“Es la primera vez que viajo de Jujuy a Buenos Aires” dice Aydée Gutierrez, que prefiere no dar a conocer su edad pero revela que es una mujer de más de cinco décadas. Mientras se acomoda a varios metros de las carpas, mira como si fuera un paisaje familiar el acampe del Tercer Malón de la Paz del que forma parte. Se instalaron en Plaza Lavalle el 1 de agosto de este año. No fue una fecha casual, ese día es reconocido como el día de celebración de la pachamama o madre tierra. Frente a ella están las carpas cubiertas de plásticos para evitar que las pocas pero intensas lluvias de este invierno mojen lo que tienen: colchones, frazadas, ropa, comida y un cuaderno en donde Aydée escribe detalladamente su experiencia en estos casi dos meses de acampe. Una tarea que se propuso para que sus hijxs puedan comprender de qué se trata: nada más y nada menos que de dar una lucha por la vida.
“Así como estamos yendo, te digo que un día no va a haber agua. Lo de la reforma en Jujuy es inconstitucional ”. Sus palabras no son solo una advertencia, acompaña la frase con un gesto fatídico: cierra los ojos y aprieta el sombrero que se sacó para la conversación. “La gente piensa que porque está aquí en la ciudad y paga el agua, va a tener agua para siempre, y eso no es así. Por eso estamos acá”.
Es una razón “para estar ahí” que ella explica de manera sencilla. Lo que le resulta difícil de entender es que exista un acampe que lleva más de 50 días en Tribunales y que todavía no haya ninguna respuesta para pedidos muy concretos: denunciar las violaciones a los derechos humanos en la provincia de Jujuy y declarar inconstitucional la reforma impulsada por Gerardo Morales el 20 de junio.
Aydée sufrió la represión en Jujuy cuando el espacio de Gerardo Morales acompañado por el peronismo local aprobó una reforma constitucional que incluye entre otras cosas, la restricción a la libertad de protesta y modificaciones en el artículo 36 en relación al “derecho a la propiedad privada”. Estas modificaciones dejan en mejores condiciones a titulares registrales que disputan tierras con comunidades originarias, ya que incorpora "mecanismos y vías rápidas y expeditivas que protejan la propiedad privada y restablezcan cualquier alteración en la posesión, uso y goce de los bienes a favor de su titular".
Los días de la represión le hicieron revivir un recuerdo de niña: “Yo me acordé de los años de dictadura, vivíamos con mi papá y mi mamá encerrados y asustados, de que en cualquier momento iba a venir alguien. Cuando estuve ahí, en la represión del 17 de junio, volví a sentir esa sensación. Pero yo sabía que no me podía quedar en mi casa tranquila, tenía que salir a defender a nuestros pueblos indígenas”.
Una vez aprobada la reforma, el Tercer Malón de la Paz decidió viajar a Buenos Aires y acampar. Ayde está convencida de volver cuando se cumpla la promesa del Ejecutivo de que una Comisión de Investigación de violaciones a los derechos humanos viaje a su provincia: “Yo voy a viajar cuando ellos viajen”. El compromiso es que esa comisión conformada por organismos nacionales e internacionales pueda investigar las violaciones de las garantías establecidas en la Constitución Nacional y la violación sistematica del Convenio 169 de la OIT.
Hace unas semanas el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires les cortó el suministro de agua que tenían a pocos metros del acampe. No es un chiste, ahora para cocinar o higienizarse tienen que ir un poco más lejos. Todo el sostenimiento de la vida se volvió más difícil con la decisión del gobierno porteño, pero no es casual: “Quieren que nos vayamos, pero yo cuando era chica caminaba muchos kilómetros para buscar agua”.
Llevan 54 días ocupando un pedazo de la plaza, entre los Tribunales y el Teatro Colón, en una de las zonas más iluminadas de la Ciudad de noche y con más tránsito de personas de día: “Estamos aquí para pedir la nulidad de la Reforma Inconstitucional, como así también la Intervención Federal de la Provincia de Jujuy, recién ahí voy a volver a mi casa”. Hasta el momento el Poder Legislativo sigue sin tratar el pedido de intervención federal y la Ley de Propiedad Comunitaria Indígena.
La mujer de las cinco décadas
Aydée nació en Rodero, una comunidad aborigen que pertenece al departamento de Humahuaca. La lucha no le es ajena: “Yo crecí viendo a mi papá y a mi mamá luchando, como la mayoría de las comunidades indígenas nos dedicamos a la agricultura y la ganadería y a defender la tierra. Las empresas extractivistas están hace mucho tiempo. No es de ahora”, dice como quien conoce de raíz un conflicto que ha atravesado generaciones: la discrimación, el racismo y la expulsión hacia las comunidades originarias.
En Rodero hay 100 familias, pero no siempre fue así. Cuando Aydée era una niña, la misma comunidad de Rondero construyó la escuela. A partir de esa iniciativa llegó el correo, la sala de primeros auxilios y el registro civil. Según Aydée hay gente oriunda de Rondero en todo el país “desde Ushuaia a la Quiaca” en general vuelven al lugar de origen para las festividades: “Cuando yo era una niña se instalaron allí muchas comunidades de alrededor, sobre todo por la escuela. Después se fueron eliminando las cosas y la gente se tuvo que ir”.
La escuela hizo que la comunidad creciera y si bien quienes asistían eran parte de los parajes alrededor de Rodero, los docentes reproducían una práctica que hoy está naturalizada: “El Quechua o el Runa Simi se fue perdiendo, los maestros nos decían que así no se hablaba y así no se decía. Yo hablaba algunas palabras en Quechua, que todavía seguimos manteniendo en nuestra comunidad, porque yo volvía a mi casa, las escuchaba y las entendía. Las palabras que hablaba mi abuelita las tenía guardadas y ahora las puedo expresar” dice Ayde.
Cuando decidió viajar al acampe lo primero que hizo fue comunicarle la decisión a sus cuatro hijxs que viven en Humahuaca y en San Salvador de Jujuy. A ellxs también tuvo que explicarles que significa “wuawas”. Para eso no hacía la traducción al castellano, si no que les decía “ustedes son mis wuawas”. Ahora habla por teléfono todos los días, su hija mayor que es la que según ella “está más comprometida” le pregunta “¿Cuando vas a volver mamá?”. Aydée le dice “la próxima semana”. Pero esa semana pasa en una cotidianeidad que fueron armando en estos dos meses de acampe.
Además de cocinar todos los días con muy pocos recursos, van a reuniones para visibilizar las razones por las que están ahí. Están pendientes del clima para resguardar el acampe, producen folletos para repartir a las personas que se acercan: escuelas, vecinxs y organizaciones. Aydée tiene muy claro que no estaría en ningún otro lugar: “Ahora me toca a mí, mis padres no lo pueden hacer y yo estoy dedicando mi tiempo a esto. Y me voy a quedar hasta que caiga la reforma inconstitucional, porque daña a los pueblos indígenas”. Para Aydée esto no es nuevo, el padre de sus hijxs trabajaba en la Minera Aguilar: “En ese momento las mujeres también tuvimos que estar al frente y luchar, cocinar y sostener la protesta por las injusticias que estaba cometiendo esa empresa. Ahora es un poco distinto, porque nunca estuve en una experiencia así”.
“Si dejamos que esto pase en Jujuy, va a pasar en todos lados”, lo dice convencida de que mucho de lo que pasa en Jujuy no se sabe y la razón es la enorme discrimación y racismo que existe: “Primero pensaban que éramos del pueblo boliviano, no se por qué, después nos pusimos a hablar con la gente, entregar folletos y contar por qué estamos acá. Una vez que lo explicamos la gente lo entiende, que esto no es solo un problema del pueblo jujeño”.
En uno de los últimos comunicados, el Tercer Malón de La Paz explica porque sumado al acampe también hay un huelga de hambre de personas encadenadas al Congreso desde el 19 de septiembre: “Con esta reforma la provincia se apropia del territorio, de las tierras fiscales, el agua, los recursos naturales, la biodiversidad y la genética; como así también prohíbe al pueblo jujeño expresar sus derechos. Como guardianes naturales del territorio de vida y defensores ambientales del planeta, acudimos ante el llamado de la Pachamama, resguardamos estos bienes naturales con la plena consciencia que estos elementos son la garantía de vida de toda la humanidad y de las futuras generaciones, por ello instamos a la población argentina en general a acompañar esta lucha que es de todos y para todos”.
Transmitir la experiencia
Todos los días Aydée escribe en un cuaderno apuntes sobre el acampe, dice que lo está haciendo para que sus hijos puedan tener ese documento y entender cosas que tal vez ahora no se entiendan del todo: “Para mí es importante dejarles esta documentación, tal vez ahora no están tan involucrados porque tienen sus cosas, sus trabajos. Pero los pueblos indígenas estamos muy arraigados a la cosmovisión y a vivir en armonía con la naturaleza. Por eso cuidamos la pachamama, la madre tierra” .
Algo parecido con este desentendimiento dice que pasa en Buenos Aires: “Acá de naturaleza tenés solo este pedacito de pasto. Hay muy poca vegetación y nada de fauna. En cambio donde estamos nosotros hay muchísimo y es lo que cuidamos. Y lo que quiere hacer el gobernador Morales es hacer entrar a empresas extractivistas que es justamente no cuidar nada, porque esas empresas que se instalan contaminan el agua, el aire y la tierra”.
En transmitir este mensaje a la sociedad está el conflicto, según ella lo que piensa la gente es que eso no va a pasar: “Estamos en una sociedad consumista, y es muy difícil entender. Es como si yo estuviera diciendo algo que no va a pasar. Que yo hable de la guerra por el agua o que en un momento no va a haber agua parece que es algo tan lejano que no existe. La gente en la ciudad piensa que el agua es abrir una canilla o poner un caño”.
El sostenimiento de la vida en el acampe para ella es muy parecido a como sostiene la vida en Rodero: “Yo siempre luché, allá en mi comunidad trabajo haciendo tejidos o trabajando la tierra. Aquí también es luchar buscando otros recursos, hay gente muy solidaria que nos trae cosas, nos pregunta qué necesitamos. Hay quienes nos dicen que quisieran venir más seguido. Eso es muy importante”.
En estos casi dos meses que lleva en la ciudad pudo conocer algunos lugares, ante la pregunta de ¿qué te parece Buenos Aires? ella responde que le parece un lugar lindo: “Es un lugar lindo para quienes le gusta lo urbano pero no viviría en un lugar así, porque tengo otra expectativa de vida. En Buenos Aires está todo bajo llave y es todo muy cerrado, yo quiero ser libre”.
Esos escritos que Aydée tiene en su carpa son una de las tareas de las que más se ocupa, sobre todo porque cree que los tiempos de entendimiento de ciertas cosas tienen otro ritmo, otra cadencia: “Yo quisiera que este legado que yo le dejo a mis hijos, de cuidar la naturaleza, también se pueda trasmitir a más generaciones. Porque estas enseñanzas no son mías, fueron transmitidas ancestralmente y milenariamente. Así como la vida es circular, un día mi vida se termina pero estas experiencias continúan”.