a Bordando Disidencias, “Con la colectiva encontré valor en mi identidad, reivindicamos esta práctica femenina. Expusimos en Casa Brandon, MU, La Tribu, los Encuentros Plurinacionales de Mujeres y Disidencias, El Museo del Traje y el CCK”.

Llegaron las clases con Marian Cvik y desarrolló su obra. “Crecí en formato y en calidad, cambié la escala y entendí al bordado como lenguaje visual para expresarme y contar historias”. Expuso “Yunga” (60 x 60 cm) en el XV Salón de Arte Textil en Pequeño y Mediano Formato, del Museo de Arte Popular José Hernández. Bordar funciona como una meditación o terapia. “En Yunga narro la historia de dos enamorados, perdidos en la selva del amor, conviviendo con sus emociones en medio de la incertidumbre”.

Seleccionado en la categoría textil del 109° Salón Nacional de Artes Visuales, en 2021 expuso “Terrible fulgor” (50 x 70), que retrata la complejidad de los vínculos y la intensidad de una relación: “Terrible fulgor - Un brillo que abruma- Cientos de cuentas unidas que se enmarañan entre sí desde un lugar visceral y profundo”. Con “Volver a mí” (90 x 130, autorretrato) registró un proceso de reconciliación consigo mismo, entre una experiencia de separación y una epifanía.

“Mi proceso no es lineal, no sé de antemano ni con total claridad qué es lo que va a decir mi obra. El tiempo se detiene y distintas emociones nutren mi trabajo”. En esa danza de dedos y materiales, las puntadas corren libres y se olvida de lo que sucede alrededor. La práctica une a las personas que bordan, como en la novela gráfica de la artista franco iraní Marjane Satrapi (Bordados, Persépolis): bordar es la excusa para reunirse y compartir.

“Bordar siendo marica es un acto de rebeldía política, rompe con un modelo arcaico donde ciertos oficios estaban relegados a lo femenino, lo hacían las abuelas, se aprendía en los colegios. Pasó de la servilleta, el pañuelo o el mantel al arte. Yo bordo en el subte, en el colectivo, y hasta en la facultad. Se acercaron señoras a felicitarme y a chusmear. No fui discriminado, reivindico la labor y al marica que borda”.

A Dixon el bordado le abrió las puertas al textil, lugar que habita y lleva donde vaya. “Nuestro universo es particular, parte de un gran tejido. La red nos sostiene y se expande”.

Bordar a escondidas

Javier Fernández (@experimentos textiles en IG, 46 años, docente de Historia) borda sin límites textos, collages, escenas abstractas o figurativas. “Una persona, una conversación, una canción me disparan y busco descartes, reciclados, heredados. Encuentro. Trato de crear piezas sustentables porque me urge el cuidado y preservación del ambiente”. Integró la muestra colectiva denominada Proyecto Retratos, en Rio de Janeiro, San Pablo y Buenos Aires, entre otras.

Bordar le hace bien. “Encontré una actividad creativa que me abstrae de la realidad y entro en un mundo onírico donde puedo ser y hacer lo que tengo ganas”. Y agrega: “Soy partidario de la igualdad de género en su forma más absoluta, los estereotipos son cosa del pasado. Es un momento de inflexión, hay un cambio de paradigma, una revolución en la que podemos participar y comprometernos para construir una sociedad más justa e igualitaria”.

“Aprendí solo, mirando y copiando a escondidas, era una ‘cosa de nenas’ y mostrar que bordaba era tabú. Con el tiempo me acerqué a personas que me enseñaron. Mi amiga Diana, su mamá Mari y su abuela fueron las primeras. Luego hice cursos y talleres de tejido, telar, bordado y arte textil con Jimena Palacios, Irma Barcia, Mariana Medina, Jesús Casimiro, Marian Cvik y Viviana Debicki”.

Javier dice que superó “prejuicios y barreras, algunos autoimpuestos y otros más sociales. Componer piezas no debería dar vergüenza, ni generar discriminación o exclusión. Bordar es tan fiel y noble como trabajar con madera, metal, pintura o piedra. Trato de vivirlo con naturalidad, aunque nos miran como si fuéramos algo fuera de lo común, como si no debiéramos ser”.

Otro de los referentes de esta camada de muchaches bordadoristas es el cronista, viajero, fotógrafo, explorador y bordador Sebastián Hacher. Docente, consultor en storytelling y UX Design, Hacher recorrió la larga ruta del lonko mapuche-tehuelche Antonio Modesto Inakayal cuando fue capturado con su gente durante la Campaña del Desierto. En ese mismo camino que hizo el lonko hacia un cautiverio forzado en La Plata, Sebastián invitó a distintas gentes a bordar las fotos que los antiguos verdugos les tomaron a aquellos originarios. Los victimarios armados y el perito Francisco Moreno. Fue su manera de tender un puente de afecto para liberar a aquellas víctimas del genocidio.

Frases elegidas

Ignacio Cerbino Loza (32, artista transdisciplinar y productor en el Departamento de Educación del Museo de Arte Moderno) cuenta que su deseo bordador “parte de la necesidad de encontrar una forma material para expresar conceptos e intereses que nacen, en primera instancia, de mis lecturas personales”. Desde muy chico, leer y escribir fueron un refugio y su tránsito académico giró por las áreas de Comunicación Social y Crítica de Artes. “Bordar frases decantó de forma muy natural”.

Nacho dice que borda para “(re)escribir mi propia historia a partir de los discursos que resonaron en mí y requieren ser resignificados por fuera de su contexto de origen”. Comenzó de modo autodidacta, con la realización de vestuario para su personaje drag, sus amigos Maite Galdós y Esteban Torino le enseñaron técnicas básicas, intuyó, probó e indagó las distintas posibilidades.

Desde su identidad artista y marica, hace años que viene explorando prácticas “que ponen en crisis la idea de masculinidad tradicional. El arte drag, la danza teatro y los libros me permiten estar cómodo en espacios que no coinciden con la heteronorma de varón. El bordado ha sido históricamente asociado a las mujeres y al ámbito doméstico y es grato formar parte de esa genealogía de historias menores, feminizadas, lejos de los grandes relatos en clave binaria y heterosexual”.

Cerbino Loza trabaja alrededor de su archivo sentimental de consumos culturales. Coexisten fragmentos de canciones pop de amor, títulos de exhibiciones del Rojas en los 90’, pasajes de libros de Étienne Souriau, por citar algunos ejemplos. “Muchas veces agrupo en polípticos para enaltecer la intimidad primigenia y potenciar sus sentidos de manera pública (mis Gramáticas de la existencia). Sumo el montaje en las bandejas de cartón metalizado, propias de la hora del té, que añaden un extra de valor artificial a su brillo plástico”.

Al bordar, pone toda la atención en las puntadas y en cómo ganan cuerpo en la tela las frases elegidas. Su hacer parsimonioso, con una temporalidad lenta, producen que “mis sentidos estén completamente al servicio de lo que está sucediendo”.

Los bordados son sus obras visuales más recientes pero el primer políptico (Gramáticas de la existencia I) fue seleccionado en el Premio Itaú Artes Visuales 2023 y se expuso en el Museo Caraffa de la ciudad de Córdoba durante tres meses. “Me siento cómodo y bienvenido en la experiencia. Encuentro un goce muy sensible en el diálogo entre una frase, un hilo, una bandeja dorada de repostería y un patrón ornamental en la tela. Formo un mapa personal de lugares rosa e indago alrededor de mi identidad de género”.

Otro tiempo

Federico Casalinuovo (37) mezcla bordados tradicional, a máquina y técnicas como patchwork y quilting. También el textil, la costura, lo acompañan desde la infancia. “Últimamente lo combino con la música y la performance”.

Su tía, Victoria Morano, una gran modista, fue su primera maestra: coser a mano, bordar canutillos y mostacillas en vestidos de fiesta, coser botones. También aprendió sobre telas y costura a máquina. Era lúdico. Luego, “tomé clases con Melina Cymlich, amplié mis conocimientos para realizar vestuarios en obras de teatro”.

El bordado y el textil estuvieron siempre de una manera orgánica en su vida. “Cuando entré a la universidad a hacer las carreras de escenografía y artes visuales fueron centrales en mi trabajo”, dice Federico. “Mi trabajo está atravesado por la idea de cuerpo como territorio y como archivo, su historia, lo que lo afecta. La construcción de una realidad diversa es un eje, también hacer chocar diferentes velocidades del tiempo”. Al bordar, entra en otra dinámica, se olvida de las hostilidades que lo afectan y vive sus debilidades como fortalezas.

En este momento está exhibiendo una obra en el Museo del traje, en la muestra Teleteca con curaduría de Constanza Martínez. Hace unos días terminó una muestra individual en el Centro Municipal de Arte de Avellaneda. También participó en exhibiciones colectivas en Galería Pasaje 17 y en Galería Isabel Croxatto con curaduría de Chiachio y Giannone, en Centro Creativo El Obrador con curaduría de Mariana César y Dolores Casares, entre otros espacios.

 

Con el bordado experimenta su identidad de género de una manera sensible y potente a la vez. “Muchas veces es el motor de proyectos vinculados a lo escénico performático. Me repienso y rearmo desde un lugar de resistencia amorosa y poderosa. El bordado porta esa potencia”.