El conde francés, que es nieto del creador de la editorial Gallimard y está casado con una modelo argentina, extraña mucho la intensidad cultural de Buenos Aires, la ciudad donde vivió entre 2013 y 2018. Thibault de Montaigu, el más "raro" de los escritores invitados al Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba), que empieza este miércoles en el Malba y contará con la presencia del rumano Mircea Carterescu y el estadounidense Jonathan Franzen entre los principales invitados, tuvo una banda de heavy metal (Masacra Ancestra Destroyer) y publicó una primera novela en francés en las que catalogó “todas las drogas y desviaciones sexuales a los que se entregan los niños infelices de mi generación”. En su última novela La gracia (Emecé), traducida por Florence Baranger-Bedel, la depresión que lo hacía vegetar en una niebla de angustia y desastre a los 37 años quedó en suspenso cuando vivió una sensación indescriptible de cercanía con Dios en la capilla de un monasterio francés, mientras reconstruía la vida de su tío paterno Christian, un aristócrata libertino que lo dejó todo para hacerse monje franciscano.
La narrativa de no ficción le interesa cada vez más a De Montaigu (Boulogne-Bittancourt, Francia, 1978), periodista, escritor y editor de la colección “Confesiones” en la editorial Robert Laffont. “Cuando contás una historia basada en hechos reales, está bien hacer un montaje para que el sentido verdadero salga al lector de una manera mucho más impactante; es muy interesante ver que autores que me inspiran en la non fiction, como Emmanuel Carrère en Francia o John Didion en los Estados Unidos, se basan en hechos reales, no inventan, pero lo cuentan usando las herramientas de la novela para mentir un poquito y revelar mejor la verdad”, plantea el autor de las novelas Les Anges brûlent, Un jeune homme triste, Les grands gestes y Zanzíbar, traducida al castellano por Ariel Dillon en 2014 y publicada por Mardulce.
La gracia podría dialogar con El reino de Carrère. “Él decidió estudiar los testamentos de manera muy crítica, pero después cerró ese capítulo y perdió la fe. La diferencia es que él decidió tomar ese camino y en mi caso surgió sin buscarlo -compara-. Son dos maneras de encarar la espiritualidad y me parece muy difícil cualquier forma de espiritualidad si pasa por la razón. Como dice Pascal, el último paso de la razón es decir que no puede ir más allá. Hay una humildad de la razón; en un cierto punto de la vida hay que rendir las armas y eso fue muy difícil para mí. Kierkegaard dice que Dios empieza donde se acaban las palabras. Entonces no tenés más palabras para contar esa experiencia donde te abandonás a algo que en cierto sentido se parece al sexo; por eso son tan difíciles de escribir las escenas de sexo en los libros y hasta los más grandes escritores han escrito escenas de sexo poco creíbles”.
El escritor --que está casado con Sofía Achával y tiene dos hijos: Paloma y Tadzio-- no pudo contar con el testimonio de su tío Christian, que murió antes de que él se diera cuenta de la importancia que tendría en la novela que estaba escribiendo. Para reconstruir la vida de su tío entrevistó a 80 personas. “Cada uno se acordaba de una anécdota distinta. O sobre el mismo hecho había distintas versiones”, explica el escritor y reconoce que lo más complejo de la escritura tuvo que ver con que parte de la familia y los fieles de Christian no sabían que en el pasado, antes de que se hiciera monje franciscano, tuvo una vida de excesos. “¿Tengo el derecho de contarlo yo?”, se preguntó con el temor de ofender o dañar. Una charla con su psicoanalista despejó la duda. “Ella me dijo que si el relato sirve a otras personas que no lo conocían para que se puedan sentir liberadas con una historia así, tal vez vale la pena contarlo”.
El narrador en primera persona, que suele tener un protagonismo excluyente en los textos autobiográficos, parece esfumarse para cederle el rol principal a Christian. “Cuando decidí escribir sobre él para tratar de entender lo que me había pasado, se volvió naturalmente el personaje principal y lo que sentí también es que mis propias angustias eran un poco minúsculas comparadas con lo que él había vivido. Así que me borré porque su vida es mucho más universal”. El padre del escritor, uno de los hermanos de Christian, leyó el libro y aunque le gustó también le molestó “un poquito”, aclara y anticipa que en su próxima novela uno de los protagonistas será su padre, que murió el año pasado de un ataque al corazón. “Mi bisabuelo murió en la Primera Guerra Mundial; estaba en la caballería y atacaron un tanque, una cosa de locos. Él murió en ese acto heroico y estúpido al mismo tiempo que siempre quedó el misterio porque no tenés chance de sobrevivir si atacás un tanque con un caballo. Mi padre me pidió que escribiera sobre mi bisabuelo y mientras empecé a escribir entendí quién era mi padre, que terminó ciego, arruinado, sin nada, porque tenía sueños de grandeza”.
Ser conde no significa “nada” dice con un leve acento porteño. “Mi padre tenía solamente el apellido, nada más. Los aristócratas franceses son como Don Quijote: viven los sueños de dos siglos atrás. Yo tuve que rechazar la herencia de mi padre porque era todo deudas, pero la gente que le prestó plata no tiene problemas financieros”, ironiza y lanza una pregunta en plural: “¿Somos responsables de las deudas de nuestros padres o no?”. Al menos, en su caso, eligió no heredar esa responsabilidad. Rechazar la herencia, o sea las deudas, a la par que escribe una novela sobre su padre titulada Coeur (Corazón) podría resultar paradójico. “La escritura es una forma de liberación -reflexiona-. Los escritores somos como vampiros que nos alimentamos de la vida de los otros”.
Como Carrère, empezó escribiendo novelas de ficción y se fue desplazando hacia el terreno de la no ficción. “En la literatura del siglo XXI hay un camino hacia la realidad más fuerte. Antes el ser humano necesitaba la ficción para salir de su vida, para descubrir al otro, para viajar a través del mundo, para conocer otras culturas, porque estábamos encerrados en nuestras pequeñas vidas. Pero hoy en día que el mundo se volvió más virtual, la realidad se nos escapa cada vez más. Entonces tener la voz de un escritor que te cuenta una historia, que te dice ‘esto pasó’, funciona”. Aunque escribir a mano podría ser el último gesto aristocrático que preserva, surgió accidentalmente durante los años que vivió en Argentina. “Yo estaba en una casa en el campo porque me gusta retirarme para escribir. Como se cortó la electricidad unos seis días, tuve que empezar a escribir a mano de nuevo y fue una revelación. Me di cuenta de que me forzaba a ser muy honesto, mucho más que en la pantalla de la computadora, donde las palabras pueden ser de cualquiera. Escribir a mano es algo físico muy verdadero”.
Los imperdibles del Filba, gratis
Jueves 28 a las 19: El escritor rumano Mircea Cartarescu conversará con el escritor Juan Becerra (Alianza Francesa, Córdoba 946).
Viernes 29 a las 20: Jonathan Franzen será entrevistado por Silvia Hopenhayn en el auditorio del Malba (Figuero Alcorta 3415).
Sábado 30 a las 17: Clase magistral de Mauricio Kartun: Fracasa mejor. Errar, una ruta a la creación, en el Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151).
Domingo 1 a las 16: Panel Exliadxs, Lucía Lijtmaer, Santiago Sylvester y Mónica Zwaig reflexionarán cómo es vivir como extranjerxs, en sus casas o países.