A manera de premonición, palpitando el final de la función, alguien del público se atrevió a romper el silencio y gritó: “¡No te vayas!”. Entonces José González, antes de desenvainar su próximo tema, lo buscó con la mirada. Si bien no lo encontró, asentó la corazonada con esa sonrisa tímida siempre a punto de estallar de júbilo. Los 90 minutos de la vuelta a Buenos Aires del cantautor sueco (de padres argentinos) se fueron tan rápidos como esos chasquidos de dedos a los que recurre a veces, supliendo el lugar del percusionista.
Tras su performance en el debut porteño del festival Primavera Sound, en noviembre pasado, donde se debatió entre el desconcierto y el enojo por el volumen de los otros escenarios, lo que sucedió en la noche del martes en el Teatro Coliseo tuvo sabor a revancha. No sólo porque pudo actuar holgadamente, sirviendo de guía en esa penumbra que tornó en canción, sino también porque finalmente coronó su primer teatro en esta ciudad.
Sin embargo, por más que en esta ocasión haya saldado una deuda pendiente, nunca nada (en ninguna parte del mundo) logrará estar a la altura de su show en el Planetario Galileo Galilei. En 2012, previo a que el Free Music se convirtiera en Fri y se volcara hacia la música urbana, este juglar del siglo XXI se presentó bajo ese domo de 20 metros, mientras otras galaxias, sistemas planetarios y material interestelar acicalaban aún más su repertorio. De ese show, sobrevivieron hasta ahora unos pocos temas y sus apropiaciones de “Heartbeat” y “Teardrop”. La primera es de la autoría de sus compatriotas de The Knife, en tanto que la otra devino en uno de los éxitos de Massive Attack. También perduraron algunas estrellas, que esta vez latían sobre el fiordo que yacía a sus espaldas. En esa pantalla igualmente se podía ver proyectado al músico en tiempo real, intervenido en una especie de rotoscopia negra (técnica usada por el grupo A-ha en el video de “Take On Me”).
Sobreviviente de una generación de artistas cultora del indie folk, de la que destacan asimismo Fleet Foxes, Iron & Wine y Kings of Convenience, al cantautor nacido en 1978 sólo le bastaron cuatro álbumes de estudio para instalar su nombre. Al igual que una identidad sonora en la que, entre otros tantos atributos, consiguió establecer la imposible dialéctica entre Nick Drake y Pablo Milanés. Lo que puede constatar un tema como “Open Book”, incluido en su tercer disco: Vestiges & Claws (2015). Justamente ese trabajo, al igual que el más reciente, Local Valley (2021), fueron el sustento de su reencuentro con la audiencia argentina. Y eso lo planteó desde el principio de su set, que arrancó con el introspectivo “With The Ink Of A Ghost”, de Vestiges & Claws, secundado por la canción que inspiró el nombre de su cuarto álbum. Además de titularla en español, la cantó en el idioma de sus padres. Algo inédito en su obra.
De ese flamante estilo de ejecutar la guitarra, tomado de la tradición tuareg, el músico, cantante y compositor se remontó hasta el sonido seminal de su primer álbum (Veneer, de 2003) a través de “Down The Line”. Una de las escasas salvedades dentro de la dinámica que propuso. Si “The Void” evidenció su forma reflexiva de comprender la canción, en “Horizons” rasgueó las cuerdas del instrumento en búsqueda de nuevos paisajes sonoros. El artista cerró la terna de temas de Local Valley con “Head On”, en el que una vez más mostró su fascinación por la hipnosis que brama de la música berebere. Tras hacer el ya mentado “Open Book”, González volvió a su cuarto álbum con una versión más refinada de “Line of Fire”, grabada originalmente junto a su grupo Junip. Cuando desenfundó “Leaf Off / The Cave”, el artista de Gotemburgo introdujo el segundo single de Vestiges and Claws diciendo que estaba “inspirado en el Mito de la caverna de Platón”.
Luego de esa oda a la psicodelia cargada de loops, este hijo de mendocinos (tonada muy marcada en su español) erigió un puente entre el calipso trinitario y los ritmos del sur de Africa al momento de componer “Swing”. Dedicado, por cierto, a su hija. “Tenía muchas canciones serias, y decidí escribir una pensando en ella”, reveló en el preámbulo. Y es que si algo sabe hacer muy bien este arquitecto musical es aplicar en su estética esa máxima minimalista que versa que “menos es más”. No lo sólo lo demostró en ese tema, sino también en su cover de “Blackbird”. Aunque en la presentación pidió que lo cantara todo el que lo reconociera, en la práctica el público terminó emulando a los pájaros (o quizá lo sacaron de una app) que emergen en el cierre del clásico de The Beatles. Al percatarse, recogió el guante y manifestó: “Eso está bueno”. Una vez que dejó atrás “Visions”, apareció otra de las canciones en español de Local Valley: “El invento”.
“Cycling Trivialities”, de su segundo álbum, In Our Nature (2007), redimió ese matiz profundo, narcótico y cándido que lo transformó en una de las figuras de la música popular contemporánea parida en los 2000. Y de eso puede dar fe esa muchedumbre que abarrotó el teatro levantado en el barrio de Retiro. Al revisitar a Massive Attack, salió de escena, pero tan sólo por un minuto. Regresó con otra canción de Local Valley de impronta norafricana, “Tjomme”. Bien en la sintonía de Tinariwen, aunque ésta la cantó en sueco. A continuación, era el momento de otro cover. Frente a su duda sobre cuál debía hacer, le preguntó al público qué artista preferían entre Nick Drake, Al Green y Paul Simon. Por unanimidad, ganó Nick Drake. Sin embargo, explicó que se trataba de una pregunta retórica. Todo esto sucedía al mismo tiempo que afinaba una de las tres guitarras que tenía en la sobretarima en la que se encontraba sentado.
Al final, José González decidió invocar a Al Green, y nada menos que mediante uno de los himnos del soul: “Let's Stay Together”. Ahí el músico hizo alarde nuevamente de su capacidad de hacer simple lo complejo, al recorrer con su guitarra el trabajo de una orquesta. Ascendió una vez más a sus inicios con “Crosses”, canción fundacional en la que dejó en evidencia el peso del movimiento de la Nueva Trova cubana en su identikit artístico. Sobre todo en su manera de cantar, al aproximarse a la voz de Silvio Rodríguez. Se quedó un ratito más en el alba de los 2000 para rescatar el tema que lo dio a conocer en todo el mundo: su cover de “Heartbeat” (fue usado para la publicidad de un televisor de pantalla plana lanzado en 2006), compuesto por los hermanos Dreijer. Eso le dio el pie para desentrañar otro single de su pasado, “Killing for Love”, en el que se atavió de elasticidad y psicodelia para despedirse. Y es que no podía suceder de otra forma.