El Premio Gabo, uno de los más prestigiosos que tenga el periodismo latinoamericano, creado como fundación por el mismo Gabriel García Márquez, le fue otorgado al periodista e investigador rosarino Ricardo Robins en categoría Texto, con la crónica “El polizón y el capitán”. El autor desarrolla dos historias paralelas que fueron publicadas por entregas en la web de Rosario3. Ahora, en formato libro, bajo el mismo nombre que tituló la crónica, aprovecha para darle rienda suelta a un enorme trabajo de investigación y entrevistas.
Entre héroes, villanos y víctimas, la obra roza pequeñas aristas visibles de ficción, narradas en un estilo preciso y de fácil lectura; el tipo de libro que se lee de un tirón. La primera historia comienza con Bernard Joseph y John, dos jóvenes que parten de Tanzania en un largo recorrido hasta Ciudad del Cabo, en donde corren peligro de muerte por vivir en la calle, en especial Bernard quien toma la decisión de irse de África. En el puerto, revisa con la vista junto a John, las banderas alzadas en los mástiles de los barcos que indiquen que están por salir y logran introducirse en uno. Se meten en un pequeño cuarto de la sala de máquinas que distribuye, a modo de chimenea, el aire acondicionado. La posición será en cuclillas. El barco enciende sus máquinas y parten hacia el destino que les toque.
La crónica se va leyendo con la conciencia de la máquina de escribir de Robins, como si sus teclas nunca pudieran entibiarse en espera de una buena noticia o que a estos héroes pueda pasarles algo bueno. En esta primera parte del libro, se mantiene la tensión: “El polizón no duerme, tiene que aguantar el frío, siempre frío, no concilia el sueño, se acalambra, no siente los pies, el habitáculo es pequeño, cae derrotado”. El tono de máquina de escribir sigue, no hay otra forma de contar esto para entenderlo; tampoco hay moralina, la descripción alcanza para comprender. Robins lo va llevando a modo de una crónica de terror cuyos fantasmas parecen arrollar tanto a ese barco como al de la historia paralela, en donde el capitán Florin Filip, del buque tanque RM Power, saldrá desde el Congo. Antes de zarpar, ordenará a la tripulación revisar exhaustivamente todas las cubiertas y encuentran dos polizones que serán bajados en el mismo puerto de Matadi.
Mas tarde encontrarán a cinco más y en esta parte del libro, este dato es determinante para comprender qué pasará. El buque deberá volver algunas millas atrás hasta el práctico de Banana, en la República Democrática del Congo para dejar a esos polizones. Pero en altamar vuelven a encontrar a otros cuatro y la crónica llega a su punto de tensión. El capitán ordena a la tripulación tirarlos al agua para evitar reprimendas desde la empresa contratista y menos razones todavía de pegar otro volantazo de timón para devolver a esos muchachos. Su destino era Argentina para cargar maíz en el puerto privado de la cerealera Dreyfus, en General Lagos.
Se entretejen situaciones dudosas al estilo de una novela policial y se va develando el enigma como una denuncia de la trama de los puertos y las administraciones cuando el capitán comunica a la empresa de lo ocurrido. La empresa informa a la Justicia de la República de las Islas Marshall, país de la bandera del buque y las acusaciones enturbian el panorama cuando arriba al puerto de Dreyfus. El fiscal Mario Gambacorta toma las declaraciones de los tripulantes. Los detalles van a parar al juzgado del juez Vera Barros. Los crímenes cometidos en alta mar deben ser investigados en el país del primer puerto de arribo. Llega un apoderado de la República las Islas Marshall y para continuar la saga de desastres el contramaestre del buque cae al río Paraná, desaparece el cuerpo y Prefectura Naval tomará más declaraciones.
El capitán Florin Filip deja escrito en su diario asuntos abiertos para la discusión: problemas con la tripulación, las quejas y la pérdida de autoridad. En los tribunales argentinos prefiere callar y queda preso en la cárcel de Ezeiza. La historia toma ribetes impensados: se descubre que el capitán está gravemente enfermo. El vacío jurídico queda expuesto. La falta de competencia de los jueces para actuar remite todo hacia las islas Marshall.
El mar, la suerte echada al destino, las tragedias y la desesperación del hambre tienen similitudes entre “Relatos de un náufrago”, de Gabriel García Márquez y “El capitán y el polizón”. Ricardo Robins, al igual que García Márquez fue publicando en envíos a un diario lo que luego sería libro. Y las desdichas de los polizones que huyen de sus países de origen, también arrojan similitudes entre la historia del capitán Filip con la de Bernard y John y con aquel desesperado náufrago que en una balsa pasará más de un mes de hambruna.
Volviendo a la primera historia, John no aguanta más el dolor y el frío, empieza a quejarse. Luego de muchos días de padecer adentro de la chimenea, salen a la cubierta llenos de hollín. El capitán del barco les da de comer, ropa y un camarote. Pero los achaques traumáticos de John son difíciles de calmar junto a la angustia de no saber qué va a pasar con sus vidas frente al capitán y sus marineros.
Relata Robins: “Acá se bajan. Esto es Argentina”. Les dice a Bernard y a John el capitán griego del MT Florida. Es en el puerto de General Lagos, el mismo testigo del capitán Filip y será la última parada del RM Power antes de volver a Irak para cargar petróleo. El capitán del MT Florida, les otorga a Bernard y John, algunas instrucciones sobre escaparse de noche, sin ser vistos por los guardias para que no lo culpen a él de meterlos al país de forma ilegal.
Bernard, junto a John, sostuvieron puestos de ventas de relojes entre las peatonales y la calle San Luis de Rosario. Robins mantuvo entrevistas semanales con Bernardo en su puesto de trabajo. Es interesante analizar cómo las crisis nacionales que nuestros gobiernos conducen, logran que crezcan a puntos interesantes en sus emprendimientos y caigan al grado cero en las ventas de sus productos. En el 2009, John se fue a Brasil.
Bernardo junto a su compañera Florencia, administran y asisten a los refugiados desde la Asociación Civil de Tanzania en Rosario, el mismo lugar en el que viven con sus hijos. Conviven también con los que llegan pasados de hambre, con traumas de guerras desde sus países de origen. Bernardo y Florencia no lograban conseguir asistencia económica de dos refugiados desde ningún organismo público. Bernardo trabaja en la peatonal y con la voluntad de ayudar no alcanza. Al fin desde la Secretaría de la Niñez y Adolescencia, se les hace un lugar en una pensión. Bernardo puede contar muchas historias más, tan parecidas que propone un futuro mejor para los africanos que llegan a la Argentina. “Que puedan ir a la Facultad y tengan un oficio y no estar como nosotros. Sería bueno que la gente sepa por qué pasa esto, no es porque nos gusta estar vendiendo en la calle”, escribe Robins pensando en Bernardo.
Robins presenta el libro con Bernardo Joseph el jueves 5 de octubre en el bar del CC Atlas.