"Todo lo que se hizo hasta ahora fue para cambiar el futuro de los músicos”, dijo Diego Boris en el Teatro Roma de Avellaneda y enumeró políticas que, tras ser impulsadas por los propios artistas, fueron tomadas por diferentes órbitas de los estados nacionales, provinciales y municipales. El Instituto Nacional de la Música, los artículos en la Ley de Servicio de Comunicación Audiovisual que garantizan la difusión de artistas locales e independientes, le establecimiento del Día del Músico, fueron algunas de las más importantes a nivel país.
“Todas esas iniciativas fueron siempre acciones para el futuro, ahora sentimos que es tiempo de empezar a reparar las heridas del pasado porque lamentablemente nuestros compañeros no tuvieron acceso a estas leyes”, dijo Boris al celebrar la apertura de la Casa de la Música a comienzos de esta semana.
Aunque parezca un tema menor en el debate público, la presencia del Estado interviniendo en las diferentes áreas de la cultura resulta fundamental para la existencia de cientos de miles de personas alrededor del país. Detrás de una aparente democratización de los accesos para producir y difundir, en este caso, obras musicales, esa “mano invisible” que todo lo digita sigue marcando el pulso de las cosas que se legitiman popularmente y las que no. Alguna vez lo explico Ricardo Mollo en un viral que suele circular por las redes y en algunos canales de televisión: “cuando te quieren imponer un tema te lo ponen en alta rotación y vos terminas tarareando ese tema”. El lado b de esa afirmación, son aquellos temas que quedan afuera de la ese listado de alta rotación y la suerte de los artistas que los crean y ejecutan.
La fundación de la Casa de la Música que tuvo lugar el lunes en el distrito que gobierna Jorge Ferraresi y las palabras de Boris en torno a “las heridas del pasado de quienes no tuvieron acceso a leyes” que los protejan empujó una búsqueda en el archivo para rastrear información de una de las grandes bandas perdidas en el arcón selectivo del rock argentino. Un grupo que forjó buena parte de su carrera de modo independiente copando la agenda al oeste del conurbano bonaerense y, como lo hacían muchos grupos por entonces, la Costa Atlántica. Se llamó Los Barrocos, habían grabado un muy buen disco a finales del año 1972, que se editó en 1974, pero chocaron de frente con una de las problemáticas que fueron habituales a los músicos de todas las generaciones: la falta de apoyo por parte de los sellos discográficos.
Los propios integrantes lo planteaban abiertamente en un entrevista publicada en el número 35 de la Revista Pelo: “Fuimos, discutimos el contrato y las condiciones de trabajo y grabamos. En un principio nos habían prometido muchas cosas. Y te aseguro que eran las mínimas que un grupo puede aspirar para que su disco pueda ser conocido. El asunto, creemos, no es grabar el disco, prensarlo y llevarlo a las disquerías y esperar que la gente haga cola para comprarlo: se necesita difusión, publicidad y recitales para apoyar el lanzamiento. Nos habían prometido cosas así. Pero nada ocurrió”.
El que hablaba era Héctor Guerrero, uno de los pocos violinistas que por ese entonces protagonizaban la escena del rock argentino. Junto al guitarrista Oscar Paulini renegaban de una situación que con el paso del tiempo lo llevaría a abandonar el grupo. El sello en cuestión era Disck Jockey, que según Pelo sólo se preocupaba por mantener a Vox Dei dentro del catálogo, cosa que tampoco consiguieron. No sólo no les daban promoción, ni organizaban los conciertos, sino que hasta regateaban los discos para que los propios integrantes del grupo pudieran repartirlos. “Se disculparon diciéndonos que no tenían dinero”, cuentan en esa entrevista en la que también se despachan acusando la falta de apoyo de algunos colegas de la época, a quienes acusan de “sectarios”.
En la nota, Guerrero y Paulini terminan diciendo: "No queremos que la gente piense que sólo hablamos para quejarnos, lo decimos y damos la cara porque no queremos que otros músicos y conjuntos caigan en los mismos errores que cometimos Hay que estar alerta, todos: nosotros y cada conjunto que firme un contrato". Todavía faltaba mucho para que las cosas empezaran a cambiar. Ahí la conexión con las palabras de Boris en Avellaneda. Porque le pasó a Los Barrocos, pero también a muchísimos otros artistas, incluso a aquellos que cuando la banda ofrecía intercambiar su primer long play, los mandaban a “hablar con el manager”.
El disco había sido grabado en los viejos estudios TNT y el resultado es realmente destacable. Casi como se desprende del nombre del grupo, las ocho canciones que dan forma a “Sin Tiempo Ni Espacio”, abarcan una mezcla muy clásica de las bandas de hard rock progresivo de la primera parte de la década del setenta. Con guitarras al frente, cuidados arreglos vocales y la presencia de un violín que suma elementos clásicos de la música de cámara para coronar un trabajo que se destaca por la búsqueda de una identidad distintiva, algo bastante común por aquellos años en los que los discos del género podían enumerarse con relativa facilidad.
La presencia dos baladas que aparecen intercaladas en un repertorio cargado de potencia, “En Cualquier Siglo” y “Como Una Rueda”, brindan un respiro en el repertorio que por momentos parece sumergirse en la sucesión de acordes propios de una zapada larga, en la que el grupo que completaban Alfredo Campanelli, Agustín Gutiérrez y José Luis Hernández encuentran su faceta más virtuosa.
Además de las guitarras, que arremeten desde el comienzo de “Está próximo el momento”, el tema que abre el álbum, el resto de los instrumentos también tienen momentos destacados a lo largo del disco. Si bien la presencia del violín de Guerrero aporta uno de los sonidos que fue la marca identitaria de la banda, tiene una hipnótico golpeteo a lo largo del tema “Historia de una confabulación destinada a fracasar”, en donde prácticamente camina a la par de las voces que casi nunca se corren del plano principal del tema. Sobre el final del disco, luego de un contrapunto de guitarras, la batería de Hernández se desprende con un pasaje en solitario que se extiende por casi dos minutos en “Noche de sol”.
Casi todas esas características propias de la música experimental de lo que se conoció en algún momento como art-rock terminan de manifestarse en la única pieza instrumental del disco, “Cuatro Movimientos Breves”, que termina por explorar todos los patrones progresivos de Los Barrocos en una obra que se extiende por casi siete minutos coqueteando por momentos con el rock sinfónico, incluso a pesar de tratarse de un grupo sin teclados, instrumento estrella de ese subgénero en el país.
Ellos mismos despojaban a su música de influencias específicas. "Nuestra música es espontánea; estamos alejados de influencia extranjera, no nos importan las modas, por eso tenemos temas que suena a rock pesado y otros que son todo lo contrario y te parece escuchar música de cámara", decían a la Revista Pelo en 1972, cuando multiplicaban sus actuaciones en vivo con el disco como un anhelo aún complejo de alcanzar.
En el repertorio oficial de la banda también se contabilizan dos canciones más. Una que se llamó “Dualidad”, que formó parte del compilado “La Catedral del Ritmo”, a finales de los sesenta; y otra nombraba “Tendrás en tus manos” que aparece el Volumen 4 del compilado “Rock para mis amigos”, de 1974.
Sin el violín ni una de las guitarras originales, el sonido se solidificó y el formato power trío había obligado a la banda a endurecer su propuesta. Tocaron hasta 1977 y se separaron. A comienzos del nuevo siglo, el sello Viajero Inmóvil Records, dedicado a la difusión de música progresivo rescató el material y lo editó en CD, remasterizándolo de sus cintas originales.