Un huracán argentino pasó el fin de semana por Gramado: un huracán de cine. Es que las dos representantes nacionales en la 45° edición del popular festival que se lleva a cabo en esa ciudad del sur del Brasil, que concluyó en la madrugada de ayer, se alzaron con cinco de los premios más importantes que repartió la competencia de Películas Extranjeras. Mientras Pinamar, de Federico Godfrid, fue distinguida con tres Kikitos, la famosa estatuilla que es el símbolo del festival, Sinfonía para Ana, debut en la ficción de los documentalistas Virna Molina y Ernesto Ardito, cosechó otros dos. La primera triunfó en las categorías de Mejor Director y Mejor Actor (ex aequo para Juan Grandinetti y Agustín Pardella), además de obtener el premio de Mejor Película otorgado por el jurado de la crítica, y la segunda en las de Mejor Fotografía y Mejor Película. Ambas se encuentran en los extremos opuestos de sus recorridos, ya que Pinamar realizará su última proyección el 2 de septiembre en el Malba, y Sinfonía para Ana prepara su estreno para el 19 de octubre.
Buena parte de lo más interesante que ocurrió este año en Gramado tuvo lugar en su Competencia de Películas brasileñas. Tras pasar por la Berlinale, el film Como nossos pais (Como nuestros padres), de la cineasta Laís Bodanzky, resultó el gran ganador de la 45° edición, llevándose seis estatuillas. Este drama familiar que coquetea con el melodrama pero también matiza su relato con pincelazos de humor, cuenta la historia de Clarice, quien a sus 38 años se entera durante un almuerzo familiar que no es hija de su padre. De modo frío y desapegado, su madre le revela que en realidad es fruto de la aventura de una noche durante un viaje a Cuba en los 70. La transformación de Clarice es el alma de la historia: demolida por la noticia que cambia su vida, madre de dos hijas y con su matrimonio y carrera profesional en crisis, ella se convertirá en su propia arquitecta para reconstruirse como una mujer nueva. Con buenas actuaciones y gran trabajo de diseño y creación de personajes, Como nossos pais involucra al público en dicho proceso de cambio sin necesidad de juzgar a sus criaturas. cuenta durante el tercio final de la película, dejando la sensación de que la historia de más vueltas de las necesarias para llegar a su destino.
Igualmente incluida en la programación del festival berlinés, As duas Irenes también se mueve dentro del drama familiar y se sostiene con uno de sus pies afirmado con delicadeza en el terreno de la comedia. Dirigida por Fabio Meira y ambientada en los 60 en un pueblo de provincia, aborda el conflicto de una adolescente que descubre que su padre tiene otra familia en una ciudad vecina, incluyendo una hija de su misma edad y nombre. Meira retrata con precisión el arco dramático que recorre la protagonista, yendo del odio filial y la envidia por esa otra Irene que en principio parece opuesta, a la desesperada necesidad de ser objeto del cariño de ese hombre y a construir una amistad simbiótica y secreta con su media hermana, las mitades de una entidad dual. La película es un retrato de la vida adolescente, de la ambigüedad sinuosa del despertar sexual, de las disputas con la madre en el terreno femenino y de la relación con el padre. Y se mueve con astucia en el juego de las duplicidades, poniendo en espejo la doble vida paterna con el vínculo de identificación entre las dos Irenes, suerte de mellizas gestadas en vientres distintos.
Aunque no consiguió el reconocimiento de los jurados, la coproducción argentino brasileña Pela Janela, de Caroline Leone, logra la proeza de construir sin efectismo un relato profundo de transformación, demostrando que no se necesitan grandes inversiones para hacer buen cine. Road movie emocional centrada en la historia de una mujer de 50 y pocos que pierde su trabajo tras 30 años de servicio, el film atraviesa y une las geografías e idiosincrasias culturales de los dos países más grandes de América Latina. Leone va registrando el cambio interior que ella realiza en el trayecto que va de San Pablo a Buenos Aires de forma apenas perceptible, del mismo modo en que el paisaje de un país se funde con el otro. De sensibilidad minimalista, Pela Janela merecía el reconocimiento formal de Gramado.
Aunque no se encuentra entre lo más memorable de esta edición, O matador de Marcelo Galvão corporiza los cambios que las plataformas on demand provocan en la industria del cine. Se trata de la primera incursión cinematográfica que Netflix realiza en América latina. Western que no aborda al género desde su vertiente clásica, sino dando un rodeo por el camino largo de la versión europea, el spaghetti, O matador busca retomar sus recursos. Lo hace cómodamente, a través del atajo de Tarantino. Como en la obra de este, Galvão se propone hacer un uso lúdico de la violencia. Pero no siempre tiene éxito en ese objetivo, quedando a veces un poco más cerca de la caricatura que de la farsa o el homenaje.