Alina y Martín están terminando de comer en el departamento de él, un monoambiente externo, alquilado, vecino al Parque Urquiza y desde el cual, con una mirada oblicua, aupándose en la base del tender y con no poca imaginación puede verse, o más bien vislumbrarse el río Paraná, El embudo, El charigué o La Invernada.

Como son las dos de la mañana es difícil llamar cena a esta comida. Son restos que Alina va hurtando de distintas porciones de pedidos de la rotisería Echesú, donde es delivery. Una rodaja de peceto, un canelón, cubos de papas y al final, entre veinte pedidos saca dos porciones argentinas: nada que alcance para saciar a dos personas jóvenes, pero es gratis y les quita el hambre.

Hay un acuerdo tácito que ha ido creciendo entre ellos: vivienda (Martín) por comida (Alina). A menudo se agrega el sexo pero a eso ya es más difícil darle sentido, medida, justicia. Lo otro es lo que Martín llama “la conmutativa”, Alina pone una carne al horno, una napolitana con fritas, un wok de pollo y Martín la deja dormir en el sofá del living. Como en la vida todo se trama en la duración, lo que comenzó con dos charlas casuales en el patio de la Biblioteca Argentina, donde él es bibliotecario, y luego con unas vueltas en moto y una noche bailable en la Asociación Japonesa con la Rosario Smowing, terminó en esta rutina de domingo a miércoles en el monoambiente que quisiera ver entero el mismo río mar que Lorca no pudo ver en 1933, porque una reja enorme impedía a la gente acercarse a la orilla.

-Predica lo que necesitas -dice esta noche Alina-, un refrán de mi abuela. Tanto nos burlamos del chongo y sin embargo qué es esto. ¿Qué somos vos y yo? Comida por cama. Y sexo sin romance. Dos chongos.

La cooperativa funciona de domingo a miércoles, porque de jueves a sábados Alina debe salir con Beto Arriba, el dueño de la rotisería. Beto hace vida de familia los domingos, lunes, martes y miércoles.

-Cuando dos no se engañan, no puede haber desengaño… dice Alina.

-¿Otro refrán de tu abuela?

-No, la canción de Sabina.

-¿Qué hace tu abuela?

-Se jubiló el año pasado. Era portera en una escuela. Medio colega tuya.

-¡Cómo colega!

-Fue portera en la Biblioteca Vigil, 45 años.

-¿En la dictadura?

-Sí, ella tiene guardado el único libro que un soldadito salvó de la quema de los 50 mil ejemplares. “Balcarce 50”, se llama el libro. El soldadito se llamaba Roberto Moyano, ahora se puede decir.

-¿Cómo se llama tu abuela?

-Celia… Celia Verón. Ella lo quiere devolver el libro, pero se lo quiere dar al juez. Nunca la citaron. Ella quiere entregar el libro, contar esa historia y otras cosas que sabe del caso.

-Yo puedo ayudarte, conozco la historia y sé dónde tramitan las causas, el Fiscal Vellati, a cargo, fue alumno mío de escritura…

-¿Me ayudarías con eso? Te compro dos entradas para Nicki Nicole. Pero vamos juntos. Al Anfi, el 29…

-¿Conoció a Feced tu abuela?

-Conoció a todos, pero no sabía los nombres. Los tipos usaban apodos, alias, a uno le decían Rommel, a otro El Ciego, a otro el Cura, había uno que era psicólogo e interrogaba a los hijos de los directivos con un revólver sobre el escritorio.

-….

-Dice que un día vino el tal Rommel y la llevó a un salón donde estaban apilados unos treinta cuadros. Pinturas, hermosas. Y el tipo le dijo que empezara a pasarle lavandina con un trapo a los óleos. ¿Entendés? ¿Para qué, dijo la Celia? Hay que desaparecer todo esto, destruirlo. Acá usté es nadie. Si pregunta no vuelve. ¿Sabe?

-…

-Y resulta que al otro día, una Vicedirectora (que la secuestraron y nunca apareció), la vio a la Celia pasándole lavandina a los cuadros y le gritó que qué estaba haciendo. Que eso era una locura, Que esos cuadros valían mucho… y le dijo unos nombres famosos que mi abuela apenas recuerda: Carlos Alonso, Juan Grela, Leónidas Gambartes, Herrero Miranda, Julio Vanzo… Entonces ese mismo día, más tarde, la Celia fue y le dijo al tal Rommel que había suspendido la faena porque la Vice le había dicho que los cuadros eran famosos y de mucho valor…

-¿Y entonces?

-El tipo la golpeó a Celia, le dio un par de trompadas y la echó. Le dijo que por una semana estaba suspendida. Y que chito la boca.

-¿Y luego…?

-A la semana, cuando Celia volvió, los cuadros habían desaparecido y el propio milico ese, Rommel, le dijo que Celia tenía razón, que eran cuadros muy valiosos y los habían llevado al Comando para resguardarlos. Jamás aparecieron.

-Sí, fue tremendo ese proceso. Personas, libros, cuadros, hasta un observatorio astronómico saquearon.

-Pero queda un cuadro, una mujer que era bibliotecaria guardó un paisaje de Manuel Musto. Pero esa mujer murió y Celia no sabe quién tiene el cuadro.

-Yo voy a hablar con Vellati para que le reciban declaración a tu abuela y el libro. ¿Pero decime… por qué tu abuela esperó tantos años?

-Siempre tuvo mucho miedo, terror. A un compañero de ella que era empleado contable de la biblioteca, lo tenían secuestrado en la Jefatura y le grababan a las hijas pequeñas en clase en la escuela. Le vendaban los ojos a él, pero no lo golpeaban, sólo le hacían escuchar las charlas de las nenas en clase. Cuando lo soltaron, se encerró en su dormitorio y nunca más salió de la pieza, de su propia pieza, de su casa. Murió loco al poco tiempo.

-Qué horror.

-Pero lo peor para Celia fue que ya en democracia, ya iban como quince años de democracia y un día ella fue al súper del barrio, el de Alem al 3100 y escuchó la voz grave y militar desde atrás que la llamó por su apeliido y nombre: “Verón, Celia, legajo Vigil 11359”. Se hizo una pausa, mi abuela pensó que se moría del susto y el tipo de pronto cambió la expresión a risa y le dijo sonriente: Ja, Celia, ¿se acuerda cuando casi arruinamos los cuadros… Alonso, Grela, Gambartes…? Usté los salvó Celia… aunque sabe, se nos escapó uno de Manuel Musto… una llanura verde, ¿lo recuerda? ¿Usté no sabrá nada de eso, no? Mire que son bienes del Estado. Tenga cuidado… legajo 11359…

-Se me fue el hambre Alina, necesito alcohol.

-A mí también… pero solo pude arrebatar unas latas de cerveza del delivery. Pero puedo conseguir vodka.

-¿A esta hora? ¿Dónde?

-En el Open 24 de la esquina. O gin tonic o whisky, pero con una condición.

-¿Otro refrán? ¿Qué más?

-No. Que hoy dormimos en tu cama, juntos, abrazados.