Nadie sacude el corazón de los lectores argentinos como Mircea Cartarescu. Línea tras línea, página tras página, libro tras libro, el escritor rumano explora el alma humana como si fuera un niño temblando en el umbral de la vida. Cada palabra llega hasta la médula. Cada frase revela sus entrañas, sus miedos y fragilidades. El autor de la trilogía Cegador y Solenoide, entre otras novelas traducidas por esa especie de hada madrina llamada Marian Ochoa de Eribe para la editorial española Impedimenta, logra que la mayoría de los personajes que pueblan su narrativa sean como “parábolas vivas”. Hasta las cejas despeinadas parecen sonreír asombradas, como si la alegría por estar en el país de sus maestros literarios -Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Ernesto Sabato- se manifestara con un relieve desordenado. Este extraordinario poeta, narrador y ensayista, que podría ganar el premio Nobel de Literatura la próxima semana, dará una clase magistral sobre cómo escribe, con entrada libre y gratuita, el viernes a las 18 en el auditorio del Malba, en el marco del 15° Festival Internacional de Literatura Filba, que se extenderá hasta el próximo domingo.

“Borges es como la Biblia para mí, lo leo todos los días, lo leo y lo vuelvo a leer, y siempre me parece nuevo y descubro algo que no había descubierto antes. Creo que es un autor fundamental; es imposible entender la literatura moderna sin Borges, aprendí muchísimo de él porque construye de otra manera las parábolas de (Franz) Kafka, pero con la misma fuerza. Hace unos días releí uno de sus cuentos donde definía tres tipos de poesía con tres símbolos: la máscara, el espejo y el puñal”, cuenta Cartarescu a Página/12 mientras su esposa, la escritora rumana Ioana Nicolaie, saca fotos y las comparte en sus redes sociales.

El rumano suena como un italiano melancólico y menos estridente, como si tuviera incrustrada una tristeza estelar en la lengua. Cartarescu (Bucarest, 1956), uno de los escritores más importantes de la literatura rumana desde hace varias décadas, ha recibido importantes reconocimientos internacionales como el Premio Austríaco de Literatura Europea (2015), el Premio Thomas Mann de Literatura (2018), el Premio Formentor (2018) y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2022), entre otros. “La literatura es fantástica, incluso la más realista. Balzac era un autor de literatura fantástica como Adolfo Bioy Casares. La división entre escritores realistas y fantásticos es una cuestión didáctica”, plantea el autor del volumen de cuentos Nostalgia, Las Bellas Extranjeras y El ojo castaño de nuestro amor.

En el tercer tomo de la novela Cegador, “su libro más latinoamericano y el más político”, ajustó cuentas con la dictadura de Ceauşescu. Cartarescu, que participó del Filba online en 2020, definió a este volumen como “una devastadora sátira swiftiana”, su venganza contra los que le robaron la juventud. El poeta y narrador que ha traducido al rumano la obra casi completa de Bob Dylan (dos años antes de que recibiera el premio Nobel de Literatura) no quiere quedar atrapado, como otros escritores rumanos y de Europa Oriental, en esa especie de trampa sin escapatoria: “si sos rumano, tenés que escribir tan solo sobre la Securitate y sobre Ceauşescu”. Nunca escribió ni escribirá sobre lo que otros quieren que escriba. El más universal de los escritores rumanos sabe que ser poeta en Rumania, y en otras partes, significa "ser capaz de ver la belleza allí donde nadie la ve”.

La literatura como vocación de salvación

-¿Por qué en su obra aparece una constante en la que el sueño, la ficción y la literatura constituyen la verdadera realidad?

-Probablemente ese sea mi tema central, pero no el único; es el más obvio y me frustra el hecho de que otras expresiones no se observan tanto. A veces puedo tener un humor irónico, pero normalmente los críticos no lo perciben. De alguna manera es fácil de entender por qué nos pega en primer plano el aspecto visionario, la metafísica, el aspecto onírico. Mis libros tienen un lado grave porque hablan de la condición humana en todos sus aspectos y especialmente en los más profundos. Lo he dicho muchas veces, la realidad y el sueño no están separados; son como los dos lados de la banda de Moebius: no se sabe dónde empieza uno y termina el otro. De la vida pasamos a los sueños y viceversa. Eso es normal para mi manera de escribir. Como cualquier autor de literatura fantástica empiezo por el lado realista y luego paso lentamente hacia el lado fantástico. Aprendí muchas cosas de la literatura fantástica argentina, mis maestros siempre fueron Borges, Cortázar y Sabato, entre muchos otros.

- “Yo seguiré escribiendo cada vez más rápido para que no me alcancen el desastre y la desgracia”, subrayó en uno de los textos de “El ojo castaño de nuestro amor”. ¿En qué sentido la escritura lo salvó del desastre?

-La literatura tiene una vocación de salvación. (Fiodor) Dostoievski decía que la belleza va a salvar el mundo. Y al final, ¿para qué vivimos? Vivimos para percibir la belleza del mundo, esa belleza que los ojos de un niño miran inmediatamente. La vida cotidiana puede ser dura, complicada, llena de peligros, pero los artistas hacen que la vida sea más hermosa.

-Las ruinas como tema están presentes con mucha intensidad en sus libros a tal punto que se define como un “arquitecto de ruinas”. ¿Cómo explica lo que significan las ruinas en su literatura?

-La cultura europea está obsesionada por las ruinas.  Nuestra historia es una colección de ruinas. Las ruinas expresan la melancolía del destino humano. Nunca me gustó la arquitectura de acero y vidrio de las grandes ciudades. Mis recuerdos de infancia en Bucarest cuentan una historia completamente distinta. Viví entre edificios no terminados, algunos en un estado avanzado de decrepitud. Siempre sentí que esos edificios expresaban mejor la suerte de la humanidad, el paso inexorable del tiempo y el ocaso del mundo tal como lo conocemos. Las ruinas, especialmente en Solenoide, tienen un papel muy importante. Una vez estuve en un festival en México y me preguntaron cómo me imaginaba el paraíso. Me sorprendió la pregunta porque no tenía ninguna idea en la cabeza. Y de repente la respuesta llegó sin pensarlo. Respondí con la mayor sinceridad que me imagino el paraíso como un planeta de ciudades arruinadas. Yo soy un niño, tengo siete u ocho años, y estoy explorando todos esos edificios en ruinas, caminando por las habitaciones donde en algún momento habrán vivido personas y encuentro objetos vacíos, llenos de humedad; muñecas e instrumentos de cocina que me dan mucha alegría. Entro en cualquier casa porque ninguna está cerrada. Yo viviría una eternidad explorando ese planeta en ruinas.

-Al comienzo de “El Ruletista”, el narrador dice que no va a escribir nunca más nada. ¿Por qué irrumpe, como si fuera un fantasma, la renuncia a la escritura?

-Creo que no hay escritor en este mundo que no haya querido alguna vez renunciar completamente a la escritura. Dejar de escribir es como un pensamiento suicida porque cuando dejás de escribir no existís como escritor. Escribir no solo es una gran alegría, sino también una carga tremenda, como la vida para algunas personas que piensan en el suicidio. Hay casos de escritores que a partir de un cierto momento no pudieron escribir más. Y nunca más escribieron, como Salinger y muchos otros. De esta manera para todo autor dejar de escribir se convierte en una obsesión. Te da miedo la idea de que algún día no puedas escribir más. La vocación de la escritura es muy difícil de soportar.

-¿Cómo se lleva con ese miedo a no poder escribir más?

-Muchas veces escribo por miedo, por el temor a fallarles a las personas que aman mi escritura; por eso tengo un sentimiento ambiguo; la escritura es mi mayor alegría, pero también es una fuente de inquietud y de pensamientos negativos. Al final un autor es como cualquier otro ser humano: una pobre persona llena de amor por la vida.

Una manera de mirar el mundo

-“La poesía es el gato muerto del mundo consumista, hedonista y mediático en el que vivimos”, planteó en un ensayo. ¿Lo desanima el hecho de que la poesía esté tan relegada? ¿En algún momento entró en crisis y pensó abandonarla?

-No creo que haya habido algún momento en que la poesía haya sido celebrada por todo el mundo. La poesía agonizó en cada época. La agonía es el estado natural de la poesía. No es normal que pongan la poesía sobre un pedestal; tiene que quedar en un estado de anonimidad, como el aire que respiramos pero no vemos. No podemos vivir sin respirar. No podemos vivir sin esta poesía que a la vez es ignorada y despreciada por todo el mundo. La poesía siempre estuvo afuera de todos los circuitos de poder. La poesía no se puede corromper; no puedo imaginar a un poeta escribiendo para conseguir premios, para ganar plata, para tener poder por encima de otras personas. Por eso un poeta es como un pájaro que vuela libre e inocente.

-En sus novelas se respira poesía. ¿Cómo se produjo el pasaje de la poesía a la narrativa?

-No fue un pasaje. Siempre he seguido escribiendo poesía de otra manera. Yo le debo mis novelas al poeta que era. Aprendí mucho de mi actividad de poeta en mi juventud y espero seguir siendo poeta. La poesía es una manera de mirar el mundo. Hay personas que nunca en su vida escribieron poesía y sin embargo son poetas porque saben ver lo bello del mundo, incluso en lugares donde nadie lo observa.

-Su mamá no escribió poesía, pero era una poeta, ¿no?

-Aprendí mucho de ella, especialmente el lado onírico porque siempre tuvo muchos sueños. Mi madre fue una gran soñadora que me contaba todas las mañanas lo que había soñado. Y me transmitió este poder de soñar con muchos colores y de una manera fantástica.

-¿Por qué en su escritura hay más influencias de Kafka, Sabato, Eliot o Proust que de la tradición rumana?

-Creo que no se trata de influencias en sí, sino de la participación en una familia de espíritus. Soy como un primo tercero de Kafka o Proust. Obviamente que leí prácticamente todas sus obras y mi mente se impregnó de su manera de escribir y del espíritu de su literatura. Yo no hago mucha diferencia entre las zonas de las cuales vienen los escritores ni las épocas. No encuentro mucha diferencia entre mis influencias rumanas y extranjeras. Hay algunos grandes escritores rumanos que obviamente influyeron en mi obra, como el más importante escritor que tenemos, Mihai Eminescu. En nuestra cultura yo soy un heredero de Eminescu, así como ustedes tienen herederos de Borges. Y muchos otros poetas y prosistas de nuestra cultura forman parte de mi ADN. Pero la influencia de Cortázar y de Eminescu son iguales; no es una más poderosa que la otra porque Eminescu es rumano como yo. O porque Cortázar es un escritor fantástico como yo. A los dos los amo por su valor literario.

-¿De qué modo marcó su vida la muerte de su hermano gemelo Victor?

-Este hermano que está presente en toda mi escritura como fantasma es importante para mí, desde los primeros versos que jamás escribí hasta la última novela que publiqué. Es como mi otro yo en el espejo. También hay un lado biográfico, obviamente; es lo que en la poesía romántica se llama un doppelgänger: un doble, un alter ego del otro lado del espejo en lo onírico, en lo fantástico, en el lado extraño y raro de mi obra. Victor, entonces, es el hombre oscuro de mi escritura.

-El próximo jueves 5 de octubre se anuncia el ganador o ganadora del Premio Nobel de Literatura. En las casas de apuestas, Cartarescu está en sexto lugar. ¿Se imagina ganando el premio Nobel?

 

-No sé si el comité del Nobel sabe que yo existo en este mundo. No tengo idea, la verdad, entonces no tengo por qué pensar en este premio. En lo único que pienso todos los días es en mi escritura.