Los muertos demandan a los vivos. Los hechos suceden en el cuerpo individual y social, aunque los intereses políticos y económicos construyan una madeja asfixiante de omisiones y silencios. “Tendría que contar lo que pasa. Chicos que nacen con cuatro dedos, mujeres que abortan”, le dice uno de los personajes de Noxa (Revólver), de María Inés Krimer, a la periodista Marcia Mayer, enviada al pueblo para investigar el verdadero carácter de un agroquímico llamado Noxa –el mismo título de esta excepcional novela negra adictiva, finalista del premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón–, que se usa para fumigar los campos donde se siembra soja. Aunque los efectos no se ven de un día para otro, se acumulan en el cuerpo de las mujeres y los niños. Cada vez hay más malformaciones en brazos, en piernas y en el aparato reproductor. La narradora y protagonista imaginaba contar con la colaboración de Ema, una vieja amiga del pueblo, la primera que sospechó de las fumigaciones, convocó a los vecinos y presentó reclamos en la municipalidad. Ema, que recibió amenazas, está desaparecida hace dos semanas. Las amigas, que comparten un secreto, se reencontrarán hacia el final, después de varios crímenes y ningún castigo.
“Noxa empezó con una imagen que tuve hace más de diez años, a fines de los 90 –recuerda Krimer en la entrevista con PáginaI12–. Me habían invitado a pasar un fin de semana en un campo, y sobre el campo vecino pasó un avión fumigador. Al otro día noté que las plantas y los árboles que rodeaban la casa estaban como marchitos. Al día siguiente estaban pelados. Me llamó la atención la potencia de eso que el avión fumigador había largado. Yo viajo mucho a Misiones porque tengo familia allá y vi en la zona donde se fumiga el tabaco chicos con deformidades alarmantes. Estas imágenes quedaron en mi cabeza durante mucho tiempo. Cuando aparece la propuesta de la editorial Revólver, que estaba interesada en que escribiese una novela policial, esas imágenes volvieron y empecé a investigar y a leer sobre el tema. Concurrí a unos congresos que organiza la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, para escuchar testimonios en vivo y en directo de personas afectadas que vivían en zonas fumigadas. Y ahí casi encontré una novela negra sobre la que después tuve que pensar dos personajes principales. Los testimonios eran tan preocupantes y tan desgarradores que el tema me fue interesando cada vez más”.
–¿Cómo fue imaginar otro personaje que no fuera la emblemática detective Ruth Epelbaum, protagonista de una trilogía de novelas?
–Yo venía con la trilogía protagonizada por Ruth Epelbaum y me costó bastante imaginar otro personaje y otras circunstancias. Estuve varios meses pensando hasta que decidí confiar en mi estilo, en mi tono y en mi forma de narrar. Ahí le encontré la vuelta a cómo seguir dentro del género. Que es lo que hacía (William) Faulkner con el género: lo llevaba a su terreno, porque mi terreno es bastante diferente al terreno de otros colegas, al tono y a la forma que imaginan los personajes, y me gusta que sea así. Sentí que encontré un camino personal dentro del género, que me permite mantener mi escritura y a su vez me permite ampliar algunos lectores.
–¿Por qué eligió que Marcia fuera periodista?
–Yo no conocía demasiado sobre el periodismo, así que pedí ayuda a los amigos periodistas. Juan Carrá fue uno de los que me ayudó. También le mandé un cuestionario a Javier Sinay. Todos me dieron ciertas recomendaciones vinculadas con la profesión que yo desconocía y creo que con eso pude armar el personaje, porque la historia se centra en el pasado del personaje y en su búsqueda personal, más que en su trabajo periodístico en sí. Me interesan los personajes femeninos dentro del género negro porque históricamente han sido bastante marginados. En los inicios del género las mujeres personajes siempre eran las víctimas. En (Raymond) Chandler son todas asesinas. Se pasa como de un esquema a otro, prácticamente sin matices. En Argentina tenemos el problema de crear la figura del detective y se complejiza más cuando quien investiga es una mujer.
–¿Por qué las mujeres han sido tan maltratadas en el género negro?
–El género negro ha sido muy misógino, desde la época de (Edgar Allan) Poe, Chandler, (Dashiell) Hammett, si uno mira a todos los maestros, pero también en lo que se produce hoy. Acabo de venir de la Semana Negra de Gijón, he tratado de traer las novedades y lo que me interesó de allá, y las mujeres siguen siendo asesinas o la rubia tetona que engaña a una pobre víctima. No hay matices ni miradas enriquecedoras que puedan aportar a la lectura de la actualidad. Por un lado está el colectivo “Ni una menos”, que ha vuelto tan visible el tema de los femicidios. Pero en la novela se sigue escribiendo, salvo excepciones muy interesantes como el caso de Selva Almada, como si estos temas no fueran visibles. Hay ciertos discursos que todavía no llegaron al género negro. Me interesa trabajar ese aspecto porque creo que esos discursos, de a poco, irán llegando. Tampoco ha llegado el tema de cierta justicia ecológica, me parece que es un debate que los sectores progresistas políticos y literarios todavía se deben. Las consecuencias a largo plazo, por lo que pude escuchar de boca de los propios afectados y especialistas, son muy preocupantes. Son temas que están abiertos al debate y sobre los que se puede avanzar mucho. Me interesa incursionar literariamente en estos temas porque me gusta que haya distintas miradas sobre el problema. Cuando un discurso se repite es como que se deja de escuchar. La literatura es un terreno muy rico para cruzar otro tipo de discursos que abren otras posibilidades de debate. Que es lo que me ha pasado con Noxa. Me están invitando organizaciones ecologistas. Nunca me había pasado. Los otros libros circularon dentro de los lectores del género. En Gijón me preguntaban por el tema de las fumigaciones, un tema bastante desconocido en Europa por lo que pude percibir.
–Pero en Europa también se deben hacer fumigaciones...
–Sí, pero están muy controladas. En California, los bidones de glifosato ponen el cartel “probablemente cancerígeno”, como se hizo con el cigarrillo. Lo que pasa es que científicamente para aprobar algo necesitás un período largo, durante ese tiempo se enferman y mueren personas que no tienen posibilidades de mostrar cuáles son las causas porque tienen condiciones económicas bastante precarias. Los médicos de estos pueblos chicos empezaron a relacionarse entre sí: “che, ¿qué está pasando que aumentan los casos de cáncer, aumentan los abortos espontáneos, nacen chicos con malformaciones?”. Todos son pueblos que están en el centro o rodeados por campos fumigados. El tema ya ha llegado a las ciudades; en la universidad de La Plata estaban investigando qué contenía el algodón que se usaba en los hospitales. El algodón ya está contaminado con glifosato, hasta las gasas y los tampones que usamos las mujeres.
–¿Qué otros testimonios le sirvieron para escribir la novela?
–El problema de las escuelas rurales es otro tema; escuché a cinco maestras de distintos pueblos que decían que al principio, cuando pasaban los aviones, los chicos salían como sale cualquier chico a mirar cuando pasa un avión. Después, cuando comenzaron las denuncias, lo que hacía el ministerio de Educación era que el día de la fumigación no había clases. Todo esto no lo inventé en la novela, simplemente fui con un cuaderno a tomar nota de lo que estaban contando. Yo soy entrerriana y los testimonios de la gente de Entre Ríos son francamente desgarradores: mamás que perdieron a sus chicos, una nena que nació sin un riñón porque estaban construyendo una casita en un lote que había heredado el papá en medio de campos que se fumigaban con continuidad.
–¿La principal fumigación tiene que ver con la soja?
–Sí, básicamente con la soja porque la extensión de los cultivos de soja desde que se aprobó la semilla transgénica en 1996, durante el gobierno de (Carlos) Menem, fue impresionante: se empezó a desmontar montes y a sembrar soja. Las últimas cifras que tengo es que en 2005 se echaban 35 millones de litros de glifosato; en 2015 fueron 350 millones, o sea diez veces más porque los bichos son cada vez más resistentes. Hasta ahora no hay una respuesta ni una preocupación y el tema ha atravesado a todos los gobiernos. La contaminación del glifosato no está en la agenda política porque entran muchas regalías con la soja, que es lo que más se siembra. Pero también se siembra maíz. Y el algodón se fumiga de la misma manera.
Marcia investiga, pregunta, quiere horadar los silencios que teje el miedo. Lo que observa en el hospital del pueblo le parece una escena de La Peste de Albert Camus: “Las plagas son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando uno las ve caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo pestes y guerras agarran a la gente desprevenida. La plaga no está hecha a la medida del hombre, es irreal, como un sueño”. Krimer dice que le gustó escribir la historia de dos amigas que tienen un secreto en común y que ese secreto impacte en el cuerpo de las dos. “Ahora leo mucho a Rita Segato porque está dando en la clave de lo que está pasando en este momento con los cuerpos de las mujeres –plantea Krimer–. Hay una apropiación del cuerpo de la mujer, como si el cuerpo de la mujer fuera violado de nuevas maneras, porque los testimonios que escuché eran de madres que se enfermaban o que salieron a hablar porque sus hijos están enfermos”.
–¿Por qué está en juego la maternidad en Noxa?
–El cuerpo de la mujer está en juego. No es lo mismo la maternidad que se vive en la clínica Suizo Argentina que lo que está pasando en el interior, donde las maternidades están mucho más desprotegidas. En el final de la novela, que no podemos contar, está involucrado el cuerpo de la narradora. Es otro final que se verá como sigue, si sigue, en la próxima novela.
–¿Está escribiendo la continuación de Noxa?
–No todavía porque he estado con mucho viaje. Aunque no la empecé a escribir, imagino por dónde va a ir. Tengo que aprender un poco más de periodismo. Intentaré seguir molestando y preguntando.
–¿Va a ser una novela ecológica?
–Sí, pero no sé si será el tema central. Me gusta eso de novela ecológica porque no la había pensado así. Cuando fui a Gijón, me pusieron en un panel de “novela ecológica”. Debo andar por ahí (risas). Cuando estás escribiendo, no estás pensando en escribir una novela ecológica. Nunca sabés bien lo que estás haciendo. El otro gran tema que acompaña a los agrotóxicos es el tema del extractivismo porque los modelos se dan en paralelo. Y también se dan en zonas donde no hay muchas voces que escuchan lo que está pasando. Hay una tensión entre los discursos progresistas y el tema de los commodities. ¿De dónde se saca la plata para sostener esas políticas? Te diría que hay un paralelo sobre las políticas de la mujer: cada vez son más visibles, pero cada vez estamos más desprotegidas, como si hubiera una contradicción entre lo mucho que se avanza en el discurso, pero lo poco se avanza en la subjetividad. Como si los hombres nos hicieran lo que el sistema les hace a ellos. Lo que hago es ficción, pero me parece que la ficción es otro camino que aporta para el debate. En el caso de las fumigaciones, hay una dificultad para escuchar al otro en ámbitos donde tendrían que ser escuchados porque son personas que pertenecen a un mismo espectro social y están siendo afectadas en sus cuerpos.