El 15 de septiembre pasado falleció Vanessa Show, una de las figuras más emblemáticas e injustamente olvidadas de la escena travesti argentina. Su muerte, a diferencia de las cientos que se producen cada año entre las travas, fue extensamente cubierta por la prensa. Vanessa era recordada con enorme cariño por la prensa del espectáculo y por la farándula local. Desde Carmen Barbieri hasta Baby Etchecopar, hubo sentidos homenajes a la reina indiscutible de las plumas. Pero todos los edulcorados homenajes son un barniz, una pátina de brillo sobre una muerte solitaria y parecida a la de muchas de las travestis adultas mayores en nuestro país.

La muerte de muchas de nuestras compañeras están signadas por la soledad y el olvido. Irónicamente, buena parte de la vida travesti se hace en comunidad, pero la muerte nos encuentra solas. La temprana expulsión de los hogares, el maltrato recibido por parte de la familia “biológica”, la condena permanente de los compañeritos de escuela, la falta de trabajo en sus localidades de origen marcan a fuego la vida de las travestis en nuestro país. Así es actualmente en muchos casos (aún a pesar de que la clase media argentina crea que las cosas cambiaron con la Ley de Identidad de Género) y lo era aún más fuerte en 1945 cuando nació Vanessa Show en la provincia de Santiago del Estero. Según su propio relato Vanessa nació en una familia de clase alta. Creció bajo el yugo de su padre, quien la castigaba permanentemente por su comportamiento afeminado. Durante su velorio, una familia vecina que la recibía a veces en su casa contó que a Vanessa la encadenaba su padre y la castigaba con frecuencia. Por eso, con apenas 15 años llegó a la Ciudad de Buenos Aires donde se metió a trabajar de lavacopas. Con el tiempo se vinculó al mundo del teatro, trabajando como bailarín en las compañías de teatro de revista en su era dorada.

Una de las deudas que nuestra narrativa histórica tiene pendiente es con el mundo del espectáculo. Cuando en 2003 Lohana Berkins escribió “Un itinerario político del travestismo” borró de un plumazo a las travestis “mediáticas” que presentaban con testimonios personales una versión banalizada del travestismo que no tenía el “carácter impugnador” que según la autora tendría a partir de la fundación de la primera organización política. Sin embargo, la presencia de las travestis en los medios de comunicación fue clave desde principio de los 80s. Aunque muchas de ellas eran meras testimoniantes de sus condiciones precarias de vida, otras como Vanessa Show, Evelyn, Débora Singer, etc encarnaban una discurso distinto, donde se agenciaban en su condición de artistas y desde ese sitio impugnaban el trato que recibían por parte de la policía, los empresarios artísticos y el Estado argentino. Pero estas lenguas travestis habituadas al mundo teatral no tuvieron la disciplina, el orden y la coherencia argumental que luego tuvieron las activistas de trajecito sastre como Lohana. Vanessa fue la mejor expresión de esta afilada lengua travesti: podía en una misma entrevista criticar al kirchnerismo, reivindicar los derechos trans y contar anécdotas picantes sobre clientes famosos que se ocultaban dentro del closet. Vanessa Show no tenía plumas en la lengua.

¿Son estas tensiones entre la corrección política y la verdad travesti lo que condenó a Vanessa a un rol secundario en la memoria trans? ¿Estamos preparadas para construir la memoria de nuestra comunidad dejando de lado las tensiones político partidarias, ideológicas y personales? ¿Cuál será el destino de las memorias de todas nuestras viejas travas y de las escasas pertenencias que pueden dar testimonio de nuestras existencias?

Tristemente, apenas unas horas después de la muerte, su amiga Barbie Di Rocco pedía por twitter que alguien se acerque a la casa de Vanessa porque aparentemente estaban llevándose algunas de sus propiedades. El debate se trasladó luego a los estudios de televisión, donde supimos que durante el velatorio algunas personas extrajeron plumas y dinero del domicilio de Vanessa. La última voluntad de la famosa vedette era que sus propiedades queden en mano de una sobrina y algunos de sus objetos preciados a disposición de la Asociación Argentina de Actores. Sin embargo, en su velorio había muy pocas personas, ningún familiar, ni representante de las organizaciones trans. Fue un velatorio pequeño, acompañado por vecinos y amigos muy cercanos que apoyaron a Vanessa en sus últimos años de vida y la asistieron durante sus últimas internaciones.

Todas las semanas muere una compañera travesti adulta mayor en Argentina. Sólo algunas veces la prensa pone el ojo en nuestras muertes. La mayor parte del tiempo nuestras muertes son anónimas, silenciosas y lloradas por las pocas que aún sobreviven. Nuestras travestis adultas mayores fueron centrales en la construcción de los derechos que hoy tenemos, pero para muchas jovencitas las viejas son obsoletas, locas, agresivas. Para muchas travitas (y ¿travos?) que se llenan la boca con la palabra disidencia, esos cuerpos viejos y siliconados son la encarnación de los mandatos binarios sobre el género, un residuo de la prostitución, un modo de hacer y vivir signado por el puterio. Pero nada hubiera existido sin las lenguas filosas e indisciplinadas, sin las plumas, sin el escándalo y sin la resistencia siliconada de nuestras queridas viejas. No puede pasar más tiempo sin que las reparemos en la memoria, en la política y en los afectos.