El enfrentamiento cara a cara entre Agustín Rossi y Victoria Villarruel en el debate electoral entre posibles vicepresidentes densificó la tensión de una situación social estresada. Dos cuerpos a centímetros de distancia, mirándose a los ojos, percibiendo sus mutuas respiraciones y rebosantes de pasiones hostiles por sus respetivas y contradictorias ideologías. El dispositivo pasión-poder se defenestró de la puesta en escena atravesó el encuadre televisivo como flecha del tiempo y rebotó en las pantallas. El ágora del tercer milenio.

El análisis político y las imprecisas evaluaciones están dando vuelta por los medios. Lo político racional quedó claro: propuestas, acusaciones, en fin, más de lo mismo. Pero, ¿qué ocurre a nivel sensible? Qué de solapado sadomasoquismo viborea entre quienes se exponen a dar y recibir los latigazos de las palabras desnudas, que son tan o más inquietantes que los cuerpos sin ropas, máxime cuando el BDSM político se realiza tête à tête y frente a cámara.

El debate electoral televisivo se disfraza de ecuánime y deserotizado, pero se constituye desde las pasiones, la carne, los cuerpos, los intereses. En esa exposición al ojo electrónico -más allá de lo ideológico- hay libido, en especial en el “cara a cara” donde se impone el intercambio entre pupilas. Dos cuerpos -tan cerca, tan cerca- desafiándose mutuamente. Expectativa por lo que puede un cuerpo, ya que son disputas orales, pero se originan y dirigen a hechos. Las palabras y sus rituales tienen materialidad, producen efectos.

La política ya no toma Bastillas, ahora “debate” y a les espectadores con vocación democrática se les encienden alertas rojas. La más alarmante es la incitación al fascismo. La extrema derecha se está comiendo a la derecha.

La proposición de Karl von Clausewitz: la guerra es la continuación de la política por otros medios, fue intervenida por Michel Foucault: la política es la continuación de la guerra por otros medios, y hoy se gestiona como un reality adusto. La audiencia del reality entretenimiento vota, pero ese voto farandulero no modificará su vida, como la modificará el voto del reality electoral. Lo sensitivo también orienta decisiones electorales.

La libido no necesariamente moviliza genitales y derrames entre sábanas, repta también en el juego político. El deseo es la condición de posibilidad del poder. Las relaciones de fuerzas son erotizantes, no en el sentido del sexo explícito, sino en las intensidades y efectos que provocan. “El poder es del orden del placer” es una variable de peso cuando se analizan juegos de fuerza concretos, como los debates electorales, por ejemplo.

Se le atribuye al paradigmático teórico de la política -Nicolás Maquiavelo- la expresión “gobernar es más bello que fornicar”. Por su parte, el poeta John Milton, en El paraíso perdido, replica sublimado el mismo concepto “es mejor gobernar en el infierno que ser sirviente en el cielo”.

A todo esto, ¿cómo se implantaron los debates eleccionarios mediatizados? Según la socióloga Verónica Giordano, con el ascenso del neoliberalismo se transformaron las formas de comunicación políticas. Esto fue evidente en varios países de la región a partir de 1989, cuando despuntó una derecha recargada que se insertó en las prácticas democráticas. En sus campañas electorales comenzaron a utilizar una herramienta poco frecuente en Latinoamérica: transmitir los debates de candidates. El modelo fue el enfrentamiento verbal entre Richard Nixon y John Kennedy en 1960. Esta autora considera que en nuestra región toma características diferentes. Los debates presidenciales no se han incorporado como tema axial de la política, son más bien coyunturales y asumen características propias. “La originalidad de la copia”.

La heterogeneidad de un debate electoral televisivo refuerza el imperativo de tener en cuenta las circunstancias sociopolíticas en las que se produce. En algunos casos han cambiado elecciones y en todos pueden orientar diagnósticos, aunque no precisamente pronósticos. En el debate de candidates a la vicepresidencia 2023 en Argentina aparecen indicadores alarmantes para la democracia. La derecha negacionista superó sus propios límites y el neoliberalismo -de pronto- se encontró con un adversario inesperado. ¡Bip! ¡Bip!, silbó el correcaminos libertario que le ganó por derechazo a la zorra derecha.

No obstante, al poder real no le gusta la tosquedad del fascismo, sus modales agresivos, su criminal franqueza y el peligro latente de que su fracaso pudiese provocar el resurgimiento de un futuro Estado de bienestar. Entonces busca formas más cuidadas estéticamente (los CEO, la oligarquía).

Pero cuando “la gente de bien” no les resulta funcional, el poder se olvida del glamour y de los apellidos ilustres y habilita el mal gusto. Grosería, misoginia, homofobia, terraplanismo, militarismos, antivacunas, antipatria, gente tosca (formal o conceptualmente). Esta armada enojada surge y se empodera porque está en la patología del propio diagrama capitalista.

Cierta oligarquía y clases aspiracionales argentinas no dejan de sentirse atraídas porque, en última instancia, este aluvión libertario les podría realizar su deseo de exterminio: “acabar con el kirchnerismo”, aunque existen quienes votan derechas no por inclinación ideológica sino por entendible malestar social. Algo nuevo, aunque precipite a las fauces ardientes de Moloc. La historia es maestra de la vida y una de sus lecciones es que cuando se vampiriza la democracia ni quienes habilitaron a Drácula suelen salvarse del mordiscón sangriento.

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Ignoramos -salvo excepciones- si los enfrentamientos electorales televisados representan una variable de cambio robusta. Pero lo que sin duda dejó al descubierto el debate por la vicepresidencia es (algo que ya se sabía) que el viento sopla hacia los totalitarismos. ¿Cómo detener el odio? No basta con condenar las medidas hostiles a la equidad social y defender los derechos de la gente, ni basta condenar el fascismo sino se hace nada contra el capitalismo brutal que lo origina. La resistencia democrática alienta el voto a Massa. ¿Por qué?, si forma parte de un gobierno insatisfactorio. Porque (no analizando aquí sus capacidades gubernamentales) representa a la única de las tres alternativas, con chances de obtener la presidencia, que reniega del odio y no está manchada con el barro del fascismo.