El 9 de marzo de 1886 a las cinco de la tarde, Julio Verne regresaba a su casa en Amiens repitiendo una rutina de varios años. A pesar de que no era un anciano --tenía 58 años-- llevaba una vida retirada con su esposa Honorine, lejos de las luces de París. Además, en Amiens se lo reconocía como una celebridad, mientras que en el mundillo literario parisino pasaba más desapercibido. Cuando Verne llegó a su casa, oyó que le hablaban a sus espaldas. Reconoció la voz de su sobrino Gastón, alguien a quién él apreciaba. Se dio vuelta con una sonrisa que pronto se convirtió en rictus de sorpresa: Gastón le apuntaba con una pistola 9 milímetros. Le disparó dos veces antes de darse a la fuga. Una bala pegó en el marco de la puerta y la otra en el pie izquierdo de Verne.

No hubo consecuencias físicas graves para el escritor, solo una renguera persistente. A Gastón lo internaron en un hospicio sin dar demasiadas explicaciones. Las biografías oficiales dicen que Gastón se volvió loco, pero para Herbert Lottman (el gran biógrafo norteamericano, autor de libros imprescindibles sobre Albert Camus y Gustave Flaubert) la razón fue otra: Gastón reaccionó así por una cuestión de celos. Su tío lo había reemplazado por otro joven en su lugar de favorito. A Verne le gustaba estar cerca de un adolescente varón y llevarlo a pasear, generalmente en barco. Viajaba de Amiens a Nantes para irlo a buscar. Se trataba de Aristide Briand, que a los quince años fascinó a Verne al punto de convertirlo en personaje literario, el chico Briant de Dos años de vacaciones. Años después, Briand sería un destacado político socialista y Premio Nobel de la Paz.

Cuánto de verdad y cuanto de conclusiones erradas hay en las afirmaciones de Lottman y otros biógrafos es difícil saberlo y forma parte de las zonas oscuras que rodean al escritor. Una paradoja, considerando que Verne siempre parece un autor de historias diáfanas, ideales para lecturas infantiles, llenas de buenas intenciones. Pero la transparencia de sus novelas más populares se da de bruces con la oscuridad que rodea su vida.

Por lo pronto, “nuestro” Julio Verne se llamaba en realidad Jules, o Giulio para los italianos. Su nombre se traducía a las distintas lenguas en las que muy tempranamente se difundieron sus libros. El éxito de novelas como Viaje al centro de la tierra, Cinco semanas en globo o La vuelta al mundo en 80 días, lo convirtieron en uno de los autores franceses más publicados en el mundo a fines del siglo XIX y en gran parte del siglo XX. Sin embargo, su fama nunca lo satisfizo del todo porque dedicó gran parte de su vida a alcanzar inútilmente un lugar en la Academia Francesa. Nunca obtuvo los votos necesarios para convertirse en uno de los “Inmortales”, mientras otros escritores populares (Alexandre Dumas hijo, Anatole France) lo conseguían a la vez que a él lo relegaban.

Su otra gran frustración fue la pésima relación que tuvo con su hijo Michel durante la adolescencia del chico. Por lo visto, Michel era todo lo contario de los jóvenes que Verne retrataba en sus novelas: callejero, gastador de dinero (una de las principales quejas de su padre), consumidor de alcohol, peleador y promiscuo con chicas de los bajos fondos. Para alejarlo de las malas compañías lo hizo encarcelar durante un tiempo, haciendo valer la patria potestad, y más tarde lo subió como grumete en un barco carguero que iba a Extremo Oriente. Lejos no iba a molestarlo.

La ideología de Verne también ha sido tema de controversia. Sus novelas son bastante políticamente correctas, salvo por su desprecio a los ingleses y alemanes (Gran Bretaña y Alemania no se llevaban bien con Francia) y su admiración desmesurada por Estados Unidos. Pero algunas opiniones antisemitas o muy reaccionarias aparecían en sus originales y su editor, Pierre-Jules Hetzel, se tomaba el trabajo de borrarlas o alivianarlas. Durante los años del Caso Dreyfus, Verne tuvo una postura antidreyfusiana, a contracorriente de muchos intelectuales de la época, que defendieron al militar de origen judío, víctima del antisemitismo de la justicia y el ejército francés. "Soy antidreyfusiano de alma", le escribió a Hetzel en 1899. Verne fue por entonces uno de los padrinos de la Liga de la Patria Francesa, una organización de derecha prefascista. Su hijo Michel, en cambio, fue uno de los defensores del capitán Alfred Dreyfus.

Julio Verne era un autor prolífico, capaz de escribir dos libros o más por año. Las novelas aparecían primero como folletín en revistas y periódicos y luego pasaban al formato libro de la mano de Hetzel, que hacía unas ediciones muy cuidadas y a distinto precio. Estaban las ediciones corrientes y las lujosas que también se vendían muy bien. Todo esto hizo que el nombre de Verne se convirtiera en una marca. No importaba si escribía historias de viajes espaciales o de aventuras en lugares exóticos. Sus libros eran un éxito. Así que Hetzel le ofreció a Verne aumentar el negocio firmando unas historias escritas por un autor que estaba proscrito por la dictadura de Napoleón Bonaparte III. Verne aceptó y publicó tres novelas que no le pertenecían a él sino a André Laurie, un militante corso en la clandestinidad. Son libros menores de su bibliografía, que no tuvieron el éxito rotundo de los suyos, pero todavía circulan en muchas ediciones con el nombre de Verne: Los quinientos millones de la Begum, La estrella del Sur y El naufragio del Cynthia.

Paul Verne, su hermano, también escribió algunos textos de viajes firmados por Julio. Pero el mayor descalabro con su obra no es culpa de él sino de un par de hijos: el suyo propio, Michel, y el hijo de Hetzel, Louis-Jules, que se había hecho cargo de la editorial una vez muerto su padre. Cuando, a su vez, murió Julio Verne, la familia anunció que el escritor había dejado un número importante de novelas inéditas, que Hetzel hijo siguió publicando los años siguiente. En realidad, eran solo bocetos, manuscritos incompletos, ideas que Verne había anotado y que el propio Michel se dedicó a convertirlos en obras publicables. Hay por lo menos siete novelas y algunos cuentos de estas características. Ninguno de esos libros resultó ser un gran éxito, pero sobresalen títulos como La agencia Thompson y Cía, Los náufragos del Jonathan y La Invasión del mar.

 

Verne, que nunca se destacó como cuentista, tiene al menos uno que fue muy celebrado por la crítica y hoy se lo considera uno de los relatos pioneros de la ciencia ficción: “El eterno Adán”, cuento que escribió Michel Verne. De las novelas escritas por el hijo y firmadas por el padre, algunos críticos de la época remarcaron algunos cambios positivos con respecto a la obra anterior: un tono menos sobrecargado, personajes femeninos bien construidos y tramas amorosas importantes, características de las que carece gran parte de la obra de Verne. De alguna manera, tan oscura como la vida del propio Julio, Michel consiguió vengarse haciendo lo que quiso sin que su padre pudiera castigarlo.