“Una mezcla de libro de memorias de una celebridad, columna de sugerencias sexuales y plataforma anti-conservadora”, intenta definir la crítica inglesa el flamante Oh Miriam! Stories from an Extraordinary Life, recomendando enfáticamente leer esta nueva autobiografía de the one and only Miriam Margolyes, maravillosa actriz inglesa, conocida por su sinceridad sin tapujos, su humor descacharrante y -desde luego- por sus interpretaciones en films como La edad de la inocencia, de Martin Scorsese; Romeo + Julieta, de Baz Luhrmann, ¡y la saga Harry Potter!, donde interpretó a la entrañable brujita herborista Pomona Sprout. Apenas unas muestras de un currículum vastísimo, que incluye desde dramas de época dickensianos (Little Dorrit) hasta pelis de animación (Babe, el chanchito valiente), desde sitcoms de culto (Blackadder) hasta series documentales, obras de teatro, publicidades, audiolibros…
En Oh Miriam!, que acaba de editarse en UK, nuestra entrañable Miriam confiesa, por ejemplo, cómo se le declaró a Vanessa Redgrave en la última función de Orpheus Descending, obra de Tennessee Williams que hicieron juntas en el ’88. Lo hizo mientras saludaban al público, sobre el escenario; VR la rebotó tiernamente y han sido amiguísimas desde entonces. Que Steve Buscemi le diera de comer cucarachas; que un grosero Arnold Schwarzenegger lanzara olorosas ventosidades sobre su cara; por qué la pasó como el traste laburando con Steve Martin en La tiendita del horror: voilà algunas de las aventuras que comparte, entre un sinfín de anécdotas con gente afamada de todo tipo y pelaje: Maggie Smith, la princesa Margarita, Leonardo Di Caprio, Marlene Dietrich, y siguen las firmas.
Pero, claro, no conforme con repasar algunos episodios personales, ofrece consejos en capítulos como “No dejes que los bastardos te depriman” o “Descubre cómo romper el hielo más consistente de la conversación”. Una sugerencia suya para sacar tema en una fiesta cualquiera: “¿Debería enseñarse el cunnilingus en las escuelas?”. También repasa la historia de su familia de inmigrantes bielorrusos; su adolescencia en Oxford en los años 50; carga las tintas contra el Brexit y la corrupción política; habla de cómo gana unos buenos billetes grabando videos personalizados; confiesa por qué lleva una cebolla cruda como snack en su bolso, extraña elección de refrigerio que contribuye a su tendencia a la flatulencia, que suele pregonar por lo alto…
El pasado junio, MM hizo su debut como chica de tapa de Vogue, edición inglesa, en un número especial dedicado a personalidades de alto relieve de la comunidad LGBTQ+. A Miriam le colgaron la merecida chapa de “pionera” en un artículo donde, entre otras cosas, rememora cómo fue declararse abiertamente lesbiana en la década del 60, siendo una joven estudiante de literatura en Cambridge, en una época en que la homosexualidad todavía era ilegal en Reino Unido. Lo que la gente pudiera decir sobre ella le importaba tres rabanitos a la vinagreta, asegura, aunque admite que sí lamentó que se resintiera la relación cercana con su papá Joseph, un médico “profundamente conservador”, y con su mamá Ruth, agente inmobiliaria con un puntito de excentricidad: le encantaba hacer las tareas del hogar en cueros.
Acaso haya sido en homenaje a su adorada progenitora, entonces, que una desfachatada Miriam posara para Vogue en topless a los 82 pirulos, cubierta su generosa delantera por unos pasteles típicos ingleses, coronados por cerezas... “Todavía soy un poco niña; no puedo resistirme a hacer travesuras”, ofrece en la citada interviú luciendo su característica sonrisa picarona, que la acompaña en otras imágenes; por caso, la de la portada, donde juega a abrazar los códigos de perfecta dama británica con un tocado estilo velo, collar y pendientes de perlas, gran estola.
Volviendo a sus años universitarios, fue entonces cuando se unió a varios grupos teatrales; incluido el Footlights Club, legendaria cantera de cómicos británicos, donde Miriam era la única chica entre muchachos como John Cleese y Graham Chapman (futuros Monty Python), de quienes no guarda el mejor de los recuerdos. “Me veían como una judía pequeñita y prepotente, demasiado confiada y gorda. A su pesar, ¡yo era graciosa!, aunque nunca creyeran que estuviese a su altura”, ha contado en reiteradas ocasiones, acusando a estos varones de actuar “con crueldad deliberada” hacia ella.
Por esos días, representó a su facultad en University Challenge, programa de tevé que devino institución de la cultura inglesa, el más longevo y popular show de preguntas y respuestas, donde estudiantes compiten en variadas ternas de conocimiento académico. La suya fue, a todas las luces, una participación memorable: lanzó un “fuck!” al aire tras pifiarle a la respuesta, adjudicándose desde entonces el honor de haber sido una de las primeras mujeres en putear en televisión abierta.
La primera de muchas otras veces para nuestra chica, que se ha convertido en una invitada de lujo en shows de entrevistas -habituée, por caso, del programa de Graham Norton-, donde da rienda suelta su singular ingenio al narrar anécdotas hilarantes, permitiéndose la diablura de dispensar la ocasional palabrota o relatar alguna que otra guarrada. Por ejemplo, la vez que encontró a un soldado practicando autoerotismo en Edimburgo y decidió echarle una mano. ¿Su remate?: “Hay que apoyar a las tropas”.
Aún así, aclara que no quiere ni molestar ni avergonzar a las personas; que es una tipa con buenos valores humanos y que, por lo general, se porta bien en público. Hace un tiempito, invitada a un programa de radio de la BBC, mandó literalmente a la mierda al invitado anterior, un político conservador, y casi le da un ictus al darse cuenta que el mic estaba abierto y la palabrota había salido al aire. Mortificada, se fue a su casa con lágrimas en los ojos por “profanar ese templo sagrado”.
Volviendo a su bío, también en Cambridge, por ese afán de no pasar inadvertida, Marlgolyes solía fumar en pipa y bajar a desayunar ventilando sus asuntos intestinales a grito pelado, cada mañana: “¡Acabo de cagar de maravilla!”. Después de recibirse, comenzó a buscar pequeños papeles mientras vendía enciclopedias para mantenerse. Fichada por la BBC para un laburito, conoció a la académica Heather Sutherland, y el flechazo fue total. Y duradero: han estado juntas desde entonces, por más de cinco décadas. “Pudimos vivir nuestras vidas sin menoscabarlas, sin que ninguna tuviera que renunciar a nada. Y hasta ahora nos ha funcionado”, destaca MM al revelar que, por mutua elección, nunca han convivido.
Desde aquel laburo, rara ha sido la ocasión en la que no ha estado trabajando: se abrió camino haciendo doblajes y locuciones, teatro, televisión, cine -con temporada en Hollywood incluida-, volviéndose una de las actrices más prolíficas de Gran Bretaña. Una mujer tan versátil que ha hecho series documentales recorriendo Estados Unidos, Australia y Escocia. Que ha escrito y protagonizado una obra teatral que causó sensación llamada Dicken’s Women, donde solita su alma interpretaba a 23 personajes distintos en escena, en su mayoría femeninos, inspirados en las inolvidables mujeres de las novelas de Charles Dickens, combinando sketches, lecturas breves, material biográfico y sus propios comentarios sobre el hombre y el artista. También, como ella misma cuenta muerta de risa, grabó antaño Sexy Sonia: Leaves from my Schoolgirl Notebook, una novela porno soft que se vendía en casetes en sex shops. O sea, a Miriam nada de lo humano le es ajeno.
El recientemente publicado Oh Miriam! es una continuación de su tremendamente exitosa autobiografía This Much is True, de 2021, donde MM narraba -entre muchas otras cosas- haber sido concebida durante un ataque aéreo; asimismo, qué bromas la llevaron a ser conocida como la chica más revoltosa de Oxford High School; por qué el humorista y presentador Bob Monkhouse le dio el mejor beso (masculino) de su vida; cómo la Reina Isabel la pidió encarecidamente a la parlanchina Margolyes que guardara silencio en cierta ocasión protocolar… “Un libro tan cálido y honesto, tan lleno de vida y sorpresas, como su inigualable autora”, coincidió la prensa con el público sobre este sonado bestseller, que lleva millones de copias vendidas en UK y, acorde a la crítica, cumple con creces su cometido de hacer reír -y sonrojar, llegado el caso- a lectores con relatos que, muchas veces, resultan conmovedores.
Uno de los indiscutibles méritos de This Much is True, señalaba The Guardian al reseñarlo, es la negativa de Margolyes a moldear su historia a lo esperable. Es decir, no sucumbir a la hipercorrección en curso; también a la autoburla sin rodeos. No le gusta tener sobrepeso, y lo dice; tampoco está chocha con el asunto este de envejecer. Y a pesar de ser orgullosamente judía, practicante de muchas de sus tradiciones, reconoce públicamente estar en contra de muchas políticas de Israel. Aún más: subraya a menudo que el primer ministro Benjamin Netanyahu es el tipo que más desprecia en el mundo.
Dicho lo dicho, nada le quita el sueño ni pone en riesgo su sonrisa. Tampoco altera su amabilidad típica: aun siendo una lenguaraz que ventila sin límites, sus tantas amistades la adoran, ponderando que sea una mina de fierro, empática, presente. Y comprometida con causas nobles: la eutanasia, entre ellas, siendo mecenas de My Death, My Decision, una organización sin fines de lucro que aboga por la muerte asistida legal, segura y compasiva.
“¿Qué te impulsó a escribir otro libro de memorias?”, le vienen preguntando a Miriam últimamente, y ella, sin muchas pulgas, da una respuesta franca, como es su sana costumbre: ¡la guita, la viva, la biyuya, la tarasca! “Me ofrecieron una montaña de plata ¿¡Cómo no iba a acceder!?”, y ya luego, en su estilo desenfadado: “Necesito empezar a ahorrar para el geriátrico…”. Oportunidades para sumar unos mangos no le faltarán, eso es seguro: la propia MM admite que nunca fue tan popular como hoy en día, sorprendida aún de que la gente la salude afectuosamente por la calle. Además, aún teniendo problemas para caminar, sigue súper activa: tiene previsto seguir grabando libros de Dickens, también hacer un documental sobre el conflicto entre Israel y Palestina. “Les da miedo dejarme ir y que alguien me asesine, pero nadie tiene demasiado claro si me van a matar los judíos o los palestinos”, bromea con su descaro de siempre este tesoro nacional. “Un diario una vez me llamó ‘cacharro nacional’”, recuerda esta diablilla. Y sin un ápice de divismo, añade: “La verdad es que estuvieron muy ingeniosos”. Aún más: ella misma adoptó el mote.