Ese primer desorden es obra de ella. La casa que van a compartir ya queda marcada por esos platos que no limpia, por esa comida fría abandonada en la mesa como un resto que Félix (Langston Urbel) va a devorar con alegría mientras que León (Thomas Schubert), con esa impronta de escritor de la que nunca va a apartarse, se dispone a mirar la escena, a quejarse, a pensar en los lugares y los tiempos donde terminar su novela y a hablar de Nadja (Paula Beer) aun sin conocerla.
Cielo rojo podría ser una película de Éric Rohmer porque si algo le aportó al cine el director francés es la certeza de que los personajes pueden mentir y que esa manera sutil de esconder quiénes eran operaba como el fundamento de su narrativa. Pero aquí estamos en una película de Christian Petzold alguien que puede llevarnos por una historia hasta que descubrimos que nos está contando algo muy diferente.
La playa y ese tiempo de retiro donde los personajes están en una pausa o en un estado de preparación es una instancia perfecta para observarse. Eso es lo que hacen León y Nadja. Él, demasiado convencido de su lugar de escritor se ve frustrado en su posibilidad de escribir, cree que está avanzando en una novela pero no entiende la mecánica misma de su relato, considera que todo lo que le ocurre, especialmente el modo inevitable en que Najda lo envuelve y enamora, conspiran contra su posibilidad de concretar su oficio. Ella se ríe de él y de la situación. Liviana y decidida se dedica a disfrutar: tiene sexo con el guardavidas y marca el ritmo de un relato del que León ha dejado de ser el dueño.
Cielo rojo tiene varios elementos en común con La uruguaya, el film de Ana García Blaya. En las dos películas el protagonista es un escritor que no puede escribir porque atraviesa un bloqueo o porque escribe sin darse cuenta que su novela no tiene ninguna consistencia narrativa.
En La uruguaya la autora de la trama es Guerra, la chica que despierta deseos irresponsables en ese escritor que se pasea por todo Montevideo con quince mil dólares en la riñonera porque no puede controlar sus ganas de acostarse con ella. Las dos películas están estructuradas en torno a un intervalo de tiempo que es, más allá de la entidad anecdótica del viaje, el tiempo de la escritura, ese momento donde los escritores no pueden escribir pero está sucediendo algo del orden de lo real que ellos no son capaces de desentrañar. Sus limitaciones al momento de escribir están en relación a no poder ver que las mujeres que les gustan o enamoran son las que están realizando una serie de acciones que suponen una escritura, el armado de una trama, un plan que en el caso de Guerra tiene una finalidad más materialista y urgente y en Nadja es más existencial y complejo porque lo que hace el personaje de Paula Beer es enseñarle a León a salir de su lugar ensimismado y egocéntrico y aprender a leer las situaciones que ocurren a su alrededor para intervenir sobre ellas y no ser un espectador ( o un lector) desvalido.
Por supuesto que en Cielo rojo los incendios forestales, como una fuerza que los sigue y los encierra, tiene además un componente trágico, oficia de destino y habla de una naturaleza que ya no quiere ser entendida como parte de un paisaje y que pelea su lugar de protagonista. Ese fuego que cambia el color del cielo y, que esparce pompas de ceniza, habla con poesía y dolor, con un lenguaje que supera todo lo que León es capaz de imaginar.
La coincidencia más llamativa, que habla de un registro de época, es que en las dos películas los escritores logran superar sus insuficiencias profesionales al tomar como materia literaria los hechos que ocurrieron en la realidad. De esas situaciones las autoras son dos mujeres que no ocupan el rol de musas sino de hacedoras de una escritura que se ejerce en la instrumentalidad de la vida. Tanto el director alemán como la directora argentina (o, más precisamente Pedro Mairal como autor de la novela adaptada al cine) están mostrando un cuadro donde los escritores fracasan al momento de inventar y logran configurarse como autores al apropiarse de lo real. Las dos mujeres les dan un tema para escribir pero para convertirlo en una forma literaria algo de su orgullo ha tenido que ser vulnerado. Frente a ellas han sido engañados y han perdido. Pudieron escribir al reconocer esa derrota.