Dejó “un tendal de amor”, enseñó a comprender “la política como esa combinación de rosca de palacio” y la urdimbre que se teje con la “gente de a pie”. Hizo del periodismo una rigurosa pasión, a la que llegó cuando ya pasaba los cuarenta. Y utilizó su experiencia como abogado laboralista para imponer a la defensa de derechos como una proa para el análisis de las complejidades políticas. Esas imágenes, hilvanadas entre recuerdos que hablaban del humor o de la claridad en las definiciones, o de la erudita ironía que ostentaba, sin soberbia, definieron en la noche del jueves, desde el relato de sus compañeros periodistas y de sus lectores, al que será de ahora en más, el sabio y entrañable perfil de Mario Wainfeld: el periodista, el amigo, el compañero de redacción, el maestro.
La emoción se percibía en cada mirada, en cada rostro adusto, en el silencio de quienes esperaban en la sala del Centro Cultural Caras y Caretas, el inicio del homenaje que le dedicó Página/12 a “el hombre que supo”. Eran los socios de Página/12, los ávidos lectores de sus notas en este diario, y también fieles oyentes de los programas en los que Mario “el entrañable”, como lo definió un lector, hacía de la lógica y de la razón armas cargadas de consciencia.
Los aplausos anticiparon el inicio de la conmemoración, cuando desde el escenario, Nora Veiras, la directora periodística del diario, dijo, solo por el rigor de quien debe enunciar el acontecimiento: “Estamos emocionados, conmovidos, hoy hace una semana que Mario no está acá. Pero está tan presente como siempre”, acertó, antes de agradecer a la familia de Mario -representada por su pareja Cecilia Delpech, por sus hijos, su hermana- por acompañar el homenaje. Luego presentó a sus compañeros de mesa: los periodistas Martín Granovsky, Irina Hauser y Melisa Molina.
Así, en el encuentro que comenzó con la certeza de esa orfandad que pesa en el pensar “sin Mario”, y concluyó con las canciones que Beto Solas solía cantar con él en vivo y en la radio, su recuerdo atravesó los años compartidos en la redacción de Página/12 y las anécdotas. Y hubo dos palabras que se repitieron entre las risas, la congoja y los aplausos: respeto y derechos. Quizá las que orillan e iluminan, a partir de ahora, el recuerdo de su risa franca o de su distancia ante lo que no convalidaba, tanto en la política como en el periodismo.
“Cuatro generaciones estamos recordándolo, para hablar de lo que significó y significa en el ejercicio periodístico”, explicó Verias sobre el encuentro pensado como el necesario momento de compartir con los lectores “lo que significó como ser humano y en nuestro aprendizaje profesional”. Veiras marcó la versatilidad que Mario expuso al trascender “en medios como la radio y la tele donde fue aprendiendo a expresar la profundidad de su análisis en soportes aparentemente triviales, donde supo encontrar el registro para argumentar lo que pensaba con solidez”.
Una entrevista de Víctor Hugo Morales al escritor de Néstor Kirchner: el hombre que supo sirvió para volver a escucharlo, a verlo en esa forma tan sencilla de sentarse, y de sentar posición, claramente, ante temas complejos. “Tengo pensada la nota antes de sentarme escribir, toda, de punta a punta”, describía allí, gesticulando con esa cadencia campechana que lo acercaba a la gente de a pie. “Y cuando hay temas complejos o temas de derecho pienso cómo se lo explico a alguien que no sabe derecho”, aportaba Mario a su receta periodística, en la que Víctor Hugo destacó “la musicalidad de las palabras”.
La escucha fue una actitud que Mario cultivó y extendió, en círculos concéntricos, con la gente de a pie y con las jóvenes generaciones, con las que se “sentía joven”, recordó Martín Granovsky, y que estaban representadas allí por Melisa Molina. En ella, la admiración combinó con la frescura de la juventud, y la congoja por la pérdida.
Los inicios de Irina Hauser en la sección política y su trayectoria en "Gente de a pie", o los momentos de tensión que compartieron durante “el estallido” del 2001, fueron la excusa para hablar de su perfil didáctico, de su agudeza para reconocer la experiencia y la capacidad de sus colaboradores. También sirvió para rescatar sus cosas simples, como "los piecitos de Mario sobre el escritorio, con los correspondientes mocasines", dijo Hauser, quien como casi todos, se reunía con él en el bar Lucio, un lugar común y especial al mismo tiempo, tal como ese estilo que los lectores reconocían en sus notas.
En el intercambio, varios lectores contaron cómo se mantenían en contacto y compartían reflexiones, o los consultaba sobre el impacto de alguna medida en sectores específicos: trabajadores sociales, psicoanalistas. Esto fortalecía el vínculo. Carlos, lector de Página/12, subrayó que el homenaje nacía de “su calidad de gente” para compartir luego que “lo consideraba un amigo, cerraba la noche del sábado, o abría la madrugada del domingo leyendo su columna”. Matías, otro lector, recordó como “en sus notas él hacía gala de los derechos ganados y por ganar, porque como él explicaba, la sociedad evoluciona en base a la conquista de derechos”.
“Supo ir haciéndose querer a partir del respeto por su trabajo, por el trabajo de los otros, y por los lectores --definió Veiras--, eso lo fuimos aprendiendo todos, pero Martín Granosvky fue el primero” explicó, porque fue con él con quien habló cuando comenzó a trabajar en el diario. Y Martín contó, todavía asombrado, cómo fue que llegó un día, ya siendo columnista del diario y le dijo: “Quiero ser periodista”. Hablaba de asumir el trajín diario del trabajo en una redacción “y vivir de esto”.
Las anécdotas entonces se colmaron de humor y de sagacidad, de osadía periodística y de tino para tomar la temperatura ambiente que le permitía, cuando ya era jefe de la sección política, mantener la calma “y funcionar como un relojito, como cuando mataron a Kosteki y Santillan –recordó Granovsky, el compañero, el amigo—, y nos decían de todos lados que era una interna piquetera. La Nación publicó eso al día siguiente. Pero nosotros supimos lo que había pasado, cuando Laura Vales llega y dice: 'Fue una cacería', lo supimos. Y esa fue la tapa del diario”.
Para finalizar, Granovsky eligió una recomendación: "Lean sus libros", dijo, antes de que comenzara el intercambio con los lectores, los que lo consideraban "un amigo", los que recibían sus mensajes.
La noche cerró con una versión de Luna Tucumana cantada por todos, y con un aplauso del que surgió el “¡Argentina, Argentina!” que le hubiera gustado, mientras afuera una luna llena, redonda, redonda iluminaba la ciudad.