Los resultados de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) representaron un quiebre que reconoce como único antecedente la elección de 2003. Si en aquel entonces los dos primeros candidatos reunieron un 46 por ciento de los votos, en la reciente elección los dos principales bloques representaron menos del 60 por ciento. Hay un fuerte contraste con lo ocurrido en 2021, donde las dos principales formaciones reunieron más del 80 por ciento de los votos, y mucho más con la elección presidencial de 2019, donde entre ellas se repartieron casi el 90 por ciento del total de votantes.

El tercio fluctuante que supo dar victorias más o menos claras a uno u otro conglomerado partidario, ha escogido una tercera opción que, por cierto, no representa una salida centrista. Las explicaciones que pueden ensayarse son varias, y abarcan aspectos tanto de orden general como en el plano de las relaciones entre Nación y Provincias.

Es la economía (y los medios de comunicación)

Sin duda, el proceso inflacionario ha incidido en la derrota oficialista, pero cabe sugerir que la situación socio-económica es menos dramática de lo que se dice. Por un lado, las estadísticas arrojan niveles de empleo altos, y no se ven noticias en los medios acerca de filas ante un aviso de empleo. Po otro lado el 40,2 por ciento de pobreza es una cifra falaz, por razones que explicaremos en otra oportunidad. Esto no implica ignorar que el apoyo a la oposición surge también de sectores bajos que enfrentan dificultades.

El malestar se deriva más de un rechazo frontal al gobierno. Este rechazo fue motorizado por un desempeño mediocre (y plagado de peleas internas), y por un discurso opositor que no admitió otro tono que la descalificación y el insulto, con el apoyo de buena parte de los medios y de las redes sociales. A esto se le suma el malestar de gente de clase media alta que supone que cualquier ajuste recaerá sobre los malos de la película como los "planeros, empleados públicos, sindicalistas", y no sobre ellos. Este es el perfil de votante no solo de Javier Milei, sino también de Patricia Bullrich, en la elección primaria de Juntos por el Cambio.

Ese malestar – al igual que lo ocurrido en otros países – termina por prohijar actores de posiciones extremas. Los victimarios se convierten en víctimas de sus propias prácticas. Vimos en días pasados un patético mea culpa de algunos comunicadores por haber promovido a esos actores extremistas.

El interior

Dentro de este cuadro general, un dato agrega desconcierto al desconcierto. Son los resultados de las elecciones provinciales anticipadas, que difieren sustancialmente de lo ocurrido en las PASO. Hay casos rutilantes, sea del lado de Juntos por el Cambio como del peronismo. Provincias como Mendoza, Santa Fe y Jujuy, donde JxC (en rigor, el radicalismo) había hecho excelentes elecciones, han visto luego como la opción libertaria fue la más elegida. En Córdoba y Tucumán, donde el peronismo (en variantes autóctonas) había vencido la elección provincial, nuevamente el electorado se ha inclinado por La Libertad Avanza en las PASO.

Pero en Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Provincia de Buenos Aires, el peronismo y JxC han relegado a aquella fuerza a un tercer lugar. De hecho, si la elección se limitara a estos dos distritos, lo más esperable sería una segunda vuelta entre el peronismo y JxC. La mitad de los votos que ambos lograron en las PASO provienen de estos dos distritos, contra solamente 1/3 de los de LLA.

Parece delinearse una suerte de particular dualidad “Buenos Aires-Interior”. Ahora, Buenos Aires – CABA y Provincia de Buenos Aires – reúne población que se encuentra mucho más próxima al gobierno nacional. El resto de los distritos - el "interior" - ve al plano nacional como algo alejado y ajeno. Esta perspectiva se refuerza en particular en épocas de crisis. En el pasado, hemos visto cómo situaciones extremas se veían acompañadas por decisiones provinciales de cambiar la hora (llegó a haber tres horas diferentes, en un país que no es mucho más ancho que un huso horario), e incluso por posicionamientos separatistas. Este “interior” ha optado por el candidato libertario mucho más que “Buenos Aires”, que fue el ámbito donde surgió.

Hay un episodio que pone al rojo vivo este extrañamiento: la crisis de 2001. Hubo entonces una explosión incontenible en contra de la clase política en general, con la consigna “que se vayan todos”. Pero no se fueron todos: la crisis esquivó a las gobernaciones. Esta disrupción – la peor de la Argentina de la posguerra – no alteró demasiado el quehacer de la política provincial. Persistió, por ejemplo, la línea “cordobesista” iniciada cinco años antes y que se mantiene hasta hoy. La dinastía Rodríguez Sáa también permaneció, para quebrarse mucho tiempo después. El gobernador Insfrán de Formosa se mantuvo allí desde antes y hasta hoy. En 2002, emblemáticamente, sólo renunció el gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

Este extrañamiento ayuda a explicar lo ocurrido en las PASO. Electores poco interesados en el plano nacional encontraron en la postura libertaria una salida para su malestar, bajo la hipótesis de que las consecuencias no serían relevantes. Como sabemos, “Buenos Aires queda lejos”; sobre todo, queda lejos ese demonizado Conurbano Bonaerense, cobijo de todos los males (según varios columnistas de “La Nación”). En alguna medida – por acción u omisión – esto fue además propiciado por gobernaciones provinciales, interesadas en mantener distancia con “Buenos Aires”, a fin de parapetarse ante una crisis de envergadura.

El tejido de la Nación se resiente, y en consecuencia la posibilidad de construir un proyecto en común. Provincias alambradas, limitadas a (sobre)vivir con sus recursos y con los que logran arrancar a la Nación no son la base para una etapa superadora; nos condenan más bien al inmovilismo. Esta suerte de “federalismo político” resulta perverso para los destinos del país.

Las perspectivas no son halagüeñas: la emergencia del “nuevo tercio” augura debilidad para el próximo gobierno nacional, además de inestabilidad política. Esto no es lo que necesita la Argentina, sobre todo cuando tiene ante sí una permanente renegociación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, donde los logros del país dependerán crucialmente de la capacidad de aglutinar voluntades en el plano interno.

Esto, claro, no será un problema para quienes hacen de la sumisión al FMI un eje de la política económica y social para la Argentina. Demanda una voluntad política con objetivos claros y capacidad movilizadora. Los gobiernos provinciales no deben ni pueden ser prescindentes; ignorar la agenda que le compete al gobierno nacional no hará más que abrir la puerta a nuevas crisis, que a la larga recaerá sobre aquellos.

UBA-FCE-CESPA. Se agradecen comentarios de Teresita Gómez, Julio Ruiz y Jesús Monzón