“Mi hijo tiene 11 años pero quiero que vea esta película”. Eso le dijo Noemí Finiello al boletero del cine Atlantic de Olivos. El chico de 11 años era Javier Daulte y la película estaba prohibida para menores de 14, pero su madre logró comprar esa entrada para que él pudiese verla a pesar de las restricciones. El pibe pasó de la vergüenza al orgullo porque esa madre era una especie de superheroína capaz de conseguir todo lo que se proponía. Cuando volvieron a su casa ella pidió que le contara la película mientras cocinaba. Ese ejercicio se hizo habitual y de a poco fue convirtiéndolo en narrador. Por eso en la primera página de su novela, El circuito escalera, se lee: “A mi mamá, que sin darse cuenta me enseñó a contar historias”.
Esa actividad siguió acompañándolo de diversas formas a lo largo de su vida. En estos años de trayectoria se convirtió en uno de los dramaturgos más prolíficos de la escena. Hoy tiene tres obras en cartel y en diferentes circuitos: El sonido y Carnicera, escritas y dirigidas por él, además de Me gusta, en la que se desempeña como director. Daulte vuelve al recuerdo sobre su madre y dice: “Era muy exigente. Me obligaba a pensar todo de nuevo porque es dificilísimo contar una película o una obra. ¿Cómo contás Hamlet?”. Esa práctica puede asociarse a una idea que el dramaturgo denomina la dialéctica del Niño y el Matemático. “Creo que hay que escribir como un niño y leerse como un matemático. El impulso inicial de la creatividad nace de algo muy genuino y lúdico, uno debe ser fiel a eso porque el arte implica juego y el ser humano lo hace toda la vida. Pero después hay que ser riguroso a la hora de leerse para descubrir en esa escritura lúdica y caótica algunas claves que seguramente encierran una verdad más profunda de la que podría elaborar de manera consciente”.
Hay una frase de Heiner Müller que Daulte suele citar a la hora de pensar los procesos de escritura: “El texto es más inteligente que su autor”. Una lección de humildad para los autores y una reivindicación de la potencia creadora del inconsciente. “En esa dialéctica el rigor del matemático debe estar puesto el detectar esas novedades inconscientes que el niño sin querer dejó escapar cuando estaba jugando”.
-Mencionaste la "verdad" y es una idea que aparece con fuerza en El sonido y en Carnicera. Solés citar a Badiou cuando dice que “la verdad no es para todos o para algunos sino para cualquiera”. ¿Cómo pensás ese concepto?
-El hecho de dedicarse a la ficción pone la cuestión de la verdad en el centro del escenario siempre porque de alguna manera estamos creando una verdad, lo cual parece un oxímoron. Se supone que nadie crea una verdad, pero la ficción introduce en la cultura la creación de verdades: según Badiou las crean los artistas, los políticos, los científicos y los amantes. Son cuatro territorios donde se produce la aparición de acontecimientos que serían el advenimiento de una nueva verdad. No pretendo crear una verdad a ese nivel, pero como temática me interesó siempre. Uno puede rodearla pero nunca atraparla. A eso se suma que hoy vivimos en la era de la posverdad y la pandemia exacerbó el fenómeno de las teorías conspirativas.
Ese fenómeno fue un punto de partida importante para la escritura de Carnicera, gestada en pandemia y estrenada en España. Ahora se presenta en el Teatro Regio con dirección de Daulte junto a Mariano Stolkiner y un elenco conformado por Agustín Daulte, Karina K, Marcos Montes y Florencia Raggi. Además, acaba de estrenar en Espacio Callejón El sonido, pieza de su autoría en la que dirige al mismo elenco que protagonizó Luz testigo: Ramiro Delgado, Luciana Grasso, Silvina Katz, Paula Manzone, Agustín Meneses, Marcelo Pozzi, William Prociuk y María Villar. Según el autor, aborda “la capacidad o incapacidad de ser susceptibles a la comunicación”.
-Para el Festival de la Palabra escribiste un artículo sobre la palabra, el ruido y la música. El sonido aborda algo de esa reflexión ya desde su forma.
-Sí, cuando uno escribe parlamentos hay tres funciones posibles: la palabra en su sintaxis para transmitir un contenido, la palabra como ruido más allá de su sintaxis y la musicalidad que puede verse claramente en grandes autores como Shakespeare, Calderón o Lorca. En la obra el sonido está tratado desde varios puntos de vista: lo objetivo, las palabras que se dijeron, lo que quiero oír, lo que oigo, lo que entiendo.
La coincidencia de los estrenos es curiosa porque El sonido y Carnicera dialogan mucho a pesar de haber sido escritas en momentos diferentes. “La verdad es un tema apasionante –dice el autor–. En Carnicera existen roles que deben ser ocupados, da igual por quién. Hay una verdad absoluta pero importa muy poco porque la verdad relativa es la que hace que el mecanismo funcione. Y en El sonido un personaje dice que no sabría qué hacer con la verdad porque, al fin de cuentas, no sirve para nada”. En una conferencia que dio en el Teatro San Martín, Daulte habla de sus maestros: en la lista aparecen Shakespeare, Hitchcock y Spielberg (tiene fascinación por Tiburón). Él describe esas influencias como “revelaciones epifánicas” y dice que le apasiona ver cómo apelan a distintos recursos para contar una historia. “Soy el producto de todos esos acontecimientos en mi vida”, confiesa.
-En ese texto hablabas también de los malos maestros y hoy ejercés la docencia. ¿Qué aprendiste de esas experiencias?
-Pertenezco a una generación que fue formada bajo la idea de que en nombre del arte se justificaban todos los medios, entonces el maltrato era moneda corriente. Sufrimos mucho porque durante el proceso de formación uno está en carne viva y deposita su confianza en los maestros, esos golpes duelen muchísimo y a veces no contamos con mecanismos de defensa. Yo sufrí y también vi sufrir a mucha gente. Esto no tiene que ver con la exigencia o la rigurosidad; nada justifica el maltrato.
El sonido se presenta en Callejón, uno de los espacios más relevantes del circuito independiente; Carnicera forma parte de la programación del Complejo Teatral de Buenos Aires y Me gusta, escrita por Alberto Rojas Apel y protagonizada por Damián de Santo junto a Paola Krum, continúa con funciones en el Paseo La Plaza. Sobre esa capacidad para transitar distintos circuitos, dice: “Me gusta mucho el teatro, trabajar con actores y contar historias. Las circunstancias me dieron la oportunidad de recorrer esos tres ámbitos donde hay distintas maneras de trabajar. Es importante saber adónde pertenece cada proyecto. Para mí es un lujo y un orgullo, siento que es algo que me define y hubo un trabajo muy grande para vencer prejuicios”.
-Espacio Callejón cumple 30 años. ¿Qué simboliza para vos este lugar?
-Yo vi la primera obra que se hizo acá hace 30 años: El otro sacrificio, de Esther Goris. Siempre fue un lugar donde hubo grandes acontecimientos teatrales. Después trabajé en la sala, me hice amigo de su anterior dueña, Alicia Leloutre, y se dio la oportunidad de estar al frente del espacio. Es una sala que ya tenía el ángel adentro, nosotros mantuvimos esa llama viva. Mi marido, Federico Buso, es fundamental. Sin él la sala no podría funcionar. Es donde más me gusta estar, queremos que elencos y público estén contentos; la tertulia es muy importante. Aunque no vivimos acá, esta es nuestra casa.
* El sonido puede verse los martes a las 20 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Carnicera se presenta de jueves a domingos a las 20 en el Teatro Regio (Av. Córdoba 6056). Me gusta puede verse de jueves a domingos en la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660).